En nuestra especie humana los varones somos frágiles. Vivimos menos años que las hembras. Por eso es que hay más abuelas que abuelos y viudas que viudos. Quizás se deba a una pequeña diferencia, el diminuto cromosoma Y que nos hace genéticamente machos. Además a largo plazo el Y probablemente va a desaparecer de entre los cromosomas humanos en 4 millones de años. En la historia de la vida en la tierra, 3,800 millones de años, eso es un ¡elimínese ya! en términos evolutivos. La vida no parece necesitar del Y varonil pues las mujeres viven perfectamente, y más años, con dos X. Ya hay especies como las ratonas espinosas japonesas y las ratonas topo que han prescindido del cromosoma Y.
Lo interesante es que si en la evolución biológica (con paquetes de información llamados genes) el Y es superfluo, en la evolución cultural por el contrario (con paquetes de información llamados memes por Richard Dawkins en 1976) el Y masculino se ha impuesto dictatorialmente. Sí, la palabra “meme” no se inventó para esas ingeniosas caricaturas “virales” tan populares hoy sino es un término técnico de la teoría de evolución cultural.
Históricamente en la mayoría de las sociedades el varón se cree equivocadamente el género más fuerte y resiliente aunque viva menos años y con más enfermedades. En eso como en muchas otras cosas vamos los seres humanos en contra de la evolución biológica. Nuestra evolución cultural (grandes ciudades desiguales, armas inventadas para matarnos unos a otros, explotación anárquica del medio ambiente y otras bellezas) parece ir en contravía a la evolución biológica o la Creación como quiera llamarla. ¡Pero sigo siendo el Rey! cantan las rancheras y la cultura.
Pero “Nacer con un padre viejo es más peligroso que nacer con una madre vieja” dice Kári Stefánsson el genetista islandés en El País de España. “El 80% de las nuevas mutaciones vienen del padre. Y son la principal fuente de enfermedades raras en la infancia", alerta Stefánsson. En la facultad no nos enseñaron eso y hasta nos enseñaron lo contrario basándose en una excepcional condición genética, la trisomía 21 o síndrome de Down (mal llamado mongolismo) que sí está asociada a la edad materna. Se usaba el término primigestante añosa para la mujer embarazada por primera vez después de los 35 años. En una medicina machista nunca se hablaba del padre añoso. Aunque investigaciones recientes muestran alguna importancia de la edad paterna en la aparición del Down.
Un estudio de Stefánsson de 2012 afirmaba que un hombre de 36 años transmite a su progenie el doble de mutaciones que un hombre de 20 años. Y un padre tardío de más de 70 años transmite ocho veces más mutaciones. A pesar de eso en la mayoría de las sociedades humanas el patriarca tenía o tiene el privilegio de buscar, de buena o mala forma, parejas femeninas más jóvenes. Y varias, sucesivas o simultáneas, si se podía pues los varones somos frágiles pero dictatoriales en nuestra cultura.
Hace dos años visité con mi esposa el bellísimo Oceanario de Lisboa y me enteré de un detalle biológico que me ha hecho pensar mucho. El mero, el más feo y delicioso pez de nuestros mares, es hermafrodita. Cuando joven es hembra y su conducta es gregaria, tierna, juguetona. Cuando viejo se convierte en macho y su conducta es aislarse en cuevas, amargado y agresivo. Mi esposa me miró significativamente cuando escuchamos esa instrucción de biología marina. Hoy cuando me quedo en la casa solo, sentado en el sofá viendo amargos partidos de fútbol por televisión (me refiero específicamente a algunos del América de Cali) pienso en el mero. Claro que mero viejo no cambia ni echa para atrás podría decirse. ¡Los machos de la especie humana somos los meros meros en la tercera edad! hablando en mexicano. Pero definitivamente hay algo raro en la conducta varonil.
El problema no es nuevo. La paleogenética, el estudio de la evolución de nuestro genoma, sugiere que existieron tres o cuatro grupos humanos primordiales en nuestra historia evolutiva. Los neandertales fueron nuestros primos más cercanos e inmediatamente anteriores. Desaparecieron hace 40 o 50 mil años aunque todavía tenemos genes de esa procedencia en nuestro ADN. Lo que sugiere, dice Svante Pääbo el investigador más reconocido de estas teorías, que las Neandertales eran más sociables y podían mezclarse con gente muy distinta, o sea nosotros. Pero sus machos desaparecieron. Según el genetista sueco tenemos en nuestro pasado madres neandertales y padres sapiens como nosotros, hombres modernos. El caso más emblemático es el de unos restos humanos antiquísimos de una niña en Siberia cuyo ADN ha podido clonarse mostrando que tenía madre neandertal y padre homo sapiens sapiens como nos hemos llamado nosotros mismos pretenciosamente.
¿Qué fue lo que pasó en aquellas cavernas de la Era del Hielo? No lo sabremos con certeza. Pero Pääbo cree que el problema estuvo en los testículos del varón neandertal, que moría más joven y tenía una vida reproductiva más corta. Eso encaja con las investigaciones arriba mencionadas que sugieren que los hombres transmitimos muchas mutaciones en nuestro cromosoma Y.
El ovario femenino tiene un número finito de esperanzados óvulos, todos X. El testículo por el contrario es una ardiente fábrica de espermatozoides que se producen continuamente a partir de células germinales a través de una compleja secuencia de diferenciación celular. Resultando en millones de espermatozoides, unos Y normales, la otra mitad X, algunos Y cojos como en el chiste o por lo menos con movilidad comprometida y unos Y francamente mutantes. Una minoría fertilizante, sí, pero la gran mayoría se pierde en las entrañas femeninas o en el piso del baño (digámonos verdades, varones del mundo) En esa complicada historia testicular los hombres transmitimos más mutaciones. “Eso podría indicar algún aspecto negativo en la reproducción” del Neandertal sostiene Pääbo “Quizá solo acabaron sobreviviendo las hembras” Entonces ¡ojo, Varones Frágiles y Dictatoriales del mundo! ya en alguna ocasión pasada desaparecimos del género humano. No seamos mero machos o machos como el pez mero ya en riesgo de desaparición en algunos mares.