Nuestras élites y la necesidad de renovarlas

Nuestras élites y la necesidad de renovarlas

"El hecho de conocer el país desde carros oficiales, helicópteros, detrás de esquemas de seguridad permanentes, quizás nubla su juicio sobre lo que necesita el país"

Por: Luis Fernando Calle Viana
julio 07, 2017
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Nuestras élites y la necesidad de renovarlas

Nuestras élites son un desastre. Pocas veces representan el interés general del país y las regiones. Además, son personas que se pasan la vida en carros y aviones oficiales, pagados en ocasiones con nuestros impuestos, representando intereses de la mayoría. Sin embargo, en muchas ocasiones terminan beneficiando intereses particulares.

Su ciclo de vida consiste básicamente en ser parte de los mejores colegios campestres ubicados regularmente en las afueras de las ciudades capitales de Colombia, son jóvenes que desde los 14 años o antes hacen intercambios en otros países. Cuando ingresan a la universidad, si es que lo hacen en el país, estudian en los mejores centros de pensamiento, en la Universidad de los Andes si están en Bogotá, en La Universidad del Norte si son del Caribe, en la Universidad Eafit si son de Antioquia y en la  Javeriana si son de Cali. Sus vacaciones son en Miami, las Islas Griegas o en Europa. Y son hijos, nietos y sobrinos de políticos y empresarios.

Cuando terminan sus pregrados de economía, administración, relaciones internacionales, derecho, ingenierías y demás se van para Harvard en Estados Unidos o a la escuela de economía y ciencia política de Londres o la Sorbona de París. Suelen ser jóvenes inquietos y buenos estudiantes, ciudadanos del mundo. Incluso, algunos ejercen el periodismo con compromiso y hacen consultorías en organismos multilaterales por fuera del país cuando terminan sus maestrías. Igualmente, perfeccionan algún idioma viviendo al menos un año por fuera de Colombia y  a los 26 años ya hablan dos o tres idiomas y están terminando algún doctorado de alguna carrera afín a la economía o la ciencia política.

Cuando llegan a Colombia llegan a cargos de dirección en el sector privado. Luego de algunos años, sin importar la filiación política de sus padres o familiares, son asesores y consultores del gobierno central o departamental y en pocos años dirigen entidades descentralizadas del estado y hasta viceministros se vuelven.

Algunos permanecen a la sombra del sector privado o los que son abogados optan por la rama judicial, otros se lanzan a la arena política y en poco tiempo son senadores, representantes a la cámara o diputados de sus departamentos y empiezan a combinar sus negocios privados con apuestas colectivas desde sus curules políticas. Generalmente en sus inicios políticos son atrevidos y audaces, proponen reformas para el estado y algunos hasta las consiguen.

Cuando tienen el poder político emerge su gran paradoja, ser formados como  ciudadanos del mundo, emprendedores promisorios, honorables empresarios del campo o mejor dicho como auténticos demócratas y ejercer el poder político como auténticos terratenientes de república bananera; el hecho de conocer el país desde carros oficiales, helicópteros, detrás de esquemas de seguridad permanentes, quizás nubla su juicio sobre lo que necesita el país o las regiones y terminan defendiendo causas que en últimas solo benefician a sus círculos más cercanos y con muy contadas excepciones suelen ser un desastre.

En el primer semestre del presente año las élites nacionales y regionales —fiscales anticorrupción, expresidentes, secretarios de seguridad de ciudades, exprocuradores generales de la nación, excontralores departamentales, expersoneros, exalcaldes de ciudades y pueblos, exsacerdotes— todos ellos han quedado desnudos ante el silencio de los fusiles de las FARC. Poco a poco nos damos cuenta cómo además de su ineficacia, la corrupción los corroe y ya no importa que sean ciudadanos del mundo llenos de privilegios, sólo son avivatos de cuello blanco robándose gota a gota el estado. Se necesitan más excepciones a esta triste regla.

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