Nuestra violencia: reflexiones sueltas, frases abiertas...

Nuestra violencia: reflexiones sueltas, frases abiertas...

"No se trata de ser víctimas impotentes, pero responder de la misma forma solo alarga la cadena y propicia el derecho al salvajismo y a la reacción letal"

Por: Giovanny Oliveros P.
septiembre 14, 2020
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Nuestra violencia: reflexiones sueltas, frases abiertas...
Foto: Las2orillas

I

En apartes de su libro No violencia, Mark Kurlansky cuenta historias de comunidades que resistieron embates de sus enemigos (a veces eran las fuerzas represivas de sus gobernantes) de manera pacífica y así ganaron, así pasaron a la historia y lograron sus cometidos, pues el contrincante no podía darse el lujo de quedar como el “malo”, quien “atacó sin justificación”. Por otro lado, cuando por alguna razón las víctimas sucumbían a la necesidad de devolver el golpe o atacar, la violencia parecía legitimarse y en general perdía, no solo física sino culturalmente.

Claro: no se trata de ser “víctimas impotentes”; pero responder con violencia solo alarga la misma cadena, es propiciar el derecho al salvajismo, a la reacción letal y poco inteligente con la supervivencia del más fuerte desde una perspectiva bélica, en fin, no digo nada nuevo (y eso es lo peor, que ya todos parecemos saberlo...). Además, podemos seguir en la premisa mediocre de que los errores propios son justificados por los ajenos.

Quizá algunos dirán que los grandes logros de la humanidad se han dado por ciertas revoluciones sangrientas; pero si ganamos hoy con violencia, seguramente hemos de prepararnos para que la próxima vez nuestro contrincante nos venza con esta misma. Así, no habremos ganado nada, pues no habrá habido verdadero crecimiento. La idea de que el fin justifica los medios es una mezcla de hipocresía, doble moral, egoísmo, etc. Sí, un etcétera sin nada bueno. Además, vivimos una época llena de nuevas formas de comunicación y convocatoria, incluso, si se me permite decirlo, de posibles sabotajes a los grandes comercios e industrias (por ejemplo, con reducir el consumo de ciertas cosas; recurrir a medios alternativos de transporte sin necesidad de quemar un bus y afectar así a otros usuarios y empleados; entre otros).

Vale, si me dicen que la protesta debe incomodar para ser visible, estaré de acuerdo en gran parte. Pero incomodar sin agredir: entonces agradezco los cacerolazos, los bloqueos artísticos de vías, alejar de las marchas a quien quiera sabotearlas y seguir caminando y cantando, el muralismo espontáneo en memoria de las víctimas, el que hayan transformado algunos CAI en bibliotecas públicas, los plantones, las huelgas de hambre y de silencio simbólico, todas esas muestras en las que levantamos la voz y detenemos parte del mundo un instante, sin derramar más sangre. Así, mostramos verdadera superioridad y fomentamos el antagonismo con altura.

La paz, en sí misma, es un argumento.

II

Hace unos años, escuché a un muchacho, quien estaba en detención preventiva, decir que le gustaría ser policía de tránsito, pues “ahí está la plata”, “toda la que se puede hacer con los conductores que uno pille”. No son las palabras exactas, pero sí el mensaje indignante.

Lejos de generalizar, es notable que muchos de los auxiliares de policía, e incluso de los patrulleros, arrastran en su forma de hablar el tono y léxico del hampa barrial; sin hablar de sus prácticas, por ejemplo (uno de tantos), cuando hacen la vista gorda frente a un microtraficante siempre que este les entregue el dinero ganado

Durante años he oído a jóvenes decir que sería interesante pertenecer a la policía o el ejército, pues “el uniforme le gusta a las nenas”, “poderoso uno con su fusil”, “vamos a acabar guerrillos” u otras expresiones por el estilo, llenas de ansia por falso poder o voluntad belicosa. Quizá muchos no son realmente conscientes de que el arma de fuego significa disposición a matar.

Seguramente, si hubieran mostrado voluntad de servicio, pensaran en la Defensa Civil, Cruz Roja u otra por el estilo.

Ahora bien, quizás otro argumento triste es que la fuerza pública puede ofrecer cierta “estabilidad laboral”. La sola idea es parte de una radiografía de nuestra sociedad. Aquí valga anotar que el muchacho de hace unos párrafos, el que se planteaba ser policía de tránsito, convivía en el penal con otros jóvenes sin esperanzas, muchos de los cuales no se imaginan haciendo otra cosa; incluso se atrevían a catalogarse de forma determinante: “es que nosotros lo que somos es bandidos”.

Todo esto deja muchas preguntas sobre el destino configurado por la cultura, la educación y la distribución de oportunidades. Entre tales interrogantes se encuentra: ¿vale la pena pertenecer a instituciones que en pocos años registra cientos de abusos, masacres, procesos por corrupción y otros excesos? Cuando se dice “cientos” es, lamentablemente, solo lo que se sabe.

Me alegra poder decir que he visto policías y soldados apoyando actividades comunitarias, siembras de árboles, entregas de comida, en fin. Lamento decir que parece ser la excepción... ¿es posible que se convierta en la regla?

III

Podemos, regreso, mostrar verdadera superioridad y fomentar el antagonismo con altura, que tanto le falta a este país de mayoría buena (aunque no lo suficiente para no ser indiferente), cuya “nobleza” le da para preferir ser gobernada por un Patrón visceral que disfraza su venganza personal (con aristas empresariales) bajo la oferta de supuesta seguridad democrática que oculta el incalculable precio en vidas inocentes: ¿acaso volvemos cierto eso de “lo que no sabes no te hace daño” siempre que no sea visible la sangre en nuestras manos? Cuando apoyamos a un asesino o tirano nos hacemos cómplices, así no tengamos el dedo en el gatillo, basta con mirar para otro lado mientras él “limpia nuestro patio”. ¿Queremos vivir en aparente libertad sin el problema de tener que pensar?

Está probado que nos ha llenado de mentiras; y que a muchos los hemos elegido y apoyado, precisamente, a pesar de esas mentiras, incluso después de enterarnos de las mismas.

Un antagonismo con altura (acercamiento a propuesta) implicaría, por un lado, rechazar toda forma de violencia, empezando por la estatal. En un país así, grandes poderes de ínfimos personajes no recurrirían a sus mercenarios cobardes para silenciar a líderes sociales, sino que buscarían la forma de convencer a las comunidades a través de argumentos de peso, sin falacias, ofensas o atacando al opuesto en lo personal en vez de a sus razones; además, tendrían la capacidad de ser buenos perdedores, sabiendo cuando retirarse, buscando otros negocios o intereses que puedan beneficiarles sin dañar a los demás y al planeta (sobre todo, en un acto contra la estupidez humana, reconocerían que si sus negocios deterioran la Tierra, se están perjudicando a sí mismos). Se vale ser optimista: puede ser también un primer paso.

En un país así, por otro lado, quizá tendríamos verdadera empatía, más allá de la que se pueda aparentar con una carita triste en redes sociales. Si de verdad apreciáramos la vida, seríamos capaces de detener un poco el frenesí del mundo cada vez que la violencia nos desequilibre socialmente:

La famosa frase “la vida sigue” resultaría una contradicción en sí misma, una parodia de “el show debe continuar”. Si hay una masacre, todos vamos a apagar nuestros televisores, ignorar la telenovela o el partido de fútbol, detener el tráfico, por unos minutos al menos. Y si alguien se atreve a tergiversar las tragedias con expresiones como “homicidios colectivos” (o “migrantes” en lugar de “desplazados” como también ha sucedido), que sea aún más tiempo. Son símbolos, formas de mostrar que lo sucedido es importante, que compartimos de alguna forma el dolor. Además, si hacemos bajar el rating afectamos, directa o indirectamente, a grandes intereses económicos, algunos de los cuales sustentan la guerra.

No dejaríamos que se nos acumulen tragedias.

Podríamos prestar mayor, verdadera atención a quienes nos rodean: ayudar, por ejemplo, a personas con drogadicción, para que se salven a sí mismas y dejen poco a poco de ser parte de esa industria sangrienta.

Fomentaríamos programas de humor más político, reflexivo, y menos sexual o banal. Humor que sea realmente “ofensivo”, incómodo por su carácter revelador y transformador. Incluso, tan inteligente que resulte un aliciente para el léxico y la cultura. Jaime Garzón sigue muriendo en cada líder social que es silenciado; pero podemos seguir inmortalizando su legado.

IV

(Ofrezco disculpas si los paréntesis resultan excesivos).

Agradezco el antagonismo con altura (como el de Iván Cepeda) si algún lector quiere hacer comentarios de forma o fondo. Puede destrozarme con estilo, deconstrúyame, ayúdeme a crecer al indicarme de forma constructiva si me considera desencaminado, negligente, mediocre, insuficiente o algo por el estilo, y por qué. Por supuesto, también puede señalar lo que más valga la pena rescatar y desarrollar. Gracias, de nuevo.

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