Siendo uno de muchos jóvenes colombianos, estoy supremamente orgulloso del acuerdo al que han llegado el Gobierno nacional y las FARC, para cerrar un doloroso capítulo de la historia colombiana. Aunque soy consiente que el acuerdo no va a solucionar todos los problemas que padece este agobiado país, estoy convencido que es la puerta de entrada para empezar a pensar soluciones a ellos, con un peso menos en la espalda.
No puedo decir que estoy cansado de vivir y de ver de cerca la tenacidad de la guerra, porque la burbuja social en la que vivo no me lo permite. No tengo familiares cercanos o conocidos que hayan sido víctimas directas del conflicto armado, ni conozco verdaderamente a una persona a la que alguno de los actores de la guerra le hayan robado la posibilidad de soñar y construir una vida digna. Pero gracias a la formación que he recibido, puedo intentar imaginarme el dolor que han sufrido millones de colombianos injustificadamente, por la negligencia de unos y por la rebelión de otros. Por esto, me considero un abanderado del “Sí” y deseo fervorosamente que se aprueben los acuerdos en el plebiscito.
Sin embargo, hoy no escribo para exponer las razones por las cuales votar a favor de lo acordado, pues siento que hay mejores postores de estos argumentos y no quiero caer en la tendencia de los medios tradicionales en Colombia, de sobreexplotar temas y noticias por un periodo de tiempo, para después dejarlos en el olvido. Hoy quiero hacer un llamado a los demás abanderados del “sí”, para que reflexionemos sobre la forma en la que estamos intentando convencer a los demás de aprobar el acuerdo final en las urnas. Siento que estamos haciendo una pésima tarea.
Decimos defender las libertades que trae la paz, como la de pensar diferente, sin obviar, estigmatizar, humillar o ridiculizar a la persona que lo hace. Pero nos pasamos todo el día apoyando y difundiendo mensajes que desvirtúan las diversas opiniones que hay frente al proceso, en vez de intentar conciliarlas y llevarlas a un marco de debate respetuoso. Estamos cargados de una elevada prepotencia, convencidos que nuestra mirada es la única válida y correcta sin parar, ni por un segundo, a oír lo que otras perspectivas nos pueden decir. En palabras más coloquiales, nos sentimos la última Coca-cola del desierto por ser los abanderados de la paz. ¿Esta es la paz que defendemos? Y les recuerdo, queridos compatriotas ignorantes del pasado, que por actuaciones como estas, empezó el conflicto armado que hoy queremos acabar a través del plebiscito; el cual necesita que todos los colombianos se sientan incluidos para que se apruebe y que el acuerdo se convierta en realidad. Qué ironía.
Por lo tanto, lo que debemos hacer es dar ejemplo de nuestra postura, porque no basta con que digamos únicamente “Sí a la paz”. Tenemos que actuar basados en ella y estar dispuestos a encontrarnos con ciudadanos que no estén de acuerdo con nosotros. Debemos hallar la congruencia entre lo que compartimos en Facebook y lo que promulgamos en nuestras vidas cotidianas. Ese es el primer paso que debemos dar como defensores de la paz, para que nuestro sueño de vivir en una Colombia en armonía se vuelva nuestra realidad. La paz no va a llegar mágicamente con el plebiscito, porque no se construye con votos. La paz se construye con posiciones sustentadas en acciones, que permitan la participación de todos en espacios de diálogo e igualdad de condiciones. Entonces, los invito a que cuando nos encontremos con algún mensaje que estigmatice, humille o silencie la voz de alguien frente al tema de la paz (o cualquier otro), no seamos tan insensatos de creerlo o compartirlo. Desde hoy, intentemos dar ejemplo. Esta es la verdadera campaña que debemos hacer para lograr la paz.