Un país que lleva más de tres décadas defendiendo un modelo de desarrollo que prioriza la inserción internacional, no puede mirar con indiferencia como se ha venido deteriorando a pasos acelerados, nuestra imagen en el mundo. Colombia, a pesar de ese conflicto armado que nos marcó por décadas, siempre se había visto como una nación seria, llena de los problemas propios de ser un país en desarrollo, pero en temas sustantivos, léase democracia, instituciones, valores, se apartaba de otras naciones señaladas negativamente con razón, por instituciones mundiales. Pocos nos cuestionaban nuestra repetida frase de que somos la democracia más antigua de América Latina.
Pero hoy esa imagen, esa reputación, está en el piso gracias a una acumulación de hechos que requieren una mirada no solo hacia fuera, sino también hacia adentro. Que hemos hecho mal en los dos frentes es una reflexión impostergable. Primero se debe aceptar que muchas de las causas de este deterioro tan rápido y grave de nuestra imagen internacional, puede ser el resultado de la forma como se ha actuado desde tiempo atrás. Políticas internas equivocadas que terminaron en actos negativos en otros países, pero otras sí claramente obedecen a esa mediocre y más aún peligrosa forma de manejar en este gobierno, las relaciones internacionales.
Sobre las primeras, que obviamente requieren de análisis más profundos por expertos en estos temas, la verdad es que una guerra generó comportamientos que tenían que cambiar en la etapa de posconflicto. Lo que sí se le puede atribuir a este gobierno es que mató el posconflicto y siguió con la filosofía de la guerra. El resultado es obvio: asesinatos impunes de líderes sociales; masacres permanentes, hechos a los cuales el gobierno describe con eufemismos; inseguridad ciudadana absolutamente desbordada. Guerra en el campo, pero ahora adicionada con guerra en la ciudad. Fuerzas de Estado comportándose con el mandato de defenderse del enemigo y no de proteger al ciudadano.
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Siempre, para ser justos, la diplomacia colombiana se ha basado más en el criterio de servicios prestados que en servicios por prestar
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Sobre las causas atribuibles a la presente administración la primera es la mediocridad de nuestra representación diplomática. Siempre, para ser justos, la diplomacia colombiana se ha basado más en el criterio de servicios prestados que en servicios por prestar. Por ello muchos embajadores se han tomado sus puestos como vacaciones con costos inmensos no solo para el país sino para esa pobre carrera diplomática maltratada desde siempre. Pero ahora los embajadores, con muy pocas excepciones, dan grima: no hablan ningún idioma extranjero y hay casos en que ni siquiera manejan correctamente el español; nombramientos como cuotas políticas de personas que no tienen idea del mundo internacional. No hay forma de defendernos además porque precisamente por ser politiqueros muchos de ellos, no transmiten en privado las críticas sobre actuaciones contraproducentes del presidente y sus desubicados ministros, como el de Defensa, el del Interior, inclusive el de la canciller-vicepresidente. Todos agachados porque le deben el puesto al gobierno y no a sus cualidades personales.
A esto se agrega la incapacidad incomprensible del equipo del alto gobierno de medir las consecuencias en el mundo de reacciones emocionales, inoportunas, sesgadas, del presidente Duque que ignora que somos parte del mundo, que así nos miran. El ejemplo más contundente es el de la reacción en caliente y muy desafortunada del presidente Duque sobre el informe de la Comisión de Derechos Humanos. Hasta los seguidores del gobierno la critican y definitivamente no midió las consecuencias en un mundo que defiende la democracia y el respeto de todos los derechos que además están consagrados en nuestra Constitución.
En síntesis, solo estas son algunas de las consideraciones que ayudan a entender por qué nuestra imagen internacional esta en el piso. La primera puede ayudar a visualizar cómo termina Colombia enredada en semejante hecho como el asesinato del presidente de Haití. Ya quedamos manchados como un país que exporta mercenarios entrenados para matar, porque al menos uno de estos exmilitares tiene acusaciones de falsos positivos. Uno de los crímenes más aberrantes cometidos por miembros del Ejército durante el conflicto armado. Y la segunda, esa desafortunada reacción del presidente Duque, la asimilan necesariamente a las de Maduro y Ortega, reconocidos dictadores latinoamericanos, antes situaciones similares, denuncias de esta Comisión por violaciones de derechos humanos. Lamentable, doloroso e ¿irreparable? Esa es la pregunta de fondo.
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