Nuestra herencia hispánica: no aprendimos a leer y no amamos la razón

Nuestra herencia hispánica: no aprendimos a leer y no amamos la razón

Aunque en la Constitución de papel existe [el concepto de] ciudadanía, en la cotidianidad se respira el “Sí, señor, “como diga mi patrón” y el "gracias a Dios"

Por: Silvio E. Avendaño
marzo 11, 2022
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Nuestra herencia hispánica: no aprendimos a leer y no amamos la razón
Foto: Pixabay

Desde el siglo XIX, en la historia de la cultura colombiana ha existido la concepción del hispanismo, cultivada por los sectores conservadores y ligada a la contrarreforma, la anti-Ilustración y enemiga de la transformación social.

La reforma religiosa de Martín Lutero está ligada a la imprenta. El fraile tradujo la Biblia al alemán y dijo a los campesinos que si querían hablar con Dios tenían que aprender a leer. Aprendieron a leer y, a partir de ello se formó el público lector. Más no ocurrió lo mismo en el mundo hispano pues en lugar de la alfabetización, por motivos religiosos, se hicieron los catecismos del padre Gaspar Astete y de Jerónimo Ripalda. A partir de ello los campesinos e indios aprendieron el catecismo de “memoria y no de entendimiento” y, por lo tanto, no hubo interés en la formación del público lector, como se puede palpar en el poco gusto por la lectura por parte de los colombianos.

El segundo elemento de la hispanidad es la anti-Ilustración. Mientras en el siglo XVIII la Ilustración esbozó el optimismo en el poder de la razón y la posibilidad de reorganizar a fondo la sociedad a base de principios racionales, en España no hubo mayor acogida, como se puede ver en Jerónimo Feijoo y en el Nuevo Reino de Granada con José Celestino Mutis.

Si bien se buscó la racionalidad en el mundo de la naturaleza, no hubo interés de establecer la racionalidad en el mundo de los hombres. Es significativo en la Revolución de los Comuneros, (1781), los “vandalos”, la “primera línea”: Isidro Molina, Manuela Beltrán, Pedro Alcantuz; el descuartizado José Antonio Galán por plantear “Unión de oprimidos contra opresores.”; la figura traicionera: el arzobispo Caballero y Góngora. Y, “el bloqueo ilegal de caminos y vías”, el Puente del Común y la firma de las Capitulaciones, para desconocerlas. Además, la obra del Fr. Finestrad: El Vasallo Instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada y sus respectivas obligaciones, que exhortaba a los pobladores del Reino a acogerse a los principios del vasallaje.

Más luego de la Independencia del coloniaje hispano se miró con desconfianza los ideales de la Revolución Francesa. En este punto es significativo que Sergio Arboleda escribiera La República en la América Española (1868) obra en la que defiende la propiedad y seguridad y desecha la libertad, la igualdad y la fraternidad, para estos pagos.

Así, en estos tiempos a la hispanidad no le interesa la formación del público lector. Tampoco la investigación y la ciencia, pues lo importante es la importación de la técnica, para estar al día. En cuanto a transformación de la sociedad no es atractiva pues, si bien, en la Constitución de papel existe la ciudadanía, en la atmosfera cotidiana se respira el “Sí, señor, “como diga mi patrón”, “a Dios gracias”. Y los ideales libertarios se atribuyen al comunismo.

Pero existe la hispanidad utópica: Carmen, (de Bizet), Federico García Lorca, Miguel Hernández, Antonio Machado, Rafael Alberti…

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