La semana pasada tuve la oportunidad de participar en el VII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política —Alacip 2013— realizado en la Universidad de Los Andes y fenomenalmente organizado por el Departamento de Ciencia Política de dicha universidad.
Fue un encuentro maravilloso, al que, como lo relata Felipe Botero, asistimos cerca de 1500 personas provenientes de más de 30 países, y en el que se presentaron más de mil ponencias de la más variada índole: desde los recónditos detalles técnicos de la investigación cuantitativa, pasando por las resonancias de la filosofía política moderna en las obras de William Shakespeare, hasta los avatares del proceso de paz en Colombia, entre muchos, muchos otros.
Como suele ser el caso en estos eventos académicos, los debates no solo giraron en torno a los hallazgos de las investigaciones científicas sobre los fenómenos políticos, sino además sobre la ciencia misma; sus métodos, su naturaleza, sus limitaciones, sus logros y sus posibilidades.
En tal sentido discurrió, por ejemplo, la profunda y apasionada reflexión metodológica y teórica de la conferencia magistral de la profesora María Emma Wills, decantada a partir del trabajo que, desde hace varios años, ella viene desarrollando, de la mano de un notable grupo de científicos sociales, en el marco de la reconstrucción de la memoria histórica del conflicto colombiano.
Para comprender las complejidades de un conflicto como el nuestro, argumentaba María Emma, es necesario recordar que el poder político interactúa con otros tipos de poderes: el poder económico, el poder social y el poder simbólico. Por ello es fundamental reconocer la importancia de abordar su estudio desde una perspectiva eminentemente interdisciplinaria. Debemos entretejer la ciencia política con la economía, la sociología, la antropología, la psicología; debemos aprender de sus métodos, absorber sus conceptos, y enseñarle desde muy temprano a nuestros alumnos cómo trabajar con otras disciplinas.
Así, María Emma, a la luz de una metodología que ha buscado reconstruir la memoria a partir, no solo de métodos tradicionales de investigación social, sino además a partir de la voz de las víctimas, nos mostraba cómo es crucial entender las nefastas alianzas de actores legales e ilegales que han tendido sus redes de terror sobre millones de víctimas, sobre todo en la Colombia rural.
Estas alianzas no solo han operado, y operan, mediante la cooptación de las instituciones formales —urdiendo sus estrategias desde las más altas esferas del poder estatal del orden nacional hasta los despachos públicos de los rincones más alejados del país— sino también mediante la cooptación de las instituciones informales, apropiándose de rituales ancestrales e imponiendo normas sociales y valores distorsionados al acomodo de sus intereses para, finalmente, imponerse como “pequeñas dictaduras locales” apalancadas en el poder centralizado y empecinadas en refundar el orden social de los territorios en los que se han impuesto o buscan, aún hoy, imponerse.
La ciencia política debe avanzar en la comprensión de esta interacción entre lo formal, su objeto de estudio clásico y convencional, y lo informal, esa maraña de mecanismos contextuales, relacionales, cognitivos y emocionales que aún estamos lejos de asir en nuestras investigaciones.
En un sentido similar, James Robinson, coautor del reciente y muy discutido libro Por qué fracasan los países, presentó en su conferencia magistral los avances de un estudio que se encuentra desarrollando, junto con un grupo de investigadores colombianos, en torno a “la estructura del subdesarrollo en Colombia”, desde la perspectiva de lo que ocurre en el departamento del Chocó.
Robinson inició mostrando la tensión entre la visión de una tecnocracia urbana empecinada en implantar un modelo de libre mercado y derechos de propiedad (privada) bien definidos, y la visión de los pobladores chocoanos que defienden su identidad cultural y la propiedad colectiva de sus territorios haciendo uso de mecanismos como el de la consulta previa. Dicha tensión aflora en la gran dificultad de encontrar un equilibrio entre un gobierno colectivo de los recursos comunes que permita preservar lo que los pobladores valoran como suyo, y las condiciones requeridas en nuestro modelo de desarrollo para proveer la infraestructura, los servicios públicos y la calidad de vida que los mismos pobladores requieren y reclaman. La ciencia de la política tiene aún mucho por aprender y por comprender sobre este tipo de tensiones, para poder formular opciones de política y diseños institucionales que permitan encontrar esos elusivos equilibrios.
Somos una ciencia joven —especialmente en Colombia y en América Latina—avanzando firme y rauda en su proceso de profesionalización y consolidación, y enfrentando, al mismo tiempo, grandes retos teóricos y metodológicos, así como enormes incógnitas y tremendos problemas que urgen soluciones innovadoras y creativas. Haber visto la semana pasada a tantos experimentados y recorridos maestros compartiendo y debatiendo con tantos jóvenes investigadores y entusiastas estudiantes reconfortó mi a veces tan vapuleado optimismo sobre un futuro mejor; un futuro que podemos y debemos contribuir a construir desde nuestra ciencia política.