El sábado pasado quisimos con mi esposa Melissa matar el antojo que teníamos de comer carne al estilo llanera en un restaurante que vimos muchas veces al pasar por el frente. Siempre que está abierto, el trompo exhibe trozos de carne que se están asando y que desde la calle parecen frescos y siempre de buena calidad. Era lo que nos hacía sospechar cada vez que pasábamos pues por lo general habían dos o tres personas esperando un turno para ingresar.
Pero la suerte jugó en nuestra contra el día que nos decidimos entrar y probar algo de su carta. En el restaurante Nova Cocktail Bar, domiciliado en la carrera 8 #63-49, en uno de los sectores gastronómicos más abundantes de chapinero, las cosas no son lo que parecen y por el contrario son bastante desagradables, pese a su agradable apariencia de bar tipo retro.
Como era la primera vez que entrábamos, no rebuscamos mucho en la carta y pedimos algo simple: carne a la mamona, una limonada con yerbabuena y una cerveza. Nada excepcional que les fuera a complicar el servicio, pues el sitio estaba algo lleno por una actividad de la Secretaría de Integración Social de la alcaldía de Bogotá. Mientras esperábamos, decidimos entretenernos viendo los partidos de Bolivia contra Venezuela y en la otra pantalla tenían a Brasil humillando a Perú.
La pesadilla comenzó pronto. A los 10 de ordenar, la joven anónima mesera —nunca llevan identificación— trajo el servicio de carne desde la cocina, que más bien parecía recién sacada de la nevera: totalmente fría. Igual estaban los acompañantes del plato: papa, plátano y arepa boyacense. Tenían el aspecto de esos platos que sobran en las fiestas y que se dejan para el otro día. La limonada de Melissa estaba tan caliente que parecía sopa en lugar de jugo.
Pedimos que por favor nos cambiaran el plato y el jugo, en esas condiciones difícilmente se puede saciar un antojo. La diligencia de la mesera no fue suficiente mala suerte. De la cocina regresaron el planto incompleto y le habían quitado la arepa, por lo que tuvimos que llamar la atención una vez más. Hasta ahí las cosas ya iban mal pero se esforzaron en empeorar. A los 15 minutos de servida la mesa terminamos de comer con Melissa, medianamente satisfechos, pero los juegos de la Copa América en las pantallas en verdad iban bien y decidimos quedarnos todo el segundo tiempo. La goleada estaba asegurada para Perú y la Vinotinto ya iba ganando por dos goles.
Para “ganarnos el derecho” a permanecer en nuestra mesa pedí otra cerveza y a los cinco minutos vino la administradora del restaurante a arrebatarme ese derecho y se quiso llevar mi bebida casi intacta, así, sin mediar palabra y visiblemente molesta por nuestra decisión de quedarnos en nuestro lugar. A nuestro reclamo sólo respondió con devolver la botella y llevarse los platos. Ya no daban ganas de quedarse un minuto más.
Decidimos entonces pedir la cuenta y salir para siempre de ese mediocre negocio, sin ningún atractivo ya para que nadie nunca más se atreva a visitar. Al acercarme a pagar le pregunté a la administradora, anónima también, si podía optar por no pagar la propina incluida en la factura, pues decidimos con mi esposa mejor dársela a la joven que nos atendió, quien siempre tuvo que dar la cara y disculparse por la atención horrible que nos tocó y que se esforzó porque pasáramos un buen rato y la grosera señora respondió que era imposible.
Ya hartos de tanto atropello pagamos de muy mal humor y al salir les advertimos a los implicados que su atención había sido una porquería y que haríamos saber a cuanto cliente potencial se nos cruzara, que no valía la pena gastar dinero en ese lugar