Tras el más que criticable y condenable atentado terrorista que sufrió la Escuela General Santander de la Policía, quedan varias lecciones desde lo televisivo que, seguramente, se escaparon al ojo de los televidentes.
Las muertes, el dolor y la barbarie del acto no tienen ninguna discusión. Lo que sí tiene mucho para revisar y analizar es el origen e intenciones del mismo. Si bien el ELN se ha atribuido el acto, como espectador y conocedor de la televisión sí me quedan muchos interrogantes al manejo que se le dio a la información.
Las dudas van desde las más obvias que se refieren a la manera como la Fiscalía, ministro de Defensa y el propio presidente abordaron la información y el discurso, es decir, desde qué punto y con qué cristal lo hicieron.
Las instituciones han construido el discurso a partir de una investigación de los hechos y los autores, esto sin duda es fundamental y necesario, pero evitan con recelo, hablar de cuáles fueron las acciones u omisiones que tuvo la institución para que el hecho se perpetrara.
Ahora bien, esta construcción del discurso es la que replican Caracol y RCN en sus noticieros buscando ser el amplificador de lo que el gobierno quiere que la opinión pública mire, es decir, hacia donde quiere que ponga todo el foco de atención.
Lo importante es fijarnos es quiénes fueron los responsables del acto sin importar nada más, pero, como todo en la vida, la moneda siempre tiene dos caras.
Del otro lado, está el Canal Uno y sus noticieros que, tradicionalmente y por más de una década, han sido constantemente premiados como los mejores y los más independientes. La línea de investigación de estos informativos busca escarbar en las fisuras de la policía en lo que se refiere a la seguridad que debe rodear las instalaciones de una institución como lo es la policía nacional.
Para poner estos dos enfoques y sus radicales diferencias en dos ejemplos, si el televidente hace el ejercicio de buscar los informes sobre el atentado de los tres noticieros, se encontrará que Caracol y RCN dan un despliegue enorme al recorrido del vehículo por las calles de Bogotá, intentado reconstruir una información con unas imágenes que no aportan absolutamente nada.
No obstante, llenan minutos y minutos del noticiero con el mismo informe, para luego saltar a lo emocional de las víctimas y el dolor de sus familiares. Esto, claramente, para fortalecer la indignación que genera vernos sometidos a un acto como este. Para la información relevante de lo que puede ser el origen, motivación, consecuencias e incidencia del mismo se remiten a los voceros del gobierno para amplificar el mensaje que se quiere y cumplir el cometido de inducir al televidente a una óptica manipulada.
Por su parte, el Canal Uno hace una investigación en la que se pregunta por la posición y el discurso con el que la Fiscalía se refiere a cómo está llevando la investigación y hace una reconstrucción de cuáles fueron las posibles omisiones de la policía para que se diera el trágico hecho.
Entre los descubrimientos que hace, se encuentra que la puerta de acceso al lugar donde ocurrió la explosión estaba abierta porque se encontraba dañada desde antes del incidente, pero curiosamente después del hecho y de las pesquisas de los periodistas fue reparada inmediatamente. Podría uno preguntarse si realmente estuvo dañada.
Al observar la información que los noticieros llevan al televidente es más que obvio las diferencias que hay, pero, sobre todo, quiénes buscan amplificar la versión oficial para respaldar las búsquedas e intereses del gobierno y quiénes se hacen preguntas más allá de lo sucedido.
La televisión es una gran herramienta para generar opinión y, sin duda, los grupos a los que pertenecen los canales lo entienden y lo administran de acuerdo a sus intereses. Son empresas privadas y como tal, están en todo su derecho. Lo que le queda a la audiencia como tarea es dejar ese comportamiento típico de comprar la primero que oye o ve, y con eso, hacer juicios de valor.
En un país tan diverso y tan conflictivo como el nuestro, la polarización es nuestro pan de cada día y si no aprendemos, cada uno de nosotros, a buscar otros alimentos, viviremos comiendo lo que nos sirvan en la mesa… ¡en una condena no por obligación sino por elección y pereza!