Las redes sociales, especialmente Facebook y Twitter, se han venido convirtiendo en las herramientas fundamentales para manipular la opinión pública, a veces de manera irresponsable, e inducirla a crear fuertes grupos para que tomen decisiones o asuman actitudes frente a una determinada circunstancia preconcebida o adaptada a los intereses del manipulador, bien sea éste una persona natural o un grupo económico o político interesado en intervenir sobre una comunidad, generalmente sin el consentimiento consciente de sus integrantes. Es decir, aprovechándose de la ignorancia colectiva.
He utilizado en algunos escritos aquel término, “ignorancia colectiva”, y me he metido en problemas, porque a pesar de ser tan evidente, a muchos no les gusta la generalización.
Sin embargo, cuando uno ve los resultados de la intervención, deduce que la gente es manipulada, inclusive, de manera indigna. Los manipuladores entonces se declaran “ganadores y exitosos” y la gente, en consecuencia, para no confesarse burlada, traicionada o defraudada, le toca aguantarse el “cañazo” y convencerse de que actuó de manera consciente, de que eso era lo que quería o buscaba, sin ser así. Se actúa de esta manera por comodidad, miedo o autoafirmación.
Pero bueno, atendamos el llamado de atención, y digamos entonces que el principal soporte que utiliza el manipulador, el politiquero, el clientelista, el corrupto, o el supuesto “líder”, no es la ignorancia colectiva sino el aprovechamiento del “analfabetismo funcional”, que es la incapacidad del ciudadano, inclusive de aquel adornado con títulos universitarios, para utilizar sus conocimientos acumulados de forma eficiente y eficaz en las situaciones habituales de la vida; así diseñaron el sistema educativo y formativo; enseñan que las personas comunes no necesitan pensar, ni deducir, ni tomar decisiones propias, y de hecho, lo practican, pues para eso son los dirigentes, los mesías, los salvadores modernos, los administradores de lo público, quienes deben decidir por ellos, estimulando el analfabetismo funcional.
No estoy hablando del analfabeta en sentido estricto, pues este sí tiene incapacidad absoluta de leer, analizar y deducir, y por tanto es una víctima de la manipulación mucho más vulnerable, buscada y pretendida que las demás.
Así, está de moda crear grupos sociales en Facebook o Twitter, o perfiles falsos, para camuflar incapacidades personales de comunicación directa y difundir perversas especies preconcebidas en un grupo sin responsable auténtico, lo cual permite el anonimato de las noticias falsas o las opiniones interesadas. Mayor peligro se hará evidente ahora que van calentando las campañas electorales.
Es fácil, entonces, aprovecharse de ese analfabetismo funcional que caracteriza nuestra sociedad. Por ello es sorprendente que esos perfiles falsos de Facebook nunca sean cuestionados, ni por Facebook, ni por los usuarios. En ellos cae cierta audiencia receptiva que se traga el cuento de todo lo que ve y oye, porque para la ignorancia no se necesitan pruebas, ni verificar fuentes, no se requieren textos argumentativos, ni demostraciones o justificaciones. A veces solo basta un insulto, una desesperada expresión de envidia innovada en odio, como respuesta a lo que no se entiende o no se comparte. Por esta razón es que en las redes sociales ninguna afirmación es demasiado absurda para ser transmitida y así es muy fácil, por ejemplo, desacreditar a un periodista o a un medio de comunicación serio y responsable, que se esmera por todo lo contrario a lo cómodo e irresponsable.
La gente no se ha dado cuenta de lo sencillo que es abusar de internet, inclusive con promociones que han dejado muchos damnificados, con comentarios falsos, con manipulación de votos online, con amplia gama de ofertas de dudosos servicios; es muy fácil hacer que un video se vuelva tendencia. Pero lo grave es que estas experiencias deberían dejar muy claro que si las redes sociales son muy útiles si son bien concebidas, también tienen efectos muy negativos en el mundo real, principalmente en jóvenes y niños; efectos que luego de que se propagan se vuelven difíciles de contener.
Bueno, esa era la advertencia porque está de moda esta clase de comunicación. Y debemos insistir en esta exhortación porque las redes sociales se han convertido una parte muy importante de la vida de muchas personas, por donde navegan sin precauciones. Y pueden hacernos alegrar, como cuando nos expresamos entre familiares y amigos de buena fe, o nos pueden hacer enojar cuando somos sorprendidos por manipuladores que intentan cambiar el comportamiento para instarnos a actuar sobre algo, sin buenas intenciones.
Ojo pues con ciertos perfiles o grupos, hay una muy delgada la línea entre la buena fe de muchos y aquella persona que manipula a otros para obtener réditos. En este último caso, el egoísta, que no es persona honesta, ni transparente ni responsable, ve al prójimo como un objeto, una mercancía, una cosa, un recurso para aprovechar, y como si nada, riega chismes o calumnia a alguien, enreda a la gente en suposiciones, exagera los hechos, ridiculiza, insulta, etc.
En resumen, como seres humanos nuestras emociones suelen nublar nuestro entendimiento, haciendo difícil que podamos ver la realidad detrás de las intenciones y los motivos de las distintas formas de comportamiento. Los manipuladores son algunas veces muy sutiles y pueden pasar desapercibidos fácilmente, enterrados bajo las emociones que nos estimulan.
Debemos pues ser más analíticos, seremos nosotros quienes demos credibilidad o no a aquello que se nos informa, a la alucinación en línea y a la manipulación que genera una “ilusión de consenso a gran escala” para difamar, principalmente, a los críticos y periodistas serios a través de un posible efecto de arrastre.