Nota del retorno de un inmigrante colombiano

Nota del retorno de un inmigrante colombiano

"En Bogotá solo prima el individualismo y la competencia"

Por: Daniel Alejandro Páez
mayo 11, 2015
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Nota del retorno de un inmigrante colombiano
Ilustración: Renzo Vayra, tomada de elpais.com.uy

He regresado al país hace ya dos meses y debo reconocer que me ha costado mucho readaptarme a la dinámica de Bogotá. Hay ciertos hábitos que he incorporado en los años que estuve por fuera y que veo riñen con los hábitos de esta ciudad.

No quiero generalizar, porque no voy a reducir a Colombia a las fronteras de la capital, desconozco cómo sea esto en Bucaramanga, Neiva o Popayán.

Me refiero específicamente a ese lugar donde el otro no existe, o mejor, sí existe, pero como competidor. Esta Bogotá es muy competidora, pero no por ello competitiva. No voy de ninguna manera a hacer larga la lista, pero mencionaré solo dos ejemplos cotidianos:

1. La gente solo vive para trabajar, aun cuando esté fuera del trabajo. Todo su lenguaje es sobre su cotidianeidad laboral, por supuesto cuando tiene la suerte de estarlo haciendo; no abundan los espacios de desarrollo y entretenimiento en otras áreas del desarrollo humano.

2. No se puede pasar una calle pequeña sin tener que correr para que el conductor no le mande el auto encima. He visto a personas mayores correr con su bastón para poder pasar al acoso de un conductor. De acuerdo, sumaré una tercera: los ciudadanos parecen pelear todo el tiempo como si el "honor" fuera el mayor valor de este país.

Reduciré los alegatos solo a esos tres aspectos porque no es la idea que quisiera desarrollar en esta nota, pero me sirve como recurso. Lo que quiero expresar es algo quizá más del orbe íntimo y si se quiere trascendental: como ciudadano retornado y exmigrante no me siento incluido en esta ciudad, no me parece normal y no me gusta la idea de tener que ser más vivo y/o más pillo para lograr cosas. Esto me hace sentir lejano de amigos y familiares. Estando en otro país, y sin buscarlo, tuve oportunidad de conocer muchos estilos de vida, ideas variadas de logro, y algunas exquisiteces como como las artes plásticas y las exposiciones de pintura donde pueden ir más personas que las que la sola élite soporta.

Estoy haciendo un esfuerzo por no imprimir un estilo quejoso a este documento, quizá porque tengo una fuerte ética personal que me exige hacer algo cuando algo me incomoda, no me gusta solo quejarme sin tomar acción, pues otra de las cosas que aprendí por fuera, fue a movilizarme por medio de la vía política y el empoderamiento social, lo que acá tampoco veo; por el contrario, veo un fuerte prejuicio contra el sujeto político; a éste fenómeno se le conoce como anti-política: ese lugar donde se desprecian los proyectos colectivos. Como dije antes, en Bogotá solo prima el individualismo y la competencia.

Tampoco espero hacer una denuncia por esta vía.

El interés que cobija esta nota no es otro que el inspirado por la historia de Wakefield, de Nathaniel Hawthorne y citado por Borges en Otras inquisiciones. En él se cuenta la historia de un hombre que -llevado por una picardía jamás develada en el texto, salvo por el carácter de personalidad del personaje principal- decide un día irse de su casa y de su esposa por unos días que se convirtieron en semanas, luego en meses, luego en años y al final en décadas, solo para volver un día a casa como si solo unas horas se hubiese ausentado. Invito al lector a la lectura de este bello relato.

Esta historia la encuentro desgarradora y aberrante porque siento demasiada empatía y angustia con la esposa de este señor. Pero al mismo tiempo, no dejo de sentirme identificado con Wakefield, por haberme ido sin calcular el regreso y pretender después de algunos años encontrarlo todo igual. Borges reflexiona sobre esto alegando que es un final desastroso porque el autor intenta dar una conclusión preferible a la sola huida definitiva y lo pone en un lugar peor; un lugar patético donde el personaje ya no es él, y su casa tampoco.

Nathaniel Hawthorne, culmina la historia con estas palabras:

“En el desorden aparente de nuestro misterioso mundo cada hombre está ajustado a un sistema con tan exquisito rigor -y los sistemas entre sí, y todo con todo- que el individuo que se desvía un solo momento, corre el terrible albur de perder para siempre su lugar. Corre el albur de ser como Wakefield, El paria del universo”

Sigo buscando mi lugar en el universo, pero hoy no soy optimista en encontrarlo.

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