El cuerpo de agua por donde entró también la cultura anfibia a Barranquilla, hoy es víctima de desidia distrital
El poblamiento inicial de Barranquilla, según los historiadores, incluidos los de Indias (además de la hipótesis de haber sido un original asentamiento Kamach), entró por dos frentes: por tierra, de los indígenas mocanás y de los campesinos y ganaderos de las encomiendas del sur y occidente (Malambo y Galapa, principalmente), y por agua, de los indígenas, pescadores, campesinos y artesanos libres o fugados provenientes del Magdalena, de Bolívar y del mismo departamento del Atlántico, que en aquellos tiempos no tenían tales nombres.
Este territorio, encomendado primeramente al descendiente lusitano Nicolás de Barros, se convirtió en Barranca, una institución económica española que permitía el comercio entre hombres libres. Es decir, la Ciudad no fue fundada, sino que nació de un Sitio de Libres donde traficaba gente de piel blanca, negra, cobriza y mestiza.
Caños arriba y caños abajo
Las tierras bajas y cenagosas de esa Barranca en la ribera occidental de Río Magdalena en su desembocadura están surcadas por varios caños, conectados secuencialmente, entre ellos los que permiten el ingreso de la corriente fluvial, como el Caño de la Ahuyama y el Caño Arriba, que se conectan para darle curso a los que siguen la ruta de regreso al Río, como son el Caño del Marcado, el Caño de los Tramposos, el Caño de la Compañía y el Caño C.
El Caño Arriba y el Caño de la Ahuyama están río arriba, y los otros caños van río abajo. Como canta nuestra novia Estercita Forero: “El caño saludando al Magdalena/ con flores de bonitas batatillas…”.
Cuando se pescaba y se nadaba en los caños
Los abuelos que transitaron o se criaron en el entorno de los caños, no borran de su memoria los tiempos idos cuando los alrededores norte y sur de las riadas eran monte con animales salvajes y en las aguas limpias la gente pescaba y se solazaba con baños y nados apacibles.
Pero, además, por allí navegaban canoas, lanchas y barcazas que cumplían su misión de intercambio comercial entre la próspera ciudad, la provincia del río y el interior del país.
Mi padre, el músico Antonio Ramos Barrios, que era calafateador de lanchas que venían de Las Puntas del Cerro de San Antonio y de la región de La Mojana, se bajaba cuando la embarcación por el Caño de la Ahuyama atracaba en un puerto improvisado en el antiguo arsenal de la Base Naval del barrio La Luz, cargado el joven músico de gajo de guineo, saco de mango, sartas de pescado y calambuco de leche pura, camino a nuestra casa del barrio Rebolo.
“Cuando el caño se acabe, me muero”, sentenció una vez: pero el cuerpo de agua duró muchos años más, a pesar de la paulatina desatención, y él también, hasta el 2007, cuando ambos fallecieron.
Antes, desde la primera alcaldía del padre Bernardo Hoyos que comenzó en 1992, los cuerpos de agua de Barranquilla fueron dragados y limpiados permanentemente los arroyos que en ellos desembocaban. Incluso, con el Área Metropolitana se hizo un tour en lancha desde el nacimiento del Caño de la Ahuyama, a la altura del Puente Pumarejo, hasta la desembocadura del Caño de la Compañía, otra vez en el Río Magdalena.
Desastres y movilizaciones sociales
En el año 2008 comenzó la debacle del Caño de la Ahuyama, cuya longitud es de más de cuatro kilómetros. Los alcaldes de turno jamás echaron un vistazo por este canal por donde también entró “vagabunda y cantando en la distancia” la cultura anfibia o riaña a la ciudad.
“Cuando se construyó el corredor portuario entre la margen derecha del caño y las bodegas de la Zona Franca, se estrechó el cauce natural de este y se cerró su lado izquierdo con una barrera metálica alta, lo que lo hace colapsar en invierno ocasionando su rebosamiento hacia el costado contrario, causando enorme daño a más de cinco mil personas que habitan estos sectores”, manifestó sobre el caso el abogado Wilson Mancilla, líder social de La Chinita.
Por estas razones, siempre que llueve fuerte en Barranquilla, los arroyos del sur, cada vez más caudalosos y arrastrando toneladas de basura, vierten su contenido al Caño, de por sí ya cargado de sedimento y agua de alcantarilla, represándose y desbordándose afectando varias calles de los barrios La Chinita, La Luz y todos los sectores de Rebolo aledaños, de tal manera que las aguas invaden las viviendas destruyendo todo a su paso, especialmente ropa, enseres domésticos y hasta animales de cría y mascotas, y con ello la incursión de ratas, cucarachas y toda clase de bichos peligrosos para la salud humana, además de producir enfermedades gástricas, pulmonares y de la piel, hecho que ha llevado a la muerte a varios niños y ancianos sin estadísticas.
Esta grave situación viene siendo advertida cada invierno, ante el no dragado del Caño y la limpieza de arroyos, siendo que en cada desastre la alcaldía recorre los lugares afectados, se toman las fotos de postales en el paisaje y prometen solución, pero apenas envían colchonetas y alimentos viejos que ni siquiera la gente quiere recibir, sino que exigen la solución definitiva del problema: dragar el caño y la canalización bien hecha de los arroyos y su continua limpieza.
“No es posible que mientras inviertan en el Malecón para maquillar la Ciudad y un billón de pesos en árboles que la gente siembra gratis, el Sur esté abandonado, sufriendo cada aguacero por trabajos mal hechos o porque no resuelven a tiempo los daños que puede causar el invierno”, comentó Yolanda Pérez, trabajadora social del barrio Rebolo.
Para quejarse por esta calamidad, la ciudadanía de los sectores afectados y otros solidarios han realizados dos movilizaciones sin ser atendidos por el alcalde, y ya programan una tercera, aún más concurrida, el 19 de julio, un día antes cuando se quebró el Florero de Llorente, símbolo histórico de las razones de resistencia y revolución en Colombia.
Que esta vez, el Caño de la Ahuyama no sea un nuevo Florero de Llorente.