Hace un tiempo escuché conjugar el verbo participar. Con humor corrosivo el expositor expresó: “Yo participo, tú participas, él participa, nosotros participamos, vosotros participáis, ellos… deciden”.
La conjugación no pretendía hacer una broma sobre la Constitución Política colombiana del 91, motivo de la disertación, antes por el contario, se trataba de argumentar cómo en la práctica el “nosotros” no guardaba relación con nuestra identidad nacional y en la historia de los circuitos colectivos, al cual pertenece el término, no ha funcionado con sentido hermenéutico integrador.
De facto, según los medios, somos el segundo país más feliz de la tierra.
De lo que si estamos seguros es que el “nosotros” es un dispositivo semántico utilizado por las élites para ofrecernos la sensación de vivir ensamblados a la felicidad.
El término es una habilidosa forma de influir sobre la conciencia común al lograr que los intereses individuales adquieran un carácter social, como si la nación no se encontrara en condiciones de aberrante desigualdad.
La expresión hace parte del sentido como el poder se comunica, por ejemplo, cuando dice patria, escuela, universidad, partido, iglesia, familia, empresa o sociedad, supone que funciona con sentimiento totalizador, envolvente, de protección y amparo.
El “nosotros” cumple un objetivo político, es una red semiótica que crea lazos de unidad, consenso y aprobación universal.
De esa manera, los dueños del Estado, no se sienten perjudicados y el ciudadano de a pie acepta candorosamente que no existen asimetrías económicas ni dispositivos de exclusión.
Agenciar el “nosotros” tiene el objetivo de proveer a los sujetos fragmentados un paisaje común, de lo contrario las reglas no funcionan, los derechos y las pautas de comportamiento sociales se anarquizan y resulta ilusorio que funcionen las redes del mercado.
Es tan árido el terreno de la injusticia donde crece la lógica dominante que los espacios societales hay llenarlos semióticamente para que el control no se realice a palo seco, conforme a leyes e instituciones, sino mediante un lenguaje que configure la cohesión social.
En esa dirección el “nosotros” tiene una connotación pública, sirve para muchas cosas, adquiere un amplio margen de maniobra y simulacro, condiciona los antagonismos y contribuye a pensar la libertad, como si fuera una experiencia unificada.
El “nosotros” negocia lugares comunes, en sus terrenos coincide el bancario con el banquero, el magnate con el asalariado y el empleado con el patrón, no importa que las neveras de los marginados permanezcan melancólicas.
Como en las épocas del medioevo, la sensibilidad del dueño del campo coincide con la sensibilidad religiosa del labriego.
El argumento del “nosotros” debería producir lástima en quienes manejan el equilibrio social, tan quimérico, que más parece un gesto de cortesía que un compromiso político institucional.
Todo es postizo, en estas condiciones la sociedad duerme tranquila su desventura y su comedia. No existe solidaridad orgánica y la ética política es un teatro.
¿Usted se ha tomado la molestia de revisar si el “nosotros” guarda relación con la realidad material?
De admitirlo, si no pertenece a la élite de los vencedores, sino a la flor arrugada de los vencidos, llega a la conclusión de que no existen conjugaciones neutras, que históricamente los minorías necesitan modelar un lenguaje que contribuya a controlar, intervenir y vigilar el poder.
Orwell decía, con refinada ironía, que las nuestras son democracias donde “unos son más iguales que otros”.
Ya servirá Dios, la razón, el orden universal, el contrato social y cualquier ideología para legitimar el poder de los invictos.
¿Acaso los mecanismos tradicionales de la democracia liberal no están resentidos por todos los lados?
En tiempos de supuesta armonía el “nosotros” es lo único que existe, fuera de su ecosistema político nada es válido y los disidentes son señalados como herejes.
Se trata de mirar desde esa óptica los conflictos, que en adelante funcionarán como una metáfora legitimadora de la sociedad.
Lo que está en juego, cuando decimos y aceptamos el “nosotros”, son las políticas, las relaciones de poder y la dialéctica administrativa de un país.
En la lógica que gobierna la proliferación de sentidos gubernamentales “el nosotros” funciona como un plástico que cubre las contradicciones y hace que el mundo figure reencantado, tanto más si se lanza desde Davos en los Alpes suizos.
Con la tesis del “nosotros” se han cometido los peores crímenes, incluso el terrorismo, que con mentalidad irracional y prepolítica, lo reivindica falazmente.
En nombre del “nosotros” se han utilizado las armas para imponer la libertad, y en nombre del “nosotros”, el Presidente Reagan ordenó, en su tiempo, fabricar la bomba neutrónica, que mata a las personas pero deja intactas las propiedades.
¿Será esta arma el extremo escudo del neoliberalismo?
"Yo participo, tú participas…ellos deciden”.
Hasta pronto.