Dice Antonio Caballero —uno de mis columnistas de cabecera— que “el problema detrás del debate sobre las corridas de toros es la ignorancia”. (Semana).
Tiene razón, pero no solo en lo concerniente al debate sobre las corridas de toros. La realidad que subyace a todo debate, por encopetado que pretenda ser, es precisamente la ignorancia que tantos intelectuales se afanan en ocultar. (Por más amplia que sea la información que alguien recopile sobre algún tema, nunca será suficiente, el conocimiento no tiene límites. La presunción tampoco).
Relájense muchachos, que hasta el mismo Sócrates fue un ignorante confeso. Solo que dio altura a los debates con esa dialéctica exquisita —una especie de piqueo intelectual— que Platón reveló a la humanidad como “discusiones socráticas”. Tan presentes en la formación del pensamiento occidental, en los tiempos de la antigua Grecia, y tan ausentes en la deformación del mismo, en los tiempos de la actual.
En fin, “lo que vuelve imposible la discusión con ellos —la mayoría ignorante que no comparte con la minoría sapiente el gusto por los toros, traducción mía— es que no saben por qué ni para qué se torea”, se lamenta Caballero.
Vuelve y tiene razón. Probablemente no lo sabemos. Es más, estoy segura de que saberlo no cambiaría en nada nuestra posición. Sobre todo porque es, justo, tal ignorancia la que nos da el atrevimiento de opinar que las corridas deben acabarse.
Sin necesidad de clavarle banderillas a nadie.
Treinta heridos por cuenta del vandalismo
es un saldo que haría preocupar a los propios toros
—si leyeran periódicos y vieran televisión—
Lo que pasó en Bogotá aquella tarde de domingo, es injustificable. Treinta heridos por cuenta del vandalismo es un saldo que haría preocupar a los propios toros —si leyeran periódicos y vieran televisión— y perjudica, seguro, a los movimientos animalistas. (Yo lo soy por principio, no por activismo).
¿Infiltrados violentos?; puede. ¿Activistas a ultranza?; puede. ¿Interesados en perjudicar el legítimo derecho a la protesta pacífica?; puede. Vaya usted a saber. Lo cierto es que la situación fue fiel reflejo de una típica “discusión socrática” a la colombiana: insultos y trompadas, en lugar de argumentos y disenso. (Ay, don Sócrates. De su legado queda en pie lo mismo que de la Acrópolis).
Vergüenza de país es lo que se siente. Máxime con la politización del asunto. De un momento a otro los animales cobraron protagonismo, gracias a que las actuales generaciones han adquirido mayor conciencia del cuidado que la Naturaleza requiere y merece, y de que los derechos de todo ser viviente —los humanos, en primer orden— son dignos de consideración. De ahí la esperanza de que puestas en escena como las corridas, las corralejas, los coleos, las peleas de gallos, los shows de animales amaestrados, etcétera, se acaben por sustracción de materia. (Ni qué decir del secuestro, la desaparición forzada, las torturas en las cárceles…)
Alfredo Molano, otro respetado columnista, justifica su afición a la “fiesta brava” con una explicación que para los ignorantes es traída de los cabellos: “Las corridas de toros son una metáfora viva sobre la vida y la muerte; la riña de gallos es otra metáfora sobre las sangrientas rivalidades de la vida cotidiana: el pez grande se come al chico, los centros comerciales acaban con las tiendas”. (El Espectador). E igual se duele de que la discusión sea sobre “cuál derecho debe prevalecer sobre el otro: el respeto a la vida animal o el respeto de la cultura popular”.
Para él prevalece el segundo, es obvio. Lo que me permite suponer que también defiende costumbres “sublimes” como la lucha entre hombres y leones en el circo romano, la ablación del clítoris en aldeas africanas, la deformación de los empeines femeninos en la China profunda, los sacrificios humanos a los dioses que tanto significado tenían para los aborígenes… Respeto a la “cultura popular” y no se diga más. ¡Ignorantes!
Entretanto, acuciosos asesores de imagen de ciertos políticos notaron que el tema era con frecuencia trending topic en las redes sociales. A explotar esa cantera, entonces. A conseguir mascotas para las fotos. Y a sacar de la chistera el rollito antitauromaquia de ocasión, que en las próximas elecciones los toros irán a las urnas y podrán dar una que otra cornada, qué digo, victoria. (Con Odebrecht en el burladero).
Entre el matoneo y el manoseo, siempre se llevará la peor parte el toro. (Y no es una metáfora).
COPETE DE CREMA: Hoy es un triste Día del Periodista. Un periódico independiente, profesional y comprometido con los lectores, se fue. Y dejó un espacio vacío, cantaría Cortez. La semana pasada, próximo a cumplir 27 años, Vivir en El Poblado, precursor del periodismo comunitario en el país —por el que García Márquez manifestó admiración cuando visitó Medellín, después del Nobel—, cerró sus puertas, entre otras cosas, porque la ciudad no le retribuyó sus esfuerzos por sobrevivir. Una noticia que duele y mucho.