Más que una dudosa eventualidad parece seguro que esa será la segunda vuelta. La primera se puede ya analizar como un pasado y, como explicaciones a posteriori, entender las razones de lo sucedido a los otros candidatos.
La primera consideración es que para la inmensa mayoría de los votantes no aparecía el aspirante que pareciera llenar lo que se esperaría de un presidente. Ninguno generaba la confianza y la expectativa de ser el apto para llenar el cargo.
Esto permitió y propició que las campañas se enfocarán (aún más de lo habitual) en movilizar pasiones y contrastar con los defectos de los rivales, relegando el presentar las verdaderas capacidades que ofrecían como gobernantes. Con las consultas las diferentes polarizaciones (santismo uribismo; por o contra el acuerdo de paz; izquierda o derecha; etc.) se concentraron o redujeron la atención a quienes participaron y ganaron en ellas.
El escenario quedó dividido entre el rechazo al modelo y sistema que nos rige (no se puede hablar ni siquiera de oposición o alternativa a él puesto que es una motivación ya pasional) y las propuestas sobre diferentes modos de continuarlos; estos menos vehementes en identificarse con sus características y apoyándose más en presentar como peligroso un posible cambio. Petro logró su avance representando lo primero, mientras el resto disputaba el electorado que le teme a él.
Es lo que dicen las encuestas vinculadas a intereses detrás de ellas, pero aunque tienen más por objetivo inducir al votante que informar, acaban no pudiendo ocultar lo subyacente.
También lo confirman otros muestreos como el tamaño de las concentraciones o los pronunciamientos en internet después de los debates o en sondeos abiertos a todo público con muestras superiores a 150.000 participantes que ponen a esos dos candidatos -aunque en el orden inverso- a distancia de los otros.
No parece posible un cambio en tres semanas y mirándolo como el pasado todo se explica como un resultado lógico, que difícilmente cambiará una ‘debatitis’ que ya nada aporta excepto agotamiento a los candidatos y a los votantes.
Vargas Lleras contaba con ’la maquinaria’ cuando esta es lo que la gente rechaza
Vargas Lleras podría ser el que tiene mejores condiciones para ser gobernante (el más, experimentado; el que más programa y menos improvisaciones tiene; etc.) pero es justamente el más identificado con el sistema; incluso su posicionamiento no solo prometía el continuismo del modelo en abstracto sino el de su forma de funcionamiento con el clientelismo, corrupción, etc. que -como el dice- garantizaría la ‘gobernabilidad’. Contaba con ’la maquinaria’ cuando ésta es lo que la gente rechaza.
Fajardo, con su fijación por la educación, le faltó enmarcarla dentro de un modelo
Fajardo no fue tanto lo ‘tibio’ que apareció, sino que dejó la sensación que no tenía una dimensión de estadista. Su fijación por la educación es la que deberían tener todos los candidatos, pero le faltó enmarcarlo dentro de un modelo y una orientación general de qué es y para qué es el Estado. Por ejemplo para este tema la izquierda ve que es base de la igualdad de oportunidades y de la movilidad social, mientras que al desarrollista le interesa como fuente futura para incrementar el PIB y mejorar la competitividad en los mercados. El ‘ni,ni’ acabó siendo su identidad.
De la Calle tuvo difícil cargar con el escepticismo que se manifiesta por el proceso de Paz
Y De la Calle -como bien lo dicen- tenía calificaciones para un mejor resultado, pero era difícil cargar con el escepticismo que en este momento se manifiesta respecto al proceso de Paz; y en cuanto a la candidatura por el Partido Liberal, el fracaso no es del candidato ni de la campaña, sino de su Director, quien, con sus marrullas, montajes ilegales, y orientaciones ideológicas todo le desapareció (electorado, ideología, representación de los sectores sociales, compromisos con unos ideales sentados en la tradición y la historia a favor de los menos poderosos), y alienó a las huestes de la colectividad al punto volverlas una mayoría en su contra.
Para lo que sigue -la segunda vuelta- partimos de la base que ninguno de los dos -Duque y Petro- es idóneo o lo que se requeriría y desearía para gobernante, pero por eso es bueno comenzar a evaluar mejor sus características.
La primera, que ambos tienen una cauda -fanatizada si se quiere- alrededor de algo que no es de ellos ni son ellos. Duque en los que están con ‘el que diga Uribe’ y para nada les interesa el candidato mismo; y Petro en quienes tienen la idea de que él es ‘la izquierda’ que consideran la esperanza para el país.
No es tan seguro hasta dónde Duque se limitará a su turno a hacer ‘lo que diga Uribe’ pues quien sube al gobierno sube al poder (que antes no tiene); y si ejemplos tiene la línea uribista y santista es que lealtad no es parte del vocabulario (tanto el caso de Santos ante Uribe como del mismo Duque volviéndose Centro Democrático contra Santos)
Y en cuanto a Petro de izquierda solo tiene una afinidad con las ideas o temas progresistas (medio ambiente, agua, lLGBT, eutanasia, animales, etc.) pero ni él ni el M-19 defendieron nunca un cambio de sistema (estatización de medio de producción, o Estado planificador , etc.) sino solo protestaron contra su mal funcionamiento (corrupción, etc); en cambio sí es claro su temperamento improvisador, ‘adanismo’ que lo lleva a un populismo democrático porque asume que cualquier idea por venir de él es buena aún sin sustento o estudio teórico que la valide.
En cuanto a capacidades administrativas a Duque no se le conoce ninguna, lo cual no implica necesariamente que no pueda resultar una estrella que sin experiencia ni formación sorprenda y contradiga toda la lógica. Y las críticas contra Petro como pésimo administrador tienen bastante contrapeso en varias calificaciones no emanadas de sus contradictores naturales (prensa, establecimiento, derecha), pero lo que no es controvertido es su incapacidad de ‘hacer equipo’ ideológico u operativo (Navarro, Robledo, Clara López, Sánchez, García Peña no pudieron), y las dificultades que afrontaría en el campo de la gobernabilidad.