Un gran maestro y amigo me dijo un día que “los intelectuales son aquellas personas que de profesión leen la vida”, así fue como Paco Barrero resumió la responsabilidad de quienes se dedican al arte, a la educación, a la ciencia y con grandes excepciones a la política. Develar el subtexto de las medidas económicas y políticas, analizar las transformaciones culturales y sensibilizarse ante la desigualdad y la pobreza sería la tarea. Siempre aclarando que dicha lectura no significaría aislarse del mundo y volcarse solo a la academia, tampoco significaría necesariamente una militancia con alguna u otra organización política o movimiento social, pero sí con causas definidas y coherentes. Su mensaje era muy simple: leer, percibir, cuestionar, interpretar y provocar. Ser teóricos, prácticos, sinceros y dialécticos en nuestras creaciones.
Ahora ese mensaje cobra vida por sí solo, reconozco que son muchos los artistas que con sus aportes sensibles han propiciado cuestionamientos en las personas que completan su obra como públicos, que quizás no son virales, ni famosos, pero vitales para el desarrollo de nuestra sociedad. Artistas que han tenido que estar en el rebusque diario, o como dijo Boaventura de Sousa hace unos días, en el "emprendedurismo" que es otra manera de darle glamour a la precariedad. Somos el sector que ni es un derecho, ni es un negocio y a pesar de ello sobrevivimos como las cucarachas a la bomba atómica. Las crisis nos dinamizan la imaginación, pero desafortunadamente, no nos pagan los recibos, ni la comida, ni la salud, ni mucho menos la pensión. Los artistas de esta sociedad tenemos ligada nuestra suerte a la suerte del país, nada mejora en nuestro gremio, sin que eso no esté directamente relacionado a la economía, la política y la cultura colombiana.
Nuestra responsabilidad no cambia, es decir, nuestro objetivo principal de la creación sigue latente, la creatividad es algo inherente a todos los seres humanos, la sensibilidad, la belleza, la memoria y la provocación seguirán siendo parte de nuestro arte, pero ahora, además, debemos también salir a las calles, junto a nuestros vecinos, familiares y amigos. Salir y denunciar el modelo que fracasó, y que se niegan a reconocer, que tiene a otros países como Chile, en la efervescencia social y que a las malas quieren seguir imponiendo —no importa si eso significa vidas—. Este modelo que hoy se presenta con nombre y apellido “paquetazo neoliberal” determina nuestra creación, porque revitaliza discursos como que la cultura deje de ser un derecho y pase a ser una mercancía en el marco de la economía naranja, una idea darwinista de la economía cultural, en donde se salva el más fuerte, y los más fuertes no somos ni siquiera los colombianos, los acuerdos comerciales, la política de propiedad intelectual y las reformas tributarias, benefician más a los extranjeros que a nosotros, nos ponen a competir por igual con multinacionales del entretenimiento lo cual no es solo un despropósito, sino una incomprensión de la importancia de preservar nuestro patrimonio y defender nuestra identidad.
La economía naranja hace parte del paquete neoliberal, tema que no compete solo a los trabajadores de la cultura, sino a toda la sociedad, porque el valor cultural, es decir, nuestras ideas, emociones, valores, identidad, culturas, costumbres, creaciones, etcétera, quedarían supeditadas a la rentabilidad. Estaríamos feriando lo que somos. No, no se trata solo de solidarizarnos con nuestros conciudadanos, se trata de leer que todas esas decisiones nos afectan a todos, a ti y a mí.
Nuestra tarea, intelectuales, es también la de ayudar a no perder el rumbo, de permitir que las emociones nos atraviesen, pero darle razón a nuestros argumentos, que la ira de la desigualdad, los maltratos y hasta de los asesinatos, no nos nublen las ideas, que las necesidades no nos desesperen en las exigencias. Requerimos mantener los objetivos, ir a las causas alcanzables y no quedarnos en las consecuencias, seguir avanzando, unidos, sin pretensiones egoístas, caminar como un organismo, en donde cada parte es indispensable y con una función determinada, eso es trabajo en equipo, no somos iguales, pero nos fortalecen nuestras diferencias si trabajamos juntos.
La convocatoria a este gran paro nacional ha evolucionado con los días, los territorios y las personas, las recomendaciones de la Ocde (organización internacional dedicada a fortalecer a la potencia de EE. UU. y someter a países en desarrollo), definen la legislación colombiana con el beneplácito del “presidente de la República de Colombia”, condenando con un mayor énfasis a los jóvenes y a las mujeres, por medio de una reforma laboral y pensional (PL 222 de 2019), o de la privatización y alza en los servicios públicos por medio de un holding financiero, o del incumplimiento de los acuerdos con el sector educativo, etc.
En cada uno de esos temas se afecta a nuestro gremio de manera directa, la mayoría de los artistas no contamos con un contrato laboral, ni horarios de trabajo, ni tarifas de pago, como si estuviéramos predestinados al rebusque. Y como no contamos con derechos laborales, pues tampoco tenemos derecho a la pensión ni a la seguridad social, los recursos obtenidos por la estampilla procultura destinado a la pensión de artistas, lo direccionaron al programa de Beps, que como todos saben es un subsidio a la miseria. Y las reformas tributarias tanto la anterior como la de este gobierno, ponen en jaque a las organizaciones sin ánimo de lucro y benefician a los conglomerados del entretenimiento. Los artistas necesitamos desarrollar los puntos ya acordados y aportar al análisis del paquetazo neoliberal las implicaciones de la ley naranja. Son muchos más temas los que nos aquejan como sector por el abandono sistemático que hemos sufrido en todos los gobiernos, pero debemos ser sensatos entre nosotros, debemos priorizar y comprender que el alcance y enfoque de este pliego, presupone un modelo económico, político y cultural que debemos rechazar.
Todas las anteriores son medidas para avanzar en la estrategia neoliberal del país, sí, neoliberal esa palabra que pareciera ser sinónimo de todo lo malo, o incluso hasta un insulto, esa palabra que es la que deberíamos sacar de nuestro día a día, y que nadie se atreve a defender directamente, pero que todos los gobiernos sin excepción intentan aplicar. El neoliberalismo, otra excusa para negarlos la soberanía y someternos a las consideraciones de unas potencias que nos absorben como sanguijuelas. ¡El pueblo está mamado, carajo! No solo de Iván Duque, sino de todos aquellos que, como él, llegan a gobernar para el beneficio de otro país, como si el colonialismo no se hubiera acabado nunca, como si ya no necesitaran a un virrey porque tienen al vendepatria de presidente. Privilegian a la banca privada y fomentan la especulación financiera como la única verdad de crecimiento económico, claro está, nunca dicen para quién y reparten las sobras entre las familias que han gobernado por siglos este país.
Solo no olvidemos que somos la generación sin miedo, la de la Mane, la del paro agrario, la de las batas blancas, la de las revocatorias, somos una ciudadanía que despierta, que conocemos el sabor de hambre que deja la desigualdad, y que seguimos adelante, sobreviviendo. Hoy nos llenamos de dignidad y de resistencia. Somos la generación que nos ganamos el derecho a volver a empezar, de quitar de nuestro camino el lastre de la guerra que nada bueno nos dejó. Nos ganamos el derecho a soñar y a ser libres, a pensarnos autónomos y soberanos. Esa es mi generación, un canto a la verdad y la transformación. Porque lo único interesante de cometer errores como los que hicieron con este país quienes lo han malgobernado, es que ya aprendimos y no los repetiremos.
Mi invitación, colegas, es a emprender un viaje, aquí no resolveremos todos nuestros problemas, pero abordaremos parte de las causas, un viaje largo y que requiere una maleta ligera, capaz de desprenderse, transformarse y sobre todo de dejar los egoísmos a un lado, un viaje en el que nunca nos podrán faltar los principios, el humor y la valentía.
Con el corazón marchando…