Los colombianos están removiendo las barreras del silencio. Desde el pasado 21 de noviembre, millones de ciudadanos se volcaron a las calles y plazas de todo el país, convirtiéndolas en trincheras de inconformidad y rechazo a las actuales políticas del gobierno neoliberal de Duque. Un rotundo grito se escucha hoy en Colombia: ¡Ya no tenemos miedo!
Semanas antes del 21N, el gobierno Duque emprendió una política de zozobra mediática y pánico social. Miles de uniformados patrullaron las calles, allanaron viviendas y detuvieron artistas, docentes y estudiantes, con el fin de mantener la mordaza en la boca de los inconformes. Pero la realidad estaba cargada: el asesinato de líderes sociales, el bombardeo militar a 18 niños, el regreso de los falsos positivos, la imposición de políticas antipopulares, etcétera, sobrepasaron el límite de la inercia. Llegó la hora cero y el pueblo se lanzó multitudinariamente a las calles de Colombia; Bogotá, Cali, Medellín, Cartagena, Bucaramanga, Villavicencio, Tunja, Pasto, Barranquilla, Cúcuta, Riohacha, Manizales, Ibagué e incluso municipios tan olvidados por el Estado como Uribia en La Guajira.
El 21N triunfó la dignidad. Ni la lluvia, ni los gases, ni la manipulación psicológica detuvieron la fuerza del descontento social. Millones marcharon. Y solo fue el comienzo, ya que el paro nacional se mantiene. Como dijera Estela Hernández, indígena de Mexquititlán, en México: “En pie de lucha por nuestra patria, por la vida y por la humanidad. Hasta que la dignidad se haga costumbre".
El paro nacional continúa y se fortalece con cada hecho de violencia, perpetrado contra los colombianos. Mientras la sociedad marcha y protesta pacíficamente, el Estado reprime: las Fuerzas Militares intimidan y ultrajan, y el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) asesina.
Los hechos en los que el joven Dylan Cruz, víctima reciente del Estado policial, que el día 23N quedó gravemente herido, a causa del ataque de un agente del Esmad, quien le disparó una bomba recalzada directo a la cabeza, han enardecido aún más al pueblo en las calles, convirtiéndose en una nueva y punzante razón para continuar.
Ante el país y el mundo ha quedado evidenciado el tratamiento de guerra que el Estado colombiano le da la protesta social; abundante material audiovisual testifica cómo son las fuerzas policiales que organizan y desatan el vandalismo a través de sus agentes infiltrados en las manifestaciones o con provocadores pagos por la misma fuerza pública, con el fin de generar caos y así justificar la represión. Es curioso que en los departamentos donde el Esmad no hizo presencia no se hayan producido disturbios; aun así, el presidente Duque le aseguró este 23 de noviembre a la BBC que: “Rechazamos contundentemente las versiones que tratan de insinuar que es la Fuerza Pública la que promueve el vandalismo". Nadie lo insinúa señor Duque, está demostrado.
Los colombianos ya no tienen miedo. Colombianas y colombianos de todas las edades exigen hoy un cambio inmediato, se oponen a las políticas económicas neoliberales, a la doctrina de la seguridad nacional, la cual ha generado miles de crímenes de Estado, millones de desplazados, millares de desaparecidos y torturados, más de tres mil masacres…
El paro nacional que inició el 21N, y que hoy se extiende a su quinto día, es la expresión de la furia de un pueblo que lleva muchos años silenciada y amenazada. Este paro nacional ha generado nuevas formas de protesta y lucha, construyendo y fortaleciendo significativos lazos de solidaridad y apoyo entre el pueblo. Este se ha reconocido, se ha escuchado y ya no olvidará que ha luchado unido.
La unidad e integración de los pueblos también debe darse al interior de la patria, una que necesita ser reinventada por las mismas comunidades, expulsando a quienes han usurpado la soberanía y la dignidad por más de 200 años.
El pueblo colombiano se reconoce en las luchas de nuestra América (Chile, Ecuador, Bolivia —contra la dictadura de Añez—, Haití) y del mundo entero (Palestina, Yemen, Grecia, etcétera) que están en pie de lucha contra el imperialismo.
El pueblo colombiano se ha puesto de pie muchas veces, ha visto varias generaciones desaparecer bajo la bala criminal del Estado. Tal como se escucha en las calles por estos días, “somos el pueblo al que le han quitado todo, incluso el miedo”. Este pueblo es consciente de que no tiene nada que perder, pues ya casi todo le ha sido arrebatado, menos el ímpetu para construir la Nueva Colombia.