Estamos a pocos días de llevarse a cabo las elecciones en las que se va a definir quién es el nuevo mandatario de los colombianos.
El voto es un derecho y un deber ciudadano en las elecciones y en los eventos relacionados con los mecanismos de participación constitucionalmente autorizados. No obstante, nadie debe constreñir al sufragante o inducirlo al error mediante maniobras engañosas.
En el debate electoral que se viene llevando a cabo por estos días en nuestro país vemos que la forma de hacer política es acudir a las difamaciones, a los agravios, las mentiras y las calumnias. Seguramente que el desespero por no perder las elecciones los lleva a eso, pero no es la manera sensata para actuar.
Muchos preferimos la política con el sano debate de las ideas, la exposición de las propuestas sin acudir al populismo.
Preferimos que se hable lo bueno que tiene su campaña, quiénes lo acompañan, qué trayectoria tiene el candidato, qué tan realizables son sus propuestas, pero caer en las campañas rastreras no es lo mejor que le puede suceder a la sociedad colombiana.
Es por ello que muchos afirman no participar en política precisamente porque terminan cansados de escuchar tantos ultrajes que se lanzan.
Y lo otro es lo susceptibles que se vuelven algunos candidatos, que en cuanto escuchan algún desliz de su contendor ya están sintiéndose ofendidos y proceden a decir que lo van a denunciar ante la Fiscalía para que los investiguen.
Esto de entablar denuncias sin mayores elementos probatorios también es un problema, porque se está saturando a la justicia, cuando esta debería estar empeñada en casos que verdaderamente ameriten el esfuerzo.
Ya es tiempo de ir pasando la página de algunas prácticas políticas que se dieron en la primera mitad del siglo pasado, cuando la gente se hacía matar por la defensa de los partidos. Actuaban como bandas de paramilitares conocidos como los pájaros y chulavitas con filiación conservadora.
En consecuencia, reinaba el terror en campos y ciudades. Y todo sucedía por un fanatismo exacerbado que conducía a que los pobres sigan siendo pobres y los ricos disfrutaran de las mieles del poder.
En la actualidad, el escenario de las confrontaciones políticas son las redes sociales, y allí podemos observar que hay una buena cantidad de mensajes, memes y mentiras que inducen al ciudadano al error.
Las fake news son una modalidad en la cual se busca desdibujar la imagen del candidato que está aventajado en las encuestas, con la finalidad de poner a dudar sobre su idoneidad.
No es la mejor manera hacer política hablando mal del otro, eso desdice de la capacidad de quién sea vuelto dependiente de las actuaciones en el otro.
Así lo estamos viendo en la actualidad, cómo un candidato se dedica a hablar mal del otro y se le olvida presentar sus propias propuestas, lo que en el argot popular se conoce como “vivir colgado de la brocha”.
Dependiendo de los que haga el otro hago yo. Si el otro consiguió apoyo de los artistas, en seguida hago público los artistas que me apoyan a mí.
Lo critico y lo critico hasta desestabilizarlo; le sacó a relucir acusaciones seguidas para que no tenga tiempo a defenderse. Ese es el estilo de política que se viene desarrollando en nuestro país.
Y no se olviden de la desgastada y vieja forma que se ha hecho en varios países latinoamericanos, en España y Estados Unidos, donde se ha venido esgrimiendo que, si votan por cierto candidato, el país se vuelve como nuestros vecinos venezolanos.
Ya ese remoquete está desgastado, quienes repiten como loros mojados esa letanía es que de verdad se quedaron sin argumentos. Dicen por ahí que para vender la panela propia no es lo mejor hablar mal de la panela de mi vecino.
Por favor, señores, pasemos a las propuestas serias, al discurso elegante, a la oratoria conmovedora. Los insultos desdicen de quién los profiere; ese candidato no merece nuestro voto, ese candidato insulta porque no está preparado. Hagamos política seria. ¡Juego limpio, señores!
