El circo de La Habana terminó de la manera más pintoresca. Lo que iba a discutirse era cómo las Farc irían a juicio y serían castigadas por sus delitos sin número. Pues la cosa terminó en que las Farc nos van a juzgar, a todos los demás colombianos, y a llevarnos a prisión.
Sigamos los pasos de esta bufonada. Y empecemos por advertir, lo que muchos no advertimos de primera intención, que el papelucho que con tanta solemnidad leyeron los comunistas de Cuba y Noruega no contiene el tan prometido acuerdo sobre la espinosa materia que supuestamente se estaba discutiendo. No señores. Lo que apareció y se leyó y se firmó es un resumen de un texto que no se conoce, por la poderosa razón de que no existe.
He ahí la primera de muchas trampas que ese campo minado contiene. El acuerdo no existe. Lo que como tal se quiso mostrar fue un par de páginas que redactaron los abogados de las partes, a las volandas y tan mal pergeñadas como se pudo. De parte de Santos, trasnocharon Juan Carlos Henao y el supercontratista Cepedín. Y de parte de los héroes de la hora, el español Santiago y el inefable Álvaro Leyva. Insistamos mil veces: se trata de resumir un documento fantasma, inexistente.
En esas líneas farragosas y nauseabundas, se empieza por precisar que el trabajo de los jueces estará presidido por un documento que tampoco existe y que tiene tan mal pronóstico como pueda suponerse. Se trata de la Memoria sobre la Verdad, en la que unos iluminados nos contarán qué fue lo que hicimos, lo que sufrimos y vivimos en estos cincuenta años de tragedia. Por donde sale en claro que mientras la Memoria no exista, no sabremos quiénes son los culpables y los inocentes en el drama judicial. Hasta donde vamos, del primer grupo somos 47 millones de colombianos que nunca matamos ni secuestramos a nadie. Y los corderos pascuales son los 5000 asesinos que dirige Timochenko, con sus 450 años de condenas ejecutoriadas a cuestas, casi todas pronunciadas por homicidios.
Se quería saber si las Farc pagarían algún día de prisión, después de que dijeran tantas veces lo contrario. Pues como no se trata de impartir la justicia que conocemos desde los filósofos griegos, sino una nueva que llaman retributiva y restauradora que significa, en buen romance, que no habrá justicia, en ella no se menciona el único castigo conocido, el de la prisión, sino el invento de las restricciones a las libertades y derechos. Que por supuesto no se precisan. Todo es confuso, todo es oscuro, menos tu vientre, diríamos parodiando al gran poeta Miguel Hernández.
Esa justicia, así de ambigua y tramposa, da para cualquier cosa. Y sobre todo, da para nada, como conviene a esta farsa.
Condenados a lo que en últimas se propone, que paguen sus penas estos bandidos con fatigantes servicios en el Congreso, no como ujieres sino como legisladores, queda inmediatamente por tratar el tema de las víctimas. Que son lo primero. Que son lo esencial. Todo gira alrededor de ellas. ¿Y cómo hacerles justicia? Pues claro que no como se reparan las víctimas de todo proceso penal, con una indemnización en dinero, sino con declaraciones, con cuentos, con juramentos de que no les matan otra vez a sus padres o a sus hijos. De dinero, ni una palabra. La platica de la cocaína no se toca. Ni la del contrabando. Ni la del oro. Eso si quedó claro.
Ya resueltas estas cosas, la garantía de la impunidad para los bandidos y la seguridad de que a las víctimas no se les reconocerá ni con un peso por lo que los tratadistas llamaban el pretium doloris, venimos a la parte más revolucionaria y sensacional de toda la historia. Y es que el juicio no es para las Farc, sino para los que nunca tuvieron la ocurrencia de matar, secuestrar, violar, asaltar en su nombre. Esas sí son pruebas.
Unos jueces nacionales y extranjeros escogidos ad-hoc entre De la Calle, Jaramillo, Timo Y Márquez, dirán quién es culpable y quién es inocente en Colombia. Para las Farc no habrá problema, porque su gente confiesa, cualquier cosa que quiera confesar y se va para el Congreso, con Colombia por cárcel. Los demás, los que no tienen nada para contarle a estos confesores, tendrán un proceso contradictorio, con testigos falsos incluidos, y juzgados dentro del contexto, se van 20 años para La Picota.
Esa es la receta que entre Henao y Cepeda, Santiago y Leyva le prepararon a Uribe y a sus amigos. Así que el tema era cómo condenar a las Farc y la cosa terminó en cómo fusilar al uribismo. Este Juanpa es maravilloso, excepcional, brillante. Y esa es la “paz” de la paloma.