El masoquismo político colombiano no tiene límites. Nos insultan, nos roban, nos dan en la jeta y parece que nos gustara.
Por muchos años este país ha sido gobernado por los mismos apellidos y nada ha cambiado. Desde el siglo XIX los ciclos familiares se repiten y dejan sus legados para los siglos venideros. Ejemplos hay muchos, en 1934 y 1942 gobernó Alfonso López Pumarejo y en 1974 su hijo Alfonso López Michelsen, los Gómez empezaron con Laureano y siguieron con Álvaro y otros cuantos, de esa misma forma los Lleras, los Galán y los Gaviria van dejando su legado de delfinazgo. Pero si sabíamos que Misael se había robado las elecciones del 70, ¿qué esperábamos, que Andrés fuera el héroe del 98? No señores, sabíamos que iba a ser otro desastre y aun así lo elegimos presidente. Esto es solo la muestra para dejar de manifiesto que a nosotros los colombianos nos gustan los déjà vu políticos, pero no esperamos a que se den —no, eso nunca— los forzamos para que sucedan. Una ruina aún mayor.
Bien lo decía Álvaro Salom Becerra en su libro de humor negro y política colombiana titulado Al pueblo nunca le toca, cuando describía al presidente Eduardo Santos en las siguientes palabras:
"(…) el santismo es un estado de alma colectivo. La gente sigue la línea de menor resistencia. No habla porque es imprudente, no escribe porque es peligroso, no exige porque es inoportuno, no protesta porque es subversivo, no actúa porque es contraproducente. Y si se atreve a hablar, escribir o actuar, lo hace con reticencias, y ambages que diluyen la idea y desvirtúan la intención."
Con eso no podíamos esperar que Juan Manuel, 70 años después del gobierno de su pariente, fuera el revolucionario número uno de Colombia, él simplemente está actuando como los cánones familiares mandan. Ahora, no podemos esperar que el primo Pacho, si llegara a ocupar algún otro cargo público de elección popular de este país –Dios no lo quiera- sea la reencarnación de Cristo y se convierta en el salvador de este pueblo, éste será igual o peor que su tío abuelo o que su doble primo hermano.
Casos como estos abundan en Colombia, donde la ideología política de nuestros líderes es “laureano-marxistas” y todavía no entienden la diferencia básica y simple entre congresistas y parlamentarios, es decir, entre un sistema de gobierno presidencialista y un sistema parlamentario, un desastre desde cualquier punto de vista.
Seguimos y seguiremos eligiendo por apellidos mientras no conozcamos y reconozcamos nuestra historia, mientras los ciudadanos representados no entiendan sus derechos y obligaciones, y aún más importante, mientras sus garantías políticas no sean una prioridad real de la gobernanza.
En menos de dos meses se vienen las elecciones a Congreso y en seis meses sabremos quién es el presidente de este país y sin temor a equivocarme —con mucho temor realmente—, los apellidos serán los mismos y seguiremos dando vueltas en ese círculo vicioso al que nuestra tradición nos ha condenado. Claro está, que usted, él que lee este escrito tiene la posibilidad de cambiar esta historia o de continuarla. Usted decide.
@julianelpolit
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