La salida siempre fue desesperada, en las noches, en la madrugada, en medio de los gritos, las balas, la confusión; niños llorando, mujeres desconsoladas, hombres amedrentados. Se apagaron los radios, se instaló el silencio. Con el miedo acuestas abandonaron sus parcelas en Ovejas, Chengué, Zambrano, veredas regadas en los Montes de Maria, en las bellas ensenadas del Golfo de Morrosquillo; paisajes que entraron a formar parte del pasado, de albúnes de recuerdos familiares, de momentos tal vez felices.
Los años finales de los años 90 y el comienzo del siglo XXI fueron los más drásticos para los pobladores de los Montes de María, en el Caribe colombiano que tuvieron que huir para salvarse de las balas de paramilitares y guerrilleros. Fueron los años de la disputa territorial final entre los distintos grupos armados por el control de la salida al mar de la coca. En la costa caribe se remataba la ruta de la droga que partía del Magdalena medio donde se procesaba en cocinas ilegales la hoja de coca y tomaba el camino del Golfo de Morrosquillo y por el Atlántico encontrar la salida a Centroamérica, México.
Fueron los años crueles de las masacres y el terror. En el 2001 habían llegado a Cartagena 12.415 campesinos que dejaban atrás sus tierras, sus chozas, su vida. Pescadores, jornaleros y agricultores dejaron atrás sus oficios, sus saberes tradicionales para llegar con sus manos encalladas a enfrentar un mundo ajeno en la ciudad.
