Las cifras sobre el descenso vertical del número de nacimientos en Colombia puede significar para los historiadores del futuro el punto de giro de un país que cambió la esperanza por el pesimismo. La incapacidad para haber podido entender desde hace 10 años lo que significaba el éxodo de colombianos, llevó a ocultar la magnitud del fenómeno y las consecuencias sobre el ritmo de vida económica. La manía bogotana de explicar las remesas como una derivación del pitufeo de los narcotraficantes colombianos, los llevó a negarse a admitir que esa plata que cada mes llegaba para sostener hogares era fruto del sudor de millones de colombianos y no de las trapisondas de los capos .Pero cuando la cifra pasó de los 11.000 millones de dólares y alcanzó a ser más que el producido por la exportación de varios de nuestros productos, hasta en los Andes y en Raddar tuvieron que aceptar la realidad y empezar a mirar con otros ojos.
La plata que cada mes llegaba para sostener hogares era fruto del sudor de millones de colombianos y no de las trapisondas de los capos
Quizás todo no pase de ser admitido como una expresión del pesimismo que nos ha ido creciendo y que hoy nos lleva a acomodarnos y a no ser capaces de atrevernos a enfrentar las caducas oligarquías o las copiadas maquinarias que han sostenido el sistema y que ahora han pretendido promulgar el cambio. El hecho entonces de no querer tener hijos es la expresión de un país que ya no tiene esperanza y prefiere resistir yéndose a buscar lo que encontraron los que ya se fueron. Pocos se han metido a hurgar las motivaciones que millones de compatriotas tuvieron para irse del país.
Para muchos las razones expuestas pueden ser disculpas. Pero los que nos quedamos aquí. Los que no tenemos miedo de pensar en voz alta y nos atrevemos decir que estamos mal gobernados y que dejamos de ser una república democrática para ser un escaparate lleno de cajones donde solo caben los contratos y los contratistas, tenemos que ser muchos más para ayudar a encontrar de nuevo la esperanza.