Quizá nos esté pasando lo del cuento de Hans Christian Andersen; El traje nuevo del emperador, y apenas comenzamos a descubrir que el rey está desnudo.
Basta abrir las páginas de los diarios o los portales de noticias y uno tras otro nos llegan informes de casos de corrupción, como si la corrupción fuera algo nuevo en el país, como si no nos hubiéramos dado cuenta de que ella no atenta contra el sistema, sino que ella misma es el sistema, lo que no significa que no haya funcionarios o instituciones honestas, pero cualquier ciudadano de a pie sabe que la excepción son éstos, no la corrupción.
Quizá ya no recordemos el proceso 8.000 o los escándalos de la parapolítica o los autopréstamos del Banco Nacional en la década de los 80s con la complicidad de la Superbancaria y el Banco de la República. Ocurre que Colombia se caracteriza por su amnesia, por la costumbre de pasar de un escándalo a otro y no ver en ellos una trama, sino simples islas que no tienen nada que ver la una con la otra.
Hoy, recién publicada la encuesta bimensual de Gallup muchos se sorprenden de la desconfianza de los colombianos frente a sus gobernantes, partidos políticos e instituciones, lo que contrasta evidentemente con la creciente imagen favorable de las Farc, grupo que sigue siendo odiado por muchos, pero que genera hoy más confianza que los partidos políticos o el congreso. ¡Imagínense! A los colombianos les genera más confianza el grupo guerrillero que los senadores e, incluso, el sistema judicial colombiano.
Quienes tienen más de treinta años recordarán que cuando la guerrilla se tomaba un pueblo o volaba un puente nos decían que con todo lo perdido se podían haber construido tantas escuelas, tantos hospitales, tantas casas. Creo que ese discurso calaba mucho en la gente. La guerra sólo genera miedo, rabia, devastación y muerte. Sin ella, de seguro, el país sería mucho más próspero.
Ahora que la guerra, por lo menos en uno de sus frentes más duros, parece haber terminado, vale preguntarse dónde están las viviendas, las escuelas, los hospitales, los puentes que ahora sí se pueden construir porque ya ha cesado la destrucción. Sin embargo, los colombianos sólo ven más impuestos, inseguridad, aumento de los precios de la canasta familiar, desempleo y un largo etcétera. En la mayor parte de nuestras ciudades la gente tiene pocas esperanzas de que las cosas mejoren, incluso en una ciudad como Barranquilla en la que a pesar de tener un alcalde bien calificado por la mayoría y al parecer más popular que Dios (85% de favorabilidad) el pesimismo se ganó por lo menos al 60% de los encuestados.
Como en el cuento, una vez acabada la guerra, el ciudadano verá los problemas que estaban allí y los dejaba en un segundo plano, quizá con la creencia de que eran consecuencia de la guerra, cuando en realidad eran la causa de ésta. Lo que vemos hoy siempre ha estado en nuestras narices, sólo que hasta ahora comenzamos a darnos cuenta de que el rey está desnudo.
Pero saberlo no basta.