Los seguimientos como los rastreos que hacen los organismos de inteligencia también ocurren alrededor de las naciones, pueblos y continentes, sin que causen, por su magnitud, preocupación alguna.
Saber que alguien escudriña nuestra identidad, forma de ser, pensar y escoger, debería incitarnos a investigar cuál es la motivación, sin embargo, parece no inmutarnos.
Quizá el silencio se deba al desconocimiento que tenemos sobre los protagonistas que nos vigilan y trabajan con inconmensurable capacidad técnica y científica.
Que alguien se filtre en el pensamiento e interfiera en la forma de elegir las preferencias debe provocar alguna reacción.
Sabido es que desde las grandes metrópolis nos vigilan y sondean con sumo interés, no importa la condición social a la cual pertenezcamos.
Google Mapas, de la misma manera que conoce dónde está ubicada su casa, conocía las zonas forestales devastadas en el Brasil, pero no las denunciaba, porque entre grandes sociedades y estados subordinados no se pisan las mangueras.
Prender un televisor o un computador, en cualquier región del planeta, es admitir que desde los intersticios digitales se observan las actividades de los seres humanos.
Nunca antes habíamos sido tan importantes. Nos han creado la ciudadanía virtual y los aparatos móviles son las cédulas que nos identifican como sujetos de la especie humana.
Y así así vamos caminando cabizbajos por el planeta, como Australopitecos, inclinados ante el asombro del garrote, el hacha de piedra, la rueda, la pólvora y las armas atómicas, sin aceptar que son más los muertos provocados por las desigualdades sociales.
Triunfo del totalitarismo electrónico, en manos de quienes lo imponen y colocan en los mercados como la panacea salvadora de la humanidad, altísimo costo que paga por ser convertida en objeto de estudio, análisis y experimentación.
Una sociedad vigilada, como lo afirmaba Foucault, es disciplinada y dócil, en consecuencia gobernable.
Que Google venda, como lo anunciaron recientemente los medios de comunicación, millones de datos a escala mundial, y las compañías compradoras se alcen con informaciones sobre edades, género, trabajo, creencias, correos, localización y perfiles, no causa, como debería serlo, indignación.
Se dirá: es el precio de permanecer conectados y exhibir el carácter de ciudadanos del mundo.
En los Estados Unidos, residencia del “Gran Hermano”, hace algunos años, se conoció que la empresa Samsung, según el periodista Manuel Silva, espiaba a los telespectadores desde sutiles tecnologías instaladas en los televisores y vendía sus datos a terceros.
No solo conocía las comidas preferidas, los entretenimientos, los placeres dionisíacos y los rituales ofrecidos a las deidades del amor. El mercado requería la información.
Las libertades enajenadas de los televidentes y el uso de las redes sociales y dispositivos están al servicio del neoliberalismo y, a través de ellos, se promueven comportamientos políticos en los continentes, estimulan candidaturas, como aconteció con la trama rusa norteamericana, provocan primaveras políticas artificiales y desbaratan gobiernos.
Aturdido se sentiría Eric Arthur Blair (George Orwell), si pudiera observar que hoy la tecnología está en capacidad de hacer evaluaciones psicológicas, culturales, sociales y políticas al servicio de corporaciones privadas y gobiernos.
Con el tiempo será necesario que los organismos multilaterales, protectores de los derechos humanos, prohíban que los mercados financieros y empresas privadas nos vean, nos lean y nos escuchen.
Mientras tanto, es evidente que amplios estamentos de nuestras sociedades, a nivel continental, saben que se encuentran vigilados y “visten” uniforme, como en los manicomios, asilos y campos de concentración, listos para ser conducidos a módulos de reeducación o al exterminio.
Que Google, Yahoo, Facebook y los sucedáneos gigantes informáticos conozcan el arsenal de páginas visitadas, personas contactadas, dónde se encuentran los internautas, cuáles son sus tendencias consumistas y posiciones ideológicas, induce al universo a convertirse en súbdito del mercado.
Salam aleikum.