Hace unos años el equipo de Agenda Mujer en Cali, colectivo maravilloso que nos invita a poetizar la vida cotidiana, diseñó esta preciosa carátula en la que una belleza total nos invita a hacer de la vida y el cuerpo una fiesta y además conmina a los guerreros todos a parar la guerra para poder dedicarnos a lo que realmente importa y alegra: escuchar música, bailar, celebrar.
Un tiempo después, en un Festival de Música del Pacífico, mujeres de varias organizaciones llevamos un enorme cartel que parafraseaba esa inspiración diciendo: “Que se callen las metrallas, que queremos bailar currulao”. Hubo gran entusiasmo del público cuando agitábamos nuestra pancarta y desde la tarima la voz de los presentadores la leía.
Ha pasado otra década queriendo celebrar plenamente la vida, queriendo que sea un motivo de celebraciónhaber nacido en un cuerpo de mujer, que nuestras decisiones y caminos emprendidos no sean motivos de discriminaciones, violencias y precariedades. Una década más de un país en el que queremos desarrollar el potencial para ser felices que tenemos y las injusticias y desigualdades nos enturbian la posibilidad. Más bien se ha instalado un ritmo fastidioso de “un pasito pa´ delante, un pasito de pa´ atrás”
Estas semanas han sido un resumen perfecto de ese ritmo rutinario: muchas personas estaban celebrando que en el Congreso de la República por fin se aprobó la Ley que castiga los feminicidios en Colombia, enviando un claro mensaje de la gravedad que tiene para una sociedad cuando el hecho de ser mujer representa un riesgo adicional para la vida, la dignidad y la integridad. Esa ley tuvo, como todos los adelantos a favor de los derechos de las mujeres, muchos obstáculos y muchos esfuerzos detrás. Por eso la merecida celebración.
Sin embargo duró poco el entusiasmo, porque la propia justicia, encargada de materializar los avances legislativos, envió un fuerte mensaje de desconocimiento, trivialización, corrupción e impunidad: dejó libre al paramilitar Alejandro Cárdenas Orozco, alias JJ, uno de los torturadores y violadores de Jineth Bedoya, periodista que se ha convertido en símbolo de la fortaleza moral y coraje para enfrentar la violencia más silenciosa e invisible, más duradera y dañina en sus efectos: la sexual.
La frase con la que respondió Jineth cuando conoció la decisión de la Fiscalía se ha vuelto emblemática entre miles de mujeres y hombres, porque representa mucho de lo que sentimos quienes mantenemos la esperanza de una vida que merezca ser celebrada: “Tengo el corazón golpeado y la dignidad intacta”. Todo lo contrario que el sistema de justicia, quien queda con la dignidad malherida, por cuenta de las mil sospechas que recaen sobre tan dudosa decisión, reversada al otro día por los superiores, en un espectáculo que ya se ha vuelto común en el circo que antes era la rama más decente del poder público en Colombia.
Hay que tratar de entender el lugar de todo el entramado de violencias, las de las parejas, las de los actores armados, las de los grupos económicos y las de los medios de información, para no quedarnos en análisis aislados.
Para esto, me parece vital escuchar voces de académicas, como Rita Segato, antropóloga argentina, quien afirma sobre el momento histórico que se vive en el mundo: “El paradigma de explotación actual supone una variedad enorme de formas de desprotección de la vida humana, y esta modalidad de explotación depende de la disminución de la empatía entre personas que es el principio de la crueldad. De ahí hay sólo un paso a decir que el capital hoy depende de una pedagogía de la crueldad, de acostumbrarnos al espectáculo de la crueldad… Muchas veces esa crueldad se exhibe aún más en el cuerpo de las mujeres”[1].
Por el avance en esa pedagogía de la crueldad enorme que requieren las “locomotoras del desarrollo”; porque llevamos décadas perfeccionando la falta de empatía e interés en dolores y tragedias; porque hemos endurecido la conciencia y “el cuero” para preservar un centímetro de supuesta salud mental; porque aunque se silencien los fusiles y los bombardeos, el cuerpo de las mujeres sigue siendo territorio de conquistas y despojos violentos; porque desde púlpitos, estrados y micrófonos se sigue apuntando y haciendo blanco en nuestra integridad, muchas mujeres hoy no celebramos los avances legislativos. No nos ganamos nada con tener leyes de avanzada, si la vida cotidiana sigue siendo un infierno de violencias, impunidadesy legitimaciones.
Por eso también hoy muchas mujeres que han pasado ya por procesos de posconflcito, en los que la historia ha quedado en deuda con ellas en asuntos de verdad, justicia, reparación y no repetición, como las sabias guatemaltecas, afirman que “Nos hacemos justicia, sanando nuestras vidas”. Es decir, con nuestros corazones golpeados y nuestra dignidad intacta, no depositaremos nuestra esperanza en la justicia patriarcal, sino que avanzaremos por nuestra cuenta en reparar nuestras vidas de las huellas de las violencias, intentaremos volver a nacer y educar una nueva generación de mujeres y hombres que logre limpiar el basurero material y moral que les estamos dejando por herencia. Tal vez ellos y ellas puedan por fin celebrar.
@normaluber
[1] “La pedgogía de la crueldad” en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-9737-2015-06-01.html