Agredido, según las buenas costumbres de nosotros los de abajo, resultó el comandante Jesús Santrich ante el “humor” desplegado como arma de clase por el delfín Daniel Samper Ospina, que ha hecho de su arte un poderoso instrumento de discriminación que blande de manera diferencial de acuerdo al “pedigree” que le conceda al entrevistado, porque el eje transversal de su divertimento es recordar al pueblo que como su papá Daniel, travestido de juglar, de cómico, de académico, de hombre de pueblo, pero sin olvidar ni un minuto su origen de clase, le dijo: “Somos parte de una oligarquía que manda el país”.
Y el niño, que mamó de eso, no lo olvida y lo usa para zaherir, para recordar y reproducir esos valores porque la conservación del precepto eterno es también asunto de él, que es impedir que la opción popular que encarna el partido de las FARC, avance, sabotearla, aventarle a la cara lo que el establecimiento le dijo que dijera y que ha oído repetir por boca de todos sus antepasados: somos los que nacimos para mandar el país; cuidado que se nos sientan en la mesa, en el patio trasero tal vez, en elecciones, con sus límites, podemos aceptar que se manifiesten, pero que se olviden de que van a entrar a la sala de la historia. Son los impresentables, los “charros”, los “lobos”, los “subidos”. Ahí vienen, y usted que es un auténtico delfín, tiene el deber de clase de proteger el legado. Y para ello le dieron al niño la potestad de reflejar a la sociedad a través del “humor”.
Que se encargue de recordar a Lucho Garzón que es un borracho de andén como sus mayores y que su madre fue “sirvienta”; repetirle a Angelino Garzón su origen enraizado en los chorizos y la longaniza; dejarle claro a Claudia López que no viene del Jockey Club sino de la vivienda asignada a “la de la limpieza”, en una escuela del pueblo y que el régimen la necesita solamente de gancho ciego, como carga ladrillos de la “democracia”, que agite algunas tareas aparentes y confunda y reine, hasta que “los que mandan” se lo permitan; decirle a Yidis Medina que su estética no es la de la talla cero y su mismo nombre ya le da un lugar de clase; ubicar a Roy Barreras sobre su lugar en la pirámide, porque papá Daniel sentenció que “algunos delfines son decentes….pero los caimanes funcionan a dentelladas y son los hijos de los padres presos que anuncian que se lanzan a la política a reivindicar el nombre del padre y los eligen”, y en fin a usar como arma de guerra de clase un humor heredado y cultivado en los cenáculos de las oligarquías bogotanas, donde todo lo diferente es “impresentable” y la criminalidad es válida y patrocinada, si y solo si, cuando tiene cuello blanco.
Y es el nombre del padre el que reivindica el delfín, youtuber de 40 años, en clave de psicoanálisis, cuando afirma: “No sé qué hubiera sido sin el ejemplo de él, marcó una influencia inevitable”. Daniel Samper, el líbero, el padre que interpelado en una entrevista, en medio del proceso Ocho Mil, que desgarró al país y lo sumió en una claridad mortal que permitió ver hasta donde habíamos caído, acerca de si le hacia recomendaciones a su hermano Ernesto, cabeza de un monstruoso concierto criminal con el Cartel de Cali, respondió: “Que evite el que galicado”, respuesta que merece, de lejos, ser considerada la más cínica que periodista alguno haya dejado como legado a la villanía del oficio de periodista investigador, practicado de manera tan selectiva. Humor “fino”, diría esa clase, sin inmutarse, dejando por fuera un comentario esperado, una toma de distancia necesaria, entre la familia y el sindicado.
Y en el nombre del padre le regalaron al niño título de periodista, columna, y le ratificaron que todo con el pueblo, pero sin el pueblo, y le compraron revista, para que ademas de exhibir y argumentar y defender el derecho de las mujeres a ser cosificadas, era legítima la befa, la burla a las historias de los cuerpos de las mujeres, y entonces el delfín creativo, mostró su colmillito y sentenció exhibiendo el pecho descubierto de una indígena: “Esto es lo que usted no verá en Soho”, otra perla digna no de la Loboteca de su padre, donde se burla de la cultura popular, sino del museo de las ignominias.
Y así, impunes caminan por el país y su historia y se autodenominan de “izquierdas” y se parapetan detrás de un medio de comunicación, de un elefante, de un cargo diplomático a perpetuidad, y se lucran construyendo un relato nacional en el cual Vargas Lleras es un “tipo querido”, que cachetea a su escolta y avala criminales, y es por eso que el delfincito de 43 años se siente con poder para pedirle cuentas a las FARC sobre el proceso de entrega de bienes, embosca a Jesús Santrich, blandiendo su odio y tomándolo como el sparring del pueblo, e intenta golpearlo, burlarlo, y cual ilustrado déspota lo coloca en el lugar del pueblo, o sea como menor de edad sin memoria, y se asume juez del lado correcto, claro sin efecto alguno sobre los sentimientos del entrevistado, fraguado en mil batallas.
Los procesos judiciales en Colombia van despacio en unos casos y acelerados en otros, dependiendo siempre del tamaño del marrano, o mejor, del elefante; y entre los expedientes congelados que no progresan está el del crimen de Álvaro Gómez Hurtado, otro aristócrata, asesinado por los suyos, y de la mal llamada “monita Retrechera”, Elizabeth Montoya de Sarria, que por ser del pueblo, no tenía nombre, sino de suyo alias, como “El hombre del overol”y “El hombre Marlboro”, todos asociados al gran entramado sobre el cual se construyó el amancebamiento entre el candidato presidencial del período 1994-1998 y el Cartel de Cali y en donde unos eran bandidos y otros conservaban sus nombres impolutos y sus descendientes se atreven hoy a exigir cuentas y listas.
Más urgente que la lista de los bienes de las FARC-EP y más definitivo para el futuro de Colombia es establecer cómo las clases dominantes terminaron siendo el cuerpo de un gigantesco aparato criminal que obligó a la guerrilla a asumir su contención y a enfrentarse a sus esbirros militares, paramilitares, eclesiásticos, judiciales, periodísticos, políticos y parapolíticos, ganaderos, industriales, narcotraficantes... de amplio espectro.
Papá Daniel dice que “la oligarquía colombiana, para que sepan, ya está engendrando niños de dos cabezas”. Suponemos que ese ser bicéfalo, tiene concreción en su hijo: Con una cabeza blande su mueca, su odio frente al insurgente, al pueblo que se levantó en armas, y ahora, PUEBLO levantado en POLÍTICA enfrentado a los que “mandan el país”, como dijo papá Daniel en uno de sus momentos más sinceros, cabeza con la cual reta al entrevistado y con su bastón de mando de humor oligárquico le promete que hará todo lo posible por derrotarlo. Y con la otra cabeza, olvida que por la vía mas genuina de pertenencia dentro de la nobleza, como es la sangre, hace parte de un gigantesco consorcio criminal entre el cartel de Cali y su tío Ernesto, “El Hombre del Elefante”, de sus delitos asociados y el enorme lecho de dolor y muerte que constituyó esa etapa para Colombia.
Sorprenderse por el desprecio de la oligarquía colombiana al pueblo sería ingenuidad. Lo que se impone en el marco de la reconciliación son acciones concretas: como acto profiláctico para la verdad, justicia, reparación y no repetición, hay que establecer de manera clara el concierto para delinquir y los crímenes asociados , entre el Cartel de Cali y Ernesto Samper Pizano y las figuras jurídicas a través de la cuales podría junto a sus cómplices someterse a la justicia en el marco del proceso de paz. Es justo y necesario.
(La autora de la columna pide ser excusada por cada que galicado usado )