Siempre me han gustado mis camisas blancas, como muestra de mi estado de ánimo y como símbolos de paz. En un día festivo y soleado, me hacen sentir en el hermoso Caribe y con ganas de cantar y bailar, armonizando ellas mi cabello casi blanco con mi alegría.
Y no me gustan las camisas negras porque simbolizan luto y me recuerdan a los “camisas negras” (squadristi) que fueron organizados por Benito Mussolini como el instrumento de acción violenta por parte de su movimiento fascista.
Pero en mayo de 2021, en Cali, aparecieron unos individuos que se autotitularon “camisas blancas” y que lograron matar mi orgulloso amor por mis camisas blancas, a tal punto que sentiría vergüenza de salir a la calle con una casaca blanca.
Esos personajes, los “camisas blancas de Cali”, se consideran ellos “gente de bien” o “ciudadanos de bien” y, como muestra de su bondad, salen en manifestaciones o se ubican en ciertos puntos de Cali para enfrentar con violencia a los que nos manifestamos en contra de todas las injusticias y arbitrariedades que venimos sufriendo los colombianos en muchas décadas de gobiernos lejanos del sentimiento popular.
Esos ciudadanos blancos salieron a marchar en el oeste de Cali, a amenazar con 25.000 armas de fuego (palabras de ellos mismos) a los estudiantes de Univalle y a disparar contra la minga indígena. Porque “no es posible y no vamos a permitir que esos vagos, indios y vándalos nos quiten la tranquilidad y nos secuestren en nuestro propio territorio”.
Y esos agresores fueron apoyados por las autoridades del Estado colombiano. Y el baño de sangre se vio venir. Y lo peor, muchos de los que hasta ese momento eran mis amigos, apoyaron la “noble causa” de las casacas blancas. Y en las redes declararon la guerra a nosotros los ciudadanos del mal.
Yo les pido de rodillas y les suplico humildemente, honorables ciudadanos de bien, que sigan uniformándose con casacas negras, que sigan yendo a misa los domingos, que piadosamente sigan comulgando, que nos dejen en paz a los que creemos en un mundo más justo y que busquen en otro lado al verdadero enemigo. Y, por favor, devuélvanle la dignidad a mis camisas blancas.
No temo por mi vida. Temo más a volverme insensible ante el sufrimiento del pueblo colombiano.