“No venimos a robar a nadie”

“No venimos a robar a nadie”

Venezolanos en Colombia hablan de la experiencia de reformar una vida después de salir de su país y del temor a ser excluidos y maltratados por la estigmatización política

Por: Néstor José Rueda
mayo 05, 2017
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“No venimos a robar a nadie”
Foto: Semana.com

 

“No venimos a robar a nadie, venimos a trabajar”, las palabras son de Carmen Lucero Gonzales. Ella vino a Colombia hace más de año y medio desde San Antonio, estado de Táchira, ciudad fronteriza que el año pasado fue protagonista de la deportación masiva de colombianos por orden del presidente Nicolás Maduro. Carmen dice que ese hecho marcó a los venezolanos en Colombia porque se les comenzó a señalar y culpar por las decisiones del presidente: “Cargamos con lo que nos hizo Maduro a nosotros y ahora aquí nos quieren culpar por lo haga Maduro contra los colombianos. Somos hermanos, a nosotros nos duele eso también”.

Gladys Olaya es colombiana de nacimiento, pero vivió 44 años en Venezuela, un país al que considera le debe todo y del que no se despega a pesar de las circunstancias. Para ella, que trata de reubicar a muchos venezolanos que están llegando, el trato de los nacionales ha sido bueno sin dejar de preocuparse por casos de gente a la que se emplea con un salario previo definido para después no pagarles nada o muy poco, o de los que aprovechan la necesidad del otro para obligarlo a trabajar 18 horas diarias.

Gladys habla de su experiencia personal como inmigrante y cree que las actitudes excluyentes, más contra los venezolanos, no tienen justificación: “No dejo de ver personas que dicen que los venezolanos están llegando a quitarles la comida. Yo digo que nadie está viniendo a quitarle la comida a nadie, no hay razón para tratar a una persona de esa manera. Como en una época nosotros fuimos los que íbamos a Venezuela, pues la situación era mejor, si podemos darle la mano a aquel que alguna vez también nos la ofreció, por qué no hacerlo.

Como Gladys hay venezolanos que sienten un cambio de actitud entre la primera acogida y el trato que se les da actualmente. Maribel Lopera es una de las que perciben ese cambio en la aceptación que les dan los colombianos. Viene de San Juan de Los Morros, capital del estado de Guárico, llegó a Medellín hace cinco meses para trabajar en confección, el mismo oficio que desempeñaba antes de salir de su país: “Al principio fue muy buena nuestra llegada. Ahora ya le gente se ha vuelto más cerrada, más selectiva, se notan preocupados, piensan que les van a quitar el trabajo. Tienen miedo que nos privilegien, que nos prioricen y les quiten las oportunidades a colombianos que las necesitan”.

Un estigma político

Para Jesús David Girado, Doctor en filosofía de la UPB, hay dos vertientes claras en el temor al extranjero en general y al venezolano en particular. Una es la carga política con que por parte de los colombianos se tiende a señalar al que venga de Venezuela, una relación estrechamente ligada a la izquierda: “El imaginario colectivo colombiano empieza a pensar que un venezolano es sinónimo de chavismo y lo empezamos a ver como una especie de amenaza, alguien que va a empezar a hacer una especie de proselitismo en nuestra sociedad desde la vertiente política del socialismo”. Girado agrega que la fractura diplomática que se produjo en los gobiernos Chávez-Uribe es todavía motivo de resentimientos entre venezolanos y colombianos, y persiste aún la división tajante de una identidad política y cultural relacionada con el país del que se provenga.

Girado explica que en el plano global siempre hay un sentimiento de temor hacia el extraño, mixofobia, en el que desde el discurso político y el común se apela a la amenaza que el otro representa para rechazarlo: “Se piensa que el extranjero es alguien que viene a quitar el trabajo y a generar condiciones de caos. Todo lo extraño genera un poco de miedo en la medida que esa persona supone una especie de quiebre en la continuidad de la vida y la permanencia en las condiciones de identidad en la que nos encontramos”.

Arrancar de cero

“A mí me tocó pasar por el río, porque estaba cerrada la frontera y los venezolanos no podíamos salir. El colombiano podía salir y decir que renunciaba a estar allá y no lo podían detener. Tocó por caminos verdes, como dicen, por trocha; nos agarró la guardia, nos extorsionaron para dejarnos pasar, a algunos se los llevaron presos”. A Lucero algo que intenta pasar con agua del grifo se le trunca en la garganta, bebe un poco y continúa: “Yo me vine porque no me podía quedar con los brazos cruzados. La situación que no mejoraba y todo echando para atrás; pues qué mas hace uno. Llegué y no sabía dónde iba a dormir”.

Gladys evitó el periplo por el que pasó Lucero al ser colombiana; la estabilidad que tenía antes de la crisis de poco le ha servido ante la escasez de alimentos y medicinas: “Nosotros venimos porque aquí hay un mejor trato, hay comida y principalmente la salud. Qué haría yo en Venezuela si tengo que vivir pegada a una máquina de diálisis, ya me habría muerto”.

A Maribel se le hizo imposible conseguir material para sus diseños y en lo único que podía trabajar era reparando prendas, entonces se convenció que debía salir; vino sola primero, a buscar a su hermano; no tenía documentos, había perdido siete kilos: “Aproveché la expansión de mi profesión y conseguí trabajo rápido. Busqué cupo en un colegio donde pudieran recibir a mis hijos y regrese a Venezuela para hacer un presupuesto y arrancar de cero. Vendí mi carro y me vine con lo que me dieron por él. Me traje lo básico para trabajar y vivir”.

Mal no es peor

Lucero se levanta entre semana a las cuatro de la mañana, arrastra un carro de comida rápida hasta su punto de venta y vuelve ya entrada la tarde a su casa. En medio de lo difícil que resultaría un horario así para cualquier trabajador, Lucero no se queja, y prefiere eso a tener que regresar a Venezuela: “Allá nadie está trabajando, todo los negocios están muertos. Yo no podía conseguir harina para trabajar, y si conseguía no me compraban”.

En Venezuela, Maribel manejaba su propio negocio, era independiente y reconocida en su ciudad. Dice que Colombia es difícil, que tiene una burocracia muy complicada: “Son tres meses de permiso y tres meses de prórroga. Directamente llegas sin salud, sin educación, sin una casa donde dormir. Yo no sé cómo hace tanto venezolano para estar acá; la mayoría no viene como yo, viene mucho peor”. Y así Maribel prefiere las dificultades de Colombia que un incierto regreso a su país.

Para Gladys es difícil que alguien de Venezuela quiera regresar en este momento a su país, más cuando por los medios solo se ve el recrudecimiento de la violencia y la agudización de la falta de comida: “Si los venezolanos que están aguantando hambre pueden llegar a una parte donde tengan comida y alojo, así no tengas las misma situación económica, no van a querer volver”.

Lucero piensa lo mismo, pero guarda la esperanza de que la situación cambie y que la necesidad no la obligue a estar separada de su hija y su marido: “Si saliera el gobierno y volviera otra vez la inversión a Venezuela y hubiera trabajo, yo querría regresar. Siempre es mejor estar con la familia, pero si a uno los hijos le piden comida tiene que pensar qué se pone a hacer”.

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