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Los colombianos estábamos convencidos que si algo caracteriza a este gobierno es su incapacidad de aceptar la realidad. Es que no la ve. Ve otra porque el presidente Duque se imagina un país que no existe sino en su alucinación. El discurso de ayer para inaugurar el último período del Congreso, pronunciado a primera hora de la mañana para evitar las hasta entonces previsibles concentraciones programadas por los dirigentes fantasmas del Paro Nacional, fue un discurso para demostrar que el país que Duque gobierna no es el que la gran mayoría de colombianos estamos viviendo. Aquí, según él, no hay nada malo. El plan de vacunación es perfecto, pero Perú ya tiene 98 millones de vacunas para sus 33 millones de habitantes y nosotros no hemos podido saber cuántas tenemos de verdad negociadas para la mitad de los 50 millones de colombianos y tienen esperando hace 15 días a los de la segunda dosis de AstraZeneca. El número de muertos ya bajó estadísticamente de los 500 que en promedio mantuvo los últimos 30 días, pero sigue siendo 8 veces más alto que lo registrado diariamente hace un año. La economía está boyante porque el petróleo así haya bajado 6 dólares de un tacazo el viernes, está por encima de los 60. En fin, aquí para Duque y su combo, no ha pasado nada. El frenón que nos pegó el paro y la radiografía que hizo ante los ojos del mundo la CIDH de como respondió el gobierno, son insignificantes accidentes del devenir histórico de los pueblos.
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Duque no resistió que en cumplimiento de la Constitución el vocero de la oposición tomara la palabra para refutar su alucinación
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Pero lo que no sabíamos en este país de las mil maravillas es que su presidente, con arrogancia y desprecio ofensivos, desconoce las reglas democráticas vigentes y pisotea la elemental cortesía política que debe regir para poder pedir la unidad nacional. Y lo demostró ayer cuando no resistió que en cumplimiento de la Constitución el vocero de la oposición tomara la palabra para refutar su alucinación. Apelando a quien sabe cuál invento jurídico, pero mostrando una mala leche agresivísima, el presidente Duque se retiró del recinto y dejó al vocero de la oposición hablándole a la silla presidencial vacía. En otras palabras, a más de no ver y no aceptar la realidad, no quiere oír a quienes piensan distinto que él. Grosera actitud que corrobora por qué los gritos de las barricadas del dañino paro no las oyeron en la Casa de Nariño. Duque no acepta otra realidad distinta a la que él alucina y no oye a quien lo contradiga.