Como la política es la continuación de la guerra por otros medios, en Colombia esta frase la tomamos de manera literal y estricta. No hay poder humano ni sobrehumano que sea capaz de convencer a nuestros actores políticos y “a sus hordas” de seguidores, de que la política no es la guerra, sino todo lo contrario, es la posibilidad de convivir aceptando las diferencias y ejerciendo el sagrado derecho a equivocarnos con el voto.
Matar a un semejante por convicciones políticas, es tan parecido a lo que hacía un Neanderthal cuando asesinaba a otro bípedo porque invadía su territorio de caza. Poco hemos evolucionado entonces, si todavía concebimos a la territorialidad en el pensamiento como una condición de eliminar al otro para garantizar mi supervivencia.
Bastante parecido tenemos con un Neanderthal conviviendo en una inmensa caverna en pleno siglo XXI. Aristóteles decía que el hombre es un animal político. Más de lo segundo entonces es lo que prima en la precaria racionalidad que se exhibe, con el perdón de los animalistas.
Lo que más recordamos de la democracia tropical que hemos construido son los insultos y agravios entre diferentes. Poco comparamos ideas y propuestas y mejor dedicamos más tiempo a destilar el veneno incubado a la fuerza de parte y parte.
Mi argumento no vale tanto por el peso del mismo, sino por la forma como lo grito y lo impongo frente a la opinión y los contrincantes. Ejercer la mentira y la ligereza en los puntos de vistas, es tan fundamental en estos tiempos, que la mayor parte de las redes sociales en las que hemos caído como moscas ingenuas, están gobernadas por arácnidos de la peor especie que viven en función de enredar antes que alimentarse.
Las trincheras virtuales que hemos cavado en todos los frentes virtuales y reales disparan a la topa tolondra y después ni preguntan qué pasó como tampoco se excusan ante la sarta de mentiras y difamaciones con las que me engaño y de paso engaño a las moscas ingenuas que son atrapadas en la telaraña de la desinformación.
No todo vale.
Debe haber otra forma de disputar la política serenamente, con seriedad, aplomo y frías sustentaciones que no enerven a cierta masa de ignorantes olímpicos que sólo les gusta tomar la pértiga sin indagar que encontrarán del otro lado del salto de garrocha.
Lo grave es que hay poco donde sustentar las cosas desde los ejemplos cocinados adentro:
Los periodistas parcializados imponen su criterio al servicio de una clase dirigente y empresarial colmada de privilegios y prebendas.
Los partidos políticos son una cloaca de roedores insaciables.
Los dirigentes políticos guardan un pasado de actuaciones poco limpias y sus comportamientos son igualados a los de cualquier mafioso distinguido o de traqueto arribista.
Las tribus de intelectuales que rondan por los ministerios del poder respiran con el bozal de la autocensura o la indiferencia.
El ciudadano de clase media, educado, independiente, buen ejemplo y buen hijo se abstiene de participar en política y deja que las hordas impongan sus salvajes métodos.
Los empresarios respaldan a los políticos que les prometen bajar los impuestos, cuando en cualquier parte decente del mundo actual, pagar impuestos es construir civilización.
Prometer con engaños y difamaciones que nos vamos a volver otra Venezuela, es recurrir al mismo argumento tonto del político que propone convertirnos en una segunda Suiza.
No todo vale.
Al final de cuentas, termina imponiéndose una lógica perversa que se resume en que “la política es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros.”
Coda: La educación no debería ser una bandera política sino la forma que permita ejercer la política desde la decencia democrática.