Cuando fallece cualquier persona siempre se dice, tal vez por las buenas costumbres y por un ánimo diplomático con la familia y los allegados, que el muerto fue una buena persona. No hay muerto malo, salvo que sea un reconocido criminal. Ese tipo de evaluaciones deberían dejarse para los que somos creyentes a Dios. Después de la muerte será solo él quien nos juzgue y determine si fuimos buenos o nos equivocamos.
En materia política, el fallecimiento de un reconocido dirigente sí que da lugar a todo tipo de fariseísmos. Con ocasión de la muerte lamentable del ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, y del eterno presidente de la CGT, Julio Roberto Gómez, los medios de comunicación hacen gala de ese discurso fariseo que acompañan con declaraciones del estamento oficial para darle mayor credibilidad a la noticia.
Si se fuera objetivo en el balance de las actuaciones políticas del difunto y mediático dirigente político, se encontrarán luces y sombras. Luces que sobredimensionan los medios para hacer aparecer casi que como un santo al difunto político. Sombras que se relacionan mínimamente y que tangencialmente pudieron haber causado graves afectaciones a la sociedad. Ese luto es aprovechado por los gobiernos para hacerse parecer más humanos y mejorar su imagen.
El exministro de Defensa, alto burócrata de toda la vida y hábil malabarista político, como lo describió el exministro Rudolf Homnes, tuvo aciertos en su gestión administrativa en algunas de sus etapas y por su sed de poder terminó en las filas del uribismo. Fue así que como ministro de Defensa tuvo desaciertos muy trágicos el año anterior que causaron muchas víctimas.
El señor Julio Roberto Gómez, eterno presidente de la CGT y alto burócrata del sindicalismo internacional, si bien manejó un discurso de defensa de los trabajadores, tuvo una gestión acompañada de la polémica. Fue renuente a aceptar el cambio generacional en el movimiento sindical que conducía, gobiernista y muy cercano al uribismo. Además, según sus afiliados, hizo una desordenada gestión administrativa de la confederación que presidía.
Los medios de comunicación se abrogan el papel de jueces y absuelven o condenan a sus difuntos dirigentes según sus intereses, quitándole el papel que por naturaleza le corresponde a la historia.