La educación ha sido tratada como indigente, al maquillarla con la sobreestimación de los avances logrados hasta ahora en materia de excelencia, competencia y equidad, haciendo caso omiso de sus verdaderos males. Mientras un político se fotografía con el ciudadano de a pie entregándole tablets y computadores o nuevos colegios de cobertura con tecnología de vanguardia para “garantizar el acceso a una educación de calidad”, y se pretende lograr, con las condiciones de siempre, el estatus de “la nación Mejor Educada de Latinoamérica para el año 2025”, según se mostró en el pasado Día E, los docentes reciben sueldos que no compensan el esfuerzo y la iniciativa de cada jornada, como tampoco el tiempo y capital que cada uno ha invertido en formación y actualización, a la vez que trabajan cada vez más presionados por estándares totalmente desfasados de la realidad, acuñados estos por instituciones que comparan diversos sistemas educativos como si provinieran del mismo lote poblacional. El foco nacional está puesto en imitar los sistemas educativos más exitosos del mundo. Según PISAFinlandia y Singapur son referentes, y bajo su perfil esperan que Colombia se moldee. Francamente, ellos son una cosa y nosotros otra. ¿Por qué queremos cortarnos con el mismo troquel?
Adoptar a pies juntillas el modelo educativo de otro país tendría sentido desde la perspectiva de naciones uniformes, es decir, sería lógico si pudiera establecerse una ficha técnica por país y región, donde los parámetros de funcionamiento estén definidos en un rango óptimo. Pero no. Resulta que el diámetro del globo permite tener comunidades muy diversas, con memorias históricas tan variopintas que influyeron de forma notable en cómo sus habitantes piensan. En nuestro caso, por múltiples razones, desarrollamos un pensamiento básico, fundamentado en la simple supervivencia, en la sensación de carencia y en la necesidad de sacar ventaja de cualquier vulnerabilidad ajena. Una prueba de ello es que nuestra economía se sustenta en productos, no en servicios ni en innovación, y nuestra idiosincrasia concibe como natural el colarse en las filas del mercado o del transporte público, evadir impuestos, plagiar trabajos e informes, comprar diplomas. ¿Acaso usted cree que en Finlandia la gente intenta ingresar sin pagar a estaciones de trenes, tranvías o alimentadores? ¿Piensa usted que en Singapur se permite negociar un caso de plagio? ¿Sabía usted que uno de estos países está cerrando cárceles por falta de presos, y el otro castiga la estafa con pena de muerte? ¿Será que pasa lo mismo aquí?
No tiene sentido adoptar e implementar por la fuerza un sistema educativo de primera en un país con modales de quinta. El éxito educativo de estos países es consecuencia de una cultura sólida, en donde el respeto no es negociable, cada individuo es parte importante en el crecimiento de su nación, y la familia es la principal precursora de estos principios; allí las jornadas de clase son cortas, y no se trabajan tareas en casa, precisamente porque todo el entorno familiar y social es una escuela que demuestra coherencia y consistencia. ¿No será entonces que el primer paso es establecer nuestra cultura desde la casa, el barrio, la comuna, la ciudad? ¿No será esto mejor que quejarse del docente, pretendiendo que haga en un año la labor de toda una vida?