Cuando se hizo la operación número 37 y notó que el dolor seguía ahí y que el parte el médico no era optimista, Lorenzo Schoonbaert, favorecido por las leyes de su país, tomó la decisión de aplicarse la inyección letal. Él hombre que había luchado contra el cáncer que padecía desde hacía 20 años sólo para ver a su pequeña Dina crecer, decidió bajar los brazos y descansar para siempre.
Faltaban pocas horas para que se cumpliera lo inevitable, cuando recibió una llamada del presidente del Club Brujas, el equipo de sus amores. Él, al enterarse de la pasión que sentía Lorenzo por el 13 veces campeón de Bélgica y conmovido al escuchar que su último deseo había sido ver ganar por última vez al Blauw-Zwart, decidió dejarle hacer el saque de honor del partido que el Brujas disputaría contra el Mosucrom.
El pasado domingo 15 de marzo, Lorenzo entró al estadio Jan Breydel en donde las 20 mil personas coreaban su nombre. Dina, emocionada al ver a la multitud, le pidió a su padre que la alzara. Una vez arriba lo tomó del cuello con sus bracitos mientras le suplicaba
-¡No te mueras Papito! ¡Prómetelo!
El hombre, con los ojos vidriosos le prometió lo que estaba seguro se cumpliría:
-No moriré cariño, solo haré un viaje al cielo mañana, desde donde te cuidaré.
- ¿Osea que no te vas a morir?
Y él la miró con ternura y le pidió que no llorara más, que ese era el día más feliz de su vida y que lo mejor es que fueran a jugar con la pelota. Caminó con su hija y su esposa hasta el centro del campo en donde lo esperaban los dos equipos. Pateó con suavidad la pelota y después se fue retirando mientras el público le cantaba Nunca caminarás solo.
Vio el partido en el palco y disfrutó los tres goles que convirtió su equipo. Se retiró del estadio y, en la madrugada del lunes, murió con la tranquilidad de haber cumplido su último deseo, un privilegio que muy pocos se dan. Al ver la sonrisa de su padre, Dina entendió que donde quiera que estuviera él había vuelto a ser feliz.