En serio. Tendríamos que llegar a un acuerdo nacional sobre la construcción de paz territorial y la necesidad de llegar a los espacios históricamente ocupados por las Farc. Increíble que a estas alturas y con lo vivido, no tengamos la madurez política y civil para estar de acuerdo en que el Estado colombiano y la sociedad en general, no obstante las diferencias frente a la Justicia Especial para la Paz, a temas de participación política y a cuestiones puntuales sobre el modelo de desarrollo rural, tienen la gran oportunidad, pero sobre todo la gran responsabilidad, de ocupar los territorios que llevan 60 años viendo la destrucción, la muerte y la pobreza para que, a cambio, brillen las oportunidades, los derechos y el talento. No debería haber discusión alguna sobre esto.
A pesar de lo expresado por algunos escépticos de médula y otros tantos apocalípticos, todo apunta a que en pocos meses la guerrilla más antigua del mundo va a desaparecer. Esta semana el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, máximo órgano de mantenimiento de la paz y la seguridad mundial, está en nuestro país para supervisar las labores de la Misión Especial para Colombia y de su tarea principal: recibir las armas de las Farc. Varios generales colombianos, con amplia experiencia en la lucha contraguerrillera y con toda la información y las herramientas de inteligencia acumuladas durante tantos años de conflicto, de la mano de algunos Jefes de la guerrilla y de militares extranjeros, serán garantes del adiós final a las armas y de un nuevo comienzo.
Las Farc han hecho presencia en 281 municipios del país durante las últimas 6 décadas de diversas maneras que van desde su uso como corredores estratégicos para transporte de tropas, armas o droga, hasta la cooptación de la institucionalidad y el control efectivo del territorio. Lógicamente, estas acciones han sido acompañadas, impulsadas y determinadas con la violencia o la amenaza de violencia. El fusil, y no la ley o el acuerdo social, ha permitido en estos territorios un orden paralelo, violento e ilegal, pero aun así, un orden.
Ante la desaparición de un actor (legal o ilegal)
con control, alcance y poder, otro rápidamente ocupará el espacio
para usufructuar rentas y ejercer control
Muchos de los municipios con presencia de las Farc también son escenarios de economías ilegales e informales como los cultivos ilícitos, la minería y la extorsión a gran escala. Esto, combinado con una debilidad institucional histórica, obviamente los hace apetecibles para los profesionales del crimen organizado y las finanzas ilegales. Según lo han dicho numerosos teóricos de las ciencias sociales :“No existe tal cosa como un vacío de poder”. Ante la desaparición de un actor (legal o ilegal) con control, alcance y poder, otro rápidamente ocupará el espacio para usufructuar rentas y ejercer control. Como lo anuncian ya varios medios de comunicación y varias fundaciones expertas, y a pesar de las advertencias previas, las bacrim y el ELN ya están en ese proceso en algunos territorios. Vergüenza.
La polarización sobre ciertos aspectos del Acuerdo, el clientelismo, la politiquería y la incapacidad de planear y ejecutar ponen en peligro la construcción de paz y nos enfrentan a la triste y absurda posibilidad de ver reemplazadas a las Farc con otro actor ilegal que perpetuará la violencia. Ante el hecho cierto de la desmovilización y la entrega de armas tiene que existir un gran proyecto nacional para que la ley, la institucionalidad y la civilidad ocupen todos los espacios que hasta ahora solo han visto violencia e ilegalidad.
El Gobierno Nacional, desgastado y atrapado en el mundillo de las cuotas, los puestos y la “gobernabilidad”, ha sido errático y lento en la planeación y ejecución de la construcción de la paz. Ministerio, Alta Consejería, Direcciones, Agencias, Fondos… Transcurre el tiempo y aún no existe la institucionalidad a la que le quepa la construcción de paz en la cabeza y cuente con las herramientas, el alcance y la voluntad política para emprender el reto. El problema no es de funcionarios. Rafael Pardo, Paula Gaviria y Miguel Samper conocen bien el conflicto y sus territorios, pero la lentitud conectada a los nuevos organigramas, la dispersión institucional, la falta de un liderazgo integral, y en muchos casos los insuficientes recursos, atentan contra la efectividad del inmenso reto nacional. Los que conocemos al general Naranjo sabemos que tiene muy claro cómo piensan los criminales y que además conoce perfectamente la geografía ilegal. Pero para cumplir su rol de líder del posconflicto deberá también emprender la labor de arquitecto institucional, constructor de puentes con las comunidades e impulsor de la legitimidad del Estado. Está por verse si puede.
La construcción de paz territorial
es un asunto que nos incumbe e interesa a todos,
ya no lo es de un gobierno en particular
Finalmente, creo que la oposición, en cabeza del expresidente Uribe y el Centro Democrático, tendría que ser capaz de separar sus diferencias en temas de justicia y participación política y sumarse, con control político proactivo y, cómo no, con su experiencia, a la construcción de la paz en los territorios. No me cabe la menor duda que tienen mucho que aportar y que jamás estarían de acuerdo ni con que las Farc vuelvan a la guerra ni con que la salida de las Farc significará la perpetuación de la violencia y de las economías ilegales con otros actores. La construcción de paz territorial es un asunto que nos incumbe e interesa a todos, ya no lo es de un gobierno en particular.
Acuerdos sobre lo fundamental para escribir una nueva página. Es lo mínimo que debemos hacer.