Según Fernando Savater, Karl Marx mismo hizo esta aseveración. El filósofo español hace esta aclaración en su presentación sobre la revolución de las ideas en el siglo XIX para resaltar, quizás, que el propio Marx no anticipó las múltiples ocasiones en que líderes (muchos, sin duda, extremadamente populistas) reducirían su obra a una consiga para exterminar a sus adversarios. Bueno, aunque la marxista no fue la única doctrina que sufrió este devenir.
Inició con esa referencia, sin embargo, para enfatizar la idea que quiero discutir. El gran legado de Marx, a mi juicio, no fue su predicción sobre el fin del capitalismo, ni tampoco su llamado a una revolución. Esto es, insisto, una lectura amañada del pensador prussiano. Como lo ayuda a aclarar Alex Kicilloff “[la] crítica de Marx (…) no consiste en rechazar indiscriminadamente todas las teorías formuladas por la economía política clásica, sino que tomará punto de partida a aquellos descubrimientos que considera científicos”. Karl Marx fue un gran pensando porque, a diferencia de muchos intelectuales de su época (y también de hoy), puso el método científico al servicio de la sociedad. Que sus conclusiones fueran incómodas para algunos, eso es una cosa, pero eso no equivale a decir no fueran científicamente consistentes.
Me explico. Los estudiosos de la economía (dominante) dirían hoy, por ejemplo, que los individuos son racionales. Eso quiere decir que cada persona tiene unas preferencias (por peras, manzanas, iphones o carros de lujo) que quiere satisfacer y que, por tanto, si tienen ingreso para hacerlo, no dudará en adquirir todos los artículos de moda (o, los que les interese tener). Esa es la premisa básica (todos deseamos maximizar la felicidad), y a partir de ello se predice que sucedería con el consumo de la economía (parte de su riqueza) si sube el dólar, aumentan los subsidios, se reduce el precio de la gasolina o estalla una guerra comercial entre China y el loco de Trump. Quienes anticipan eso, por medio de complejos modelos estadísticos, son considerados científicos por aplican un método coherente con la ciencia: hacer una hipótesis, predecir unos resultados y revisar los datos. Lo bueno para ellos es que el mismo sistema los blinda: si se equivocan, se excusan diciendo que los datos eran malos o que esas personas no son racionales (no tienen nuestros valores). En suma, es la técnica (pero jamás la ciencia) la que falla.
Pero… ¿y quién dijo que así funciona la ciencia? Como alegarían personas que se han dedicado a estudiar esta pregunta, los grandes hallazgos científicos del mundo (i.e. la gravedad, la navegación, la llegada de la humanidad de la luna) no son producto del pensamiento netamente deductivo (como vemos X, entonces predecimos Y), pues ello implicaría reducir a nada las complejidades del mundo humano. Por el contrario, la complejidad es una condición básica de la buena ciencia. En tal medida, las preguntas científicas no empiezan con preguntarse: ¿será que puedo probar que X lleva a Y?; el reto consiste, más bien, en preguntarse, dado que observo Y, ¿tendrá esta alguna relación con X? y, más aún… ¿cómo se genera Y?
En su momento, Marx crítico a sus antecesores (aunque fue gran admirador de algunos de ellos, como Adam Smith y David Ricardo) porque su pensamiento deductivo (en especial del que se engendró Post-Ricardo) restaba poder explicativo sus teorías. Pero Marx no se vio tentado por tal lógica. Él, por el contrario, desarrolla todo su aparato teórico haciendo una pregunta concreta: ¿qué es una mercancía? En su mundo, y más en el de hoy, se puede observar con facilidad que se producen mercancías de muchos tipos y calidades. Más aún, enfatiza Kicilloff “el punto de partida de la investigación no es simplemente la mercancía, sino más bien la mercancía considerada como la forma elemental de riqueza de la sociedad capitalista”. A partir de esa premisa (con una alta dósis de realidad), y de elevar interrogantes más concretos (quién la produce, para quién es producida, cómo y para quién general valor), Marx inicia una empresa filosófica que le permite concluir (mediante su emergente teoría del valor-trabajo) que, en una sociedad industrial, existe una tendencia a la acumulación y la crísis económica.
Sería completamente absurdo ampliar estas discusiones, y sus multiples complejidades, en este espacio de reflexión. Lo que busco resaltar, una vez más, es que la contribución inmensa que hizo Marx a la filosofía política (y la filosofía en general) no puede reducirse a artilugios ideológicos oportunistas y vulgares. Sin duda alguna, no fue su radicalismo político (o el que muchos marxistas y anti-marxistas buscan exprimirle) lo que lo hizo merecedor de la mención al pensador más influyente del milenio pasado, según la BBC. Y este no es punto trivial: Marx nos ayuda y nos enseña a pensar. No lo desechemos ni lo reemplacemos a la ligera con herramientas o estrategias que, en muchos casos, nos quieren evitar el tener que pensar demasiado.
Referencias
Kicillof, A. (2010). De Smith a Keynes: siete lecciones de Historia del pensamiento económico. Un análisis de las obras originales. Buenos Aires: Eudeba.
Savater, F. (2009). Historia de las Filosofía sin temor ni temblor. Bogotá: Planeta.