Hernán Ospina se fue, pero también se fue ese amigo y uno de mis mejores vecinos cuando vivíamos en el barrio Santa María La Nueva del municipio de Itagüí, Antioquia. Pero antes, como empleado de un banco, también fui beneficiado de su colaboración desinteresada.
A Hernán tuve la oportunidad de verlo cuando pasaba por el andén de la cuadra del barrio, junto con Lucía Ramírez (madre del futuro arquero), a llevarlo a entrenamientos. Luego, los fines de semana que compartíamos en la tienda del barrio, entre un aguardiente y otro, nos iba contando con mucho orgullo el avance que estaba logrando, a nivel deportivo, su hijo David.
La lucha de Hernán por sacar adelante a este deportista nunca desfalleció, tanto, que ni siquiera cuando perdió su empleo en el banco, bajó la guardia para tenerlo en una escuela de fútbol. Sus ingresos se redujeron (como él mismo en su momento me lo contó) y de una vida holgada, pasó a las limitaciones de una persona sin empleo. Hernán, para seguir apoyando a su hijo en su sueño, trabajó en fincas y fue taxista, entre otros oficios.
David, con su carrera incipiente todavía, siendo consciente del esfuerzo de su progenitor, en una entrevista radial le preguntaron por sus sueños y este, como su padre manejaba un taxi que no era de su propiedad, solo contestó: “mi sueño es regalarle un taxi a mi papá”.
Yo sé que Hernán pudo superar los altibajos económicos y no solo pasó por los ingresos de un taxi, sino que disfrutó más allá de los triunfos de su hijo.
A muchos se nos fue un amigo, pero nos dejó el mejor arquero de nuestro país de estos tiempos.
Para David, Daniela y demás familiares, serenidad y resistencia. Y Hernán, gracias por esa herencia. Descansa en paz.