No solo de ídolos vive el hombre, —como tampoco solo de pan—. Pero pareciera que nos empeñamos en vivir de ellos. Deportivo, político, religioso, padre o madre, incluso amigo, compañero o jefe, tendemos los seres humanos a buscar ídolos. Existen dos acepciones para la palabra ídolo en la Real Academia de la Lengua, ellas son: “1. m. Imagen de una deidad objeto de culto. 2. m. Persona o cosa amada o admirada con exaltación”. Dejando de lado el espinoso tema religiso, quedémonos con la segunda.
Y es que hoy día de posesión del Congreso, de posmundial de fútbol, los ídolos abundan. Centrémonos en los políticos, ya que los futbolistas nos dan alegría y deseo de emularlos, lo cual es bueno. Hablo de los ídolos —Idolatrados—, de carne y hueso, que por tal motivo ni debieran serlo porque todos tienen su lado flaco, su lado oculto, su aspecto tenebroso, ante lo cual nos cegamos al ver su imagen en televisión, en el periódico, el las redes sociales o en persona. Como dice la definición: “admiración exaltada” que no permite verlos con ecuanimidad.
Con el idolatrado nos dejamos contaminar por emociones sin sentido. Al idolatrado se le empieza a creer todo sin que necesariamente sea cierto. En política el ídolo miente haciendo creer que es verdad lo que dice, y no somos capaces de colar las palabras y escuchar la realidad, menos aún oír a sus opositores. El ídolo idolatrado por una persona o grupo, es el aborrecido por otra persona o grupo. Sin idolatría no hubiera existido semejante campaña presidencial. He aquí la polarización que crean los que son ídolos que creen ser los salvadores del mundo y a quien sin razón les damos ese poder.
¿Qué ídolos se están posesionando hoy en el Congreso? ¿Queremos seguir idolatrándolos? O podemos bajar a la tierra y comenzar a exigirles, como electores que somos, que se bajen del pedestal y cumplan su real función de servicio. Más aún, ¿somos capaces nosotros de bajarlos de dicho pedestal? O todavía necesitamos sentirnos seguros con ellos. Seguridad es algo que supuestamente proporciona el ídolo, aunque humanamente le es imposible. Similar sucede con ídolos religiosos, empresariales, filosóficos, gurús, coachs, modelos y demás, idealizamos sus cualidades y les ponemos la tarea de hacernos la vida más feliz. ¡Qué error!
Psicológicamente el niño idealiza a su padre en los primeros años de vida. Todo lo que dice y hace papá es magnífico y lo pone en la cumbre. Hasta que un día el padre muestra su lado flaco, humano, y el niño se frustra, se siente traicionado y lo baja del pedestal. Pasa esta etapa, el niño se convierte en adulto, madura, se hace padre y en este momento logra verse de igual a igual con su progenitor —sin dejar de respetarlo—. El ídolo cayó y dio paso al compañero de existencia.
Pareciera que muchas personas que adoran ídolos humanos —sobre todo en la política— no han hecho esta ruptura, crecimiento y madurez cortando cordón umbilical de su “papá”. Continúan dejando en manos del ídolo la solución de los problemas sin tomar responsabilidad personal. Si logramos ver los defectos del ídolo lograremos madurar. Si vemos que esos mismos defectos los tenemos nosotros (teoría del mundo como espejo) estaremos utilizando una gran herramienta de crecimiento personal, de autoconocimiento, al ver que reflejan los propios. Ya no necesitaremos del ídolo, menos del idolatrado.