Hace pocos días Putin invadió a Ucrania superando todo pronóstico sobre una acción de tal envergadura. No se necesitan conocimientos especiales sobre geopolítica, economía, historia, etc. para entender por qué está sucediendo ese desastre.
Analizar las minucias de dicho entramado es oficio de expertos y académicos y están a la mano en abundantes y ya cansones programas, desde noticieros, documentales y entrevistas, hasta foros.
Quisiera proponer un enfoque personal atrevido que tal vez choque con cierta lógica en algún punto.
En primer lugar, siempre serán cuestionables las intervenciones armadas de cualquier país contra otro por las razones que sea. Hablo de ‘intervenciones’ unilaterales. Otra cosa muy distinta es la confrontación justificada. Por ejemplo, Vietnam-David derrotando a Estados Unidos-Goliat. Aunque, hay que decirlo, la guerra casi siempre es consecuencia de una intervención arbitraria.
Segundo. El conflicto va dejando al descubierto de manera clara e inequívoca algo que mucha gente ya sabía: que el mundo financiero y político funciona movido por un engranaje que se volvió incontrolable hace décadas y afecta negativamente por igual, tanto a sus tradicionales víctimas, como a sus creadores. Tal es el caso del doble filo de las tales “sanciones” a Rusia.
Tercero. Lo que está haciendo Putin es repudiable, pero no deja de ser un comportamiento aleccionador que provoca cierta simpatía. La razón es que el tipejo está demostrando que tiene más pelotas que un campeonato de ping-pong, y eso está bien. Lo que hace es nada más y nada menos que enfrentarse a los dueños del planeta, EE. UU. y Europa, con un atrevimiento tan arrogante, osado y oportuno, que por razones derivadas de la dinámica del ‘engranaje’, ningún gobierno está en condiciones de responder de la misma manera que él actúa: militarmente. ¡Por fin alguien los está jodiendo a todos por parejo!
Cuarto. Hasta ahora Putin no ha hecho nada que se acerque mínimamente a lo que en su momento hicieron España en América, Holanda y Bélgica en África (especialmente en el Congo), Francia en Argelia, Inglaterra en todo el mundo, Alemania en Europa, (contra los judíos en particular), Japón en China, Estados Unidos en Japón (Hiroshima y Nagasaki), en Vietnam, Irak, Afganistán, y dónde, cuándo, y cuánto les ha dado la real gana hacer y deshacer.
Ahora resulta que Putin y Rusia lideran la violación de los derechos humanos… Sería injusto negar la alta dosis de verdad que impregna esa idea. Pero, ¿quién se acordó de los tales “derechos” cuando fueron violados por poderes anteriores? ¿Hubo reacciones y “sanciones” oportunas, firmes y eficaces contra alguno?
Quinto. Con respecto a la retórica perversa de iniciar una guerra nuclear, ¿por qué sencillamente no dejan de hablar y pasan al pragmatismo político y la desatan? Sería grandioso.
No creo que Putin, ni Biden, ni ningún otro gobernante con bombas atómicas, de hidrógeno, o las que sean, gaste uno solo de esos ‘buscapiés’ en Cartagena o Barranquilla, en Buenos Aires o La Paz… Los blancos serían las principales ciudades norteamericanas, rusas, europeas y algunas del medio y lejano oriente.
Sería fenomenal que se mataran entre ellos, que la población mundial disminuyera en unos ochocientos o mil millones de habitantes en esos lugares. Mientras tanto, África, América latina, y el Asia profunda sobrevivirían de alguna manera gracias a sus ventajosas condiciones ambientales y geográficas: selvas impenetrables, agua en abundancia, alturas inalcanzables, aire puro. Es cierto que la radiactividad afectaría al planeta entero pero el mayor daño lo recibirían los gatilleros, sicarios, y testaferros del club nuclear…
Y después de ese “quirúrgico” y localizado apocalipsis en el cual solo habría perdedores, la naturaleza, que es sabia e indestructible, se iría equilibrando de nuevo y los sobrevivientes, en su mayoría ciudadanos de los subdesarrollados países parias del tercer mundo, tendrían un planeta más espacioso y acogedor donde vivir. Sin Putines, Bidenes, Macrones, Jhonsons, Kim Jong Unes, o Xi Jinpines. Todo sería más seguro y tranquilo, sin ellos.
Es cierto que quedaría alguno que otro Bolsonaro, Maduro, López Obrador, o Duquecillo por ahí. Pero el destino de esos esmirriados personajes está escrito hace rato. Como dentro de poco nadie los recordará, no vale la pena gastar kilotones de energía en alguno de ellos.