No sean ridículos: el arte no tiene la culpa

No sean ridículos: el arte no tiene la culpa

"Este solo es una representación de la sociedad y de su pensamiento en la simultaneidad del flujo temporal". A propósito del retiro de 'Lo que el viento se llevó' de HBO

Por: Sebastian Camilo Garzón Agudelo
junio 11, 2020
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No sean ridículos: el arte no tiene la culpa

Es verdad que estamos en tiempos de convulsión, no solo por la pandemia sino porque la sociedad contemporánea esta hastiada de tanta injusticia e inequidad social. El black lives matters es un movimiento que trasciende el conflicto racial y que simboliza la necesidad de una transformación estructural del establecimiento.

En ese sentido, hay gestos simbólicos que tienen repercusión y otros que no la tienen (en cambio, lo que buscan es un golpe mediático o mercantilista, como el caso de la cadena HBO). No es lo mismo decapitar la cabeza de Colón o quitar de las plazas las estatuas de los esclavistas europeos y de los confederados en los Estados Unidos...

Sin embargo, y con todo el respeto que me merecen las personas "políticamente correctas” que han aplaudido la decisión del canal gringo de sacar de su parrilla de streaming la película Lo que el viento se llevó, me parece no solo una pendejada sino un exabrupto. Las cosas tienen que ser vistas en contexto y darnos cuenta del lugar que ocupó el arte en su momento.

Así pues, es mucho más racista El nacimiento de una nación de Griffith (y a pesar de eso, más allá de todo, es innegable el aporte de este "confederado" al lenguaje cinematográfico) o El cantor de jazz, que se vale del blackface. En esta última un intérprete blanco con la cara pintada de negro interpretaba música de raíces negras para un público blanco (que no soportaba la idea de ver a un negro real sobre el escenario). Y si bien es una alegoría indudable al racismo, también es un referente historiográfico innegable por tratarse de la primera película sonorizada.

El arte es una representación de la sociedad y de su pensamiento en la simultaneidad del flujo temporal. Si seguimos siendo una sociedad racista, lo fuimos aún más en el siglo pasado y al arte no puede ser contrario a la realidad que lo rodea.

Pero si vamos a seguir en esa línea, entonces también saquemos del streaming a la película bélica Apocalypse now. Lo anterior no solo por exaltar la violencia y endiosar a los gringos como los salvadores y liberadores de una Camboya neutral en la guerra con el Vietcong (lo cual no fue una liberación sino un genocidio), sino también por hacer un uso espectacular de la sinfonía La cabalgata de la valquirias de Wagner, al igual que lo hizo Leni Riefenstahl (para la propaganda nazi) y Coppola (para convertir a la violencia en una ópera moderna). Las cosas por su nombre por favor.

Quememos las pinturas de Degas, Caravaggio o Rubens por promover la violencia. También, todas la copias de la Lolita de Nabokov y las adaptaciones de Kubrick y Lyne por incitar la pedofilia (uno puede no leerlas o no verlas como un modo de sentar su inconformidad, y no por ello se les puede negar su riqueza poética y estilística, y sobre todo su existencia y su lugar en las historia de las artes).

Elíminemos de cualquier catálogo de cine independiente todas las películas producidas por la compañía Weinstein (que son bastantes y de renombre) o deshagamonos de la filmografía de Polanski (y privemos al mundo de Blow up), de Allen (y quitemos la dicha de ver Annie Hall o de Manhattan) o del proclamado misógino Lars von Trier (y nos borremos el trabajo de Bailarina en la oscuridad o Dog ville).

A este paso George Orwell o Ray Bradbury terminarán convertidos en un profeta. Ser políticamente correcto no es sinónimo de negar o renegar a cada cosa o concreción artística que tuvo lugar en la historia de la humanidad, circunstancia que no otorga la misma connotación a las estatuas o los monumentos (históricos y no artísticos) en los que se diviniza y se inmortaliza la figura de una persona en particular, esas sí hay que acabarlas de tajo. Las obras trascienden a su creador o si no que lo diga el pusilánime de Vargas Llosa o el extraordinario pintor Mario Sironi, artistas influenciados por los dogmas del fascismo.

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