¡No sean ingenuos! Prohibir los celulares en las aulas no cambiará nada

¡No sean ingenuos! Prohibir los celulares en las aulas no cambiará nada

Nuestros problemas educativos son de fondo y no de forma, son de paradigmas pedagógicos y no de decretos accidentales y preelectorales

Por: Jonathan Rincón Prieto
marzo 28, 2019
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¡No sean ingenuos! Prohibir los celulares en las aulas no cambiará nada
Foto: Pixabay

Llego a mi clase de humanidades como todas las mañanas y mi primera indicación es que todos mis estudiantes saquen sus celulares. Vía bluetooth le comparto a uno de ellos un documento que a su vez es difundido entre los demás. El texto, en inglés, versa sobre la hondura y urgencia del problema del calentamiento global. Los estudiantes captan mi intención, leen el artículo y cualquier término desconocido para ellos es buscado en una de las múltiples aplicaciones que poseen y fungen como diccionario. Acto seguido, se realiza un corto debate sobre la lectura. En el segundo momento de clase realizo un videollamada a una colega residente en Estados Unidos, quien dialoga con mis estudiantes acerca de la cultura en la cual se encuentra inmersa. Mis estudiantes tienen así un momento de contacto con una cultura distante para ellos, pero cercana gracias a la tecnología.

Pues bien, este hipotético escenario ejemplifica un sinnúmero de posibilidades que el uso de las tecnologías —como los smartphones— presentan al escenario educativo. En el pasado hubiera sido un sinsentido prohibir el uso de las calculadoras para que nuestros estudiantes continuaran usando el ábaco; de la misma manera no tiene sentido prohibir el uso del celular a una generación marcada por el uso de las pantallas, una generación que debe aprender a usar las tecnologías y no a temerles, la generación de los “screenagers”.

Es cierto que los estudiantes en muchas ocasiones se dejan consumir por las tecnologías y ello trunca muchos de sus procesos cognitivos, pero también es cierto que las prohibiciones lo único que logran es fomentar el deseo por lo prohibido, y nada más alejado del libre albedrío y el uso de la capacidad de razón (tareas ineludibles en cualquier proceso de enseñanza-aprendizaje), que prohibir cosas inanimadas por decreto. Uno de nuestros principales errores en los procesos de formación ha sido el de atribuir a los objetos cualidades morales, como si las cosas pudieran ser buenas o malas.

Un celular en sí no es bueno o malo, lo que le da tales atributos es el uso que se le dé. Un smartphone puede ser algo sumamente útil (puede servir para democratizar el conocimiento, por ejemplo) o puede ser algo nocivo (puede ser utilizado para el cyberbullying, por ejemplo). Pero tales acciones no son culpa del celular, sino de quien lo manipula. Y la tarea de cualquier educador medianamente responsable con su quehacer es precisamente esa: la de enseñar al aprendiz las actitudes y las aptitudes que le permitan hacer uso de las herramientas para el mayor bien propio y común.

Ya el maestro Julián de Zubiría se ha mostrado insistente con respecto a lo perjudicial que resultan para la sociedad las prohibiciones, al coartar la capacidad de elección y la formación en el uso del libre albedrío. No logramos avances significativos en la sociedad si necesitamos las prohibiciones para lograr actitudes éticas que nos permitan una adecuada convivencia. Evidentemente, si un estudiante va a clase en su institución educativa para dedicarse al chat o a las redes sociales está perdiendo el tiempo y su proceso de aprendizaje está truncado desde la base; pero ello no es culpa de un objeto sino de los actores que intervienen en el proceso educativo: los padres que no han sido capaces de enseñarle al estudiante normas de urbanidad tan básicas como el hecho de que debe prestar atención a su maestro, el maestro que no logra hacer de su clase algo lo suficientemente atractivo para que el estudiante comprenda la necesidad del aprendizaje, y el estudiante que opta por perder su tiempo frente a una pantalla antes que adquirir conocimientos que le serán sin duda más útiles. Y como dice De Zubiría: prohibir los sofás no solucionará el problema de la infidelidad; prohibir los celulares no solucionará nuestros problemas educativos, pues estos son de fondo y no de forma. Son de paradigmas pedagógicos y no de decretos accidentales y preelectorales.

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