Ya sabemos que en Colombia el clima político está al rojo vivo y que es el año de La Niña. El caso es que nuestro tema hoy es el olvidado calentamiento global, la consecuencia más visible de la concentración de CO2 en la atmósfera. Esta semana Nueva York parecía tierra caliente y allá apenas van en la mitad del invierno.
Sin embargo, conviene recordar que existe una olvidada isla en la mitad del Pacífico, en la cual se encuentra el observatorio de Mauna Loa Hawái, en un cerro a la misma altura de nuestro Monserrate, que monitorea la concentración del carbono las 24 horas del día y sus resultados están en línea. Solo basta conectarse con www.co2.earth
La marcación del lunes pasado era de 408.58 partes por millón, pero en 1960 era de 310 ppm. Es decir, que al trazar una gráfica entre las dos fechas nos presenta una línea recta con una inclinación de 45 grados.
Por primera vez en 800.000 años alcanzamos esta concentración de CO2 en partes por millón. Muchos científicos creen que la macabra combinación de 450 ppm de CO2 y un aumento de 2 grados Celsius no debería ser nunca sobrepasada, pero las curvas estadísticas tercamente insisten en mostrarnos cómo subimos 1 ppm cada seis meses y señalan al 2014 como el período más caluroso de la historia reciente. Es decir, nos acercamos peligrosamente al borde del precipicio.
Al iniciar la era industrial esta concentración marcaba 250 ppm y durante estos últimos años ha estado elevándose. En 25 años podríamos alcanzar límites demasiado altos y dañinos para los seres vivientes.
¿Quiénes sospecharon primero que la temperatura del globo está subiendo? ¡Pues los japoneses!
Ellos celebran desde hace muchas centurias la llegada de la primavera con el florecimiento de las cerezas de abril, con un festival llamado hanami, el cual es recordado en poemas, libros y pinturas. Desde 1600 hasta 1800 hay fechas muy precisas acerca del inicio de las floraciones estallando en pirotecnias de colores, siempre por la misma época.
Toda esta información estadística fue analizada por científicos nipones quienes llegaron a un resultado inquietante: a partir de 1800, comienzo de la era industrial, se empezaron a observar aumentos pequeñísimos en la temperatura, las cuales graficadas en una curva mostraban una tendencia a subir en el largo plazo.
Luego, en 1912, los japoneses obsequiaron a Estados Unidos la misma variedad de cerezas, las cuales fueron plantadas alrededor del Jefferson Memorial en Washington. Para sorpresa se descubrió que las cerezas afloraban en ambos países siempre al mismo tiempo, pero una semana antes que hace un siglo. Ya en años más recientes, desde 1982 y 1990, se advirtió que las floraciones en Kioto fueron mucho más tempranas que en los últimos milenios.
También existen otros “termómetros naturales” en la naturaleza que dejan rastros indelebles, diferentes a los gráficos de los científicos y a la aparición temprana de la primavera. Por ejemplo, los anillos que se observan al cortar el tronco de un árbol, equivalen a doce meses de información. Las recopilaciones más extensas se encuentran en algunos árboles del White Mountains sobre el desierto de California, que han permitido a los teóricos ambientales ensamblar estadísticas, hasta diez mil años atrás.
Las capas de hielo de ambos polos guardan información similar. Cada estrato de escarcha o agua que se deposita sobre la superficie, también atrapa consigo burbujas de CO2, polvo, cenizas, polen y otras partículas que se encontraban en la atmósfera al momento del fenómeno meteorológico. Algo así como si el viento esculpiera la historia del clima sobre los hielos del Ártico y del Antártico.
Los corales también guardan datos porque a través del tiempo durante su crecimiento fueron absorbiendo más oxígeno o menos deuterio, dependiendo si la temperatura del agua era más fría o más caliente. De igual forma que los árboles construyen capas de afuera hacia adentro, los corales lo hacen de arriba hacia abajo.
Pero la colección estadística-científica más antigua sobre la evolución del clima se empezó a formar desde 1659 y se encuentra en los anales de temperatura de la Inglaterra central. Durante 350 años se recopilaron las medidas promedio del triángulo formado entre Bristol-Lancashire-Londres.
Su análisis demuestra que, aunque existieron grandes variaciones en los picos altos y bajos, la tendencia de variación a largo plazo permanecía inalterada.
Muchos años después, en 1820, el químico y meteorólogo Luke Howard descubrió que la temperatura de Londres era superior en algunos grados a la de las zonas rurales circundantes.
Para referirse al fenómeno acuñó el término “el efecto isla del calentamiento urbano” y se suponía que afectaba por igual a los grandes centros habitados. Entonces para evitar el error de medir la temperatura de la tierra incluyendo las zonas de ciudades, se empezaron a efectuar mediciones sin incluir los datos de estas.
Reuniendo las informaciones de las bibliotecas naturales mencionadas anteriormente, las observaciones de los antiguos, los estudios de los meteorólogos modernos sobre el tema, y sin importar la forma de efectuar los cálculos, los descubrimientos apuntaban a las conclusiones siguientes:
a) La tendencia de la temperatura global a elevarse coincide con la aparición de la era industrial.
b) Desde la aparición de las primeras “ciudades” hace diez mil años, también existió una inexplicable época fría en el hemisferio norte: la llamada “pequeña edad del hielo” desde 1650 hasta mediados de 1800.
Aun así, con toda esta evidencia, ¡existen voces disidentes que no creen en el sobrecalentamiento! Si usted es uno de esos incrédulos, por favor visite esta página web.
¡Además recuerde, estimado lector, que durante su vida productiva, los automóviles que usted haya manejado habrán emitido 50 toneladas de CO2!
Fuentes:
1) Scripps Institution of Oceanography. Marzo 2015
2) National Oceanic and Atmospheric Administration (NOAA)