Yo voté por un cambio real, efectivo y tangible. No voté para que todo siguiera igual. Se votó para cambiar las cosas que funcionan mal, apalancadas en una ancestral corrupción, un apetito burocrático voraz e insaciable, y un Estado paquidérmico y neoliberal que ha hecho de los derechos un negocio. El cambio incomoda, sobre todo a unas minorías que tienen secuestrado al Estado y se benefician individualmente de él. ¡Para continuar con ese estado de cosas no se votó! ¡Qué pena!
La salud no es un negocio. La educación tampoco lo es. La vivienda no es una mercancía. El agua en su mínimo vital es un derecho. El Estado neoliberal es mago: en un santiamén convirtió lo que es un derecho en un negocio y con esto ha acentuado las desigualdades. Sin embargo, los que aúpan tal situación no son los culpables. Los verdaderos culpables de su éxito son los que aceptaron que les normalizaran lo anormal: los oprimidos que han aceptado y muchas veces aplaudido que las cosas sigan así porque eso es lo ideal. Les venden estereotipos de vida inalcanzables para ellos, pero sin perder la esperanza de llegar a lograrlos. Los convierten en arribistas. Son los oprimidos que aman a su opresor y como mansos corderos depositan su voto por ellos.
Los derechos son conquistas que han costado sangre, sudor y lágrimas a los pueblos. Yo voté para que no se normalice la violación de esos derechos contemplados hoy en la constitución y estos se cumplan a cabalidad. El problema radica en creer en la normalización de lo que funciona mal con el falaz argumento de que no hay problema, de que todo funciona a las mil maravillas y de que si algo se cambia todo "lo que hemos construido" se viene abajo.
Inoculan miedo en sus sesgados medios, porque el miedo es un arma de manipulación política. Luchan para que ese estado de cosas inconstitucionales sea perenne, porque el mal funcionamiento perpetúa los privilegios de unos pocos. Sus medios de comunicación, que para muchos son sus referentes, ayudan con la narrativa y se hacen a "la verdad" de tanto repetir la mentira. A los que les comprendemos el juego nos llaman peyorativamente "mamertos". Se estigmatiza con el término y listo. ¡Prohibido pensar! Pensar resulta peligroso.
A una minoría privilegiada le conviene que ese estado de cosas se conserve y una mayoría sumida en la inequidad viva anquilosada en la pobreza. No obstante, el problema está en que algunos oprimidos les entra sin vaselina el cuento y ayudan a la normalización de lo que está mal. Así las cosas, se buscará la aprobación de las reformas planteadas en campaña en el Congreso. Sí, así como corresponde en una democracia representativa. Eso sí, sin abandonar la calle como espacio ciudadano para su discusión.
Ahora, gústenos o no, Gustavo Petro es jefe del gobierno y también el jefe del Estado. Él representa a todos los colombianos, incluso a los cerca de diez millones de ciudadanos que votaron por el candidato Rodolfo Hernández (que a propósito no ha sabido representarlos, porque mató el tigre y se asustó con el cuero… esa votación no es despreciable, ni óbice para desconocer la manifestación democrática que lo anterior representa). En todo caso, la propuesta de cambio ganó las elecciones, pero hay que escuchar y tener en cuenta a la contraparte en la incesante búsqueda de unir a todos los colombianos en un proyecto unificado de país.