En marzo del año pasado, cuando la selección colombiana de fútbol fascinaba y parecía tener todo, decíamos en este mismo lugar que por favor los comentaristas que viven de volar en círculos sobre el hígado de los jugadores y los técnicos, “no se tirarán” al equipo con esa manía de ensalzarlo para luego devastarlo.
Llegó la Copa América y la ilusión creció de forma desbordante. Pero siguiendo la historia futbolística nacional –-a decir verdad, la historia nacional-- en poco tiempo todo se movió de la cúspide al abismo.
Argentina, el campeón mundial vigente, derrotó a la selección en la final, esto en un partido normal, sin nada fuera de lo común cuando se enfrentan dos equipos de nivel similar en un determinado momento, y desde allí en la eliminatoria al mundial 2026, como si la hubieran envenenado, la selección fue perdiendo el nivel y un par de juegos, y como suele ser, fue dejando atrás la credibilidad y la emoción y, peor que eso, el afecto de miles de seguidores antes eufóricos.
Y según la cartilla repetida en otros tiempos, algo se vino encima de manera aplastante. Como le oí a alguien, es como si se “hubiera aprovechado la ocasión para desperdiciar la oportunidad”. Los comentaristas en su insaciable apetito de sangres, exigen ya a rabiar un vuelco, una alineación a su criterio, una sepultura para grandes jugadores y alfombra roja para otros que ellos quieren imponer.
Con el mundo encima los jugadores se marchitan, el técnico se desorienta y el fútbol naturalmente se desinfla
Con el mundo encima los jugadores se marchitan, el técnico se desorienta y el fútbol naturalmente se desinfla. Le ocurre a cualquiera cuando se siente acorralado, sentenciado sin derecho a hablar, cuando a las malas lo convierten en desecho habiendo sido rockstar.
Siguiendo la presuntuosa danza de millones de los grandes clubes del mundo, se pide poner al técnico contra las cuerdas, atiborrarlo de exigencias exitistas, amenazarlo con el despido para traer a un colombiano de “pura cepa”, algo que casi siempre ha resultado en fracaso; y todo eso ante una dirigencia nacional de este deporte que actúa como una secta que decide a su arbitrio y al margen de cualquier control social o gubernamental.
Una tontería a todas luces provocadora e innecesaria. El técnico, Lorenzo, es un gran técnico, los jugadores mejores aún y el porvenir difícilmente abismal.
La selección colombiana de fútbol clasificará al mundial, que es lo que todos quieren como si se alcanzara el Everest; lo hará si la dejan en paz, si no la emponzoñan de análisis, de amarillismo, de ultimátum; lo conseguirá porque a pesar de la histeria reinante es un buen equipo, uno de los mejores que se hayan organizado en el país, lo conseguirá venciendo a Perú y a Bolivia, y seguramente hará otros puntos con Argentina y Venezuela.
Pero este es un deporte, un espectáculo, un negocio especulativo que se juega en parte en la cancha, pero sobre todo en la prensa, en los micrófonos y en salones donde se deciden cifras multimillonarias.
Denle un poco de respiro, déjenla jugar como sabe y en septiembre todos celebrarán. Al menos por un tiempo.
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