“Vivimos en tiempos de mentiras rampantes. Unas invitan a mirar para arriba, otras se niegan violentamente, muchos no saben a dónde mirar. ¿A quién le creemos?”
Después de leer El Italiano, obra escrita por Arturo Pérez-Reverte, no queda duda de que la única pregunta que nos queda por hacer es: ¿La guerra que se ha desarrollado en el país en los últimos cincuenta años, qué enseñanzas nos ha dejado? Y con claridad meridiana podemos decir que las enseñanzas no han colmado los intereses personales ni sociales.
Basta ver que la lucha por los diferentes actores desde los chulavitas, bandoleros, guerrilleros, grupos al margen de la ley no beligerantes, paramilitares y los GAOS actuales, siguen haciendo de las suyas, siguen los atentados a sangre y fuego, explosiones van y vienen, líderes sociales asesinados sin que el Estado haga nada para evitarlo, solo se persigue a los delincuentes de la farándula, hay que ver el caso Leal, exceso de publicidad y una seudo eficiencia que ampara intereses oscuros.
Salen unos a darse ínfulas de importancia (el fiscal Barbosa llamado payaso por el señor Colmenares), a recriminar lo que no se hizo en caso anteriores y aparecen los reclamos de las víctimas que también quieren una pronta justicia (como el caso Villa), un presidente a lanzar comentarios injuriosos ("bandido miserable"), aunado a lo dicho por influencers, unos en contra y otro a favor, y los cazadores en río revuelto que no faltan desde la política y la sociedad.
“En un mundo tan absurdo como este, quedan pocas cosas capaces de resistir la prueba de la verdad. Y el valor, entendido como integridad, como dignidad, es una de ellas” (Pérez Reverte), y en efecto cuál es esa verdad que se ha cocinado durante tantos años, ello nos ha hecho mejores personas o fuimos cosificados por la anoxia social, valga decir, fueron tantas las cosas ocurridas que en el imaginario colectivo eso es normal, la indolencia nos ganó la guerra, o vemos pasos de animal gigante que se traga una sociedad en donde el imaginario social es más grande que el imaginario real.
Un mundo en donde converge ese “atractivo irresistible que pue detener la violencia para gente básicamente bondadosa” en palabras de Stephen King , en donde hasta la saciedad las diferencias fundamentales entre niños y adultos es rampante sin que se aproxime el poder curativo de la imaginación.
Han surgido nuestros propios pensamientos, igualmente los intereses e inquietudes y han surgido nuestras propias experiencias, y las aventuras del ser humano, para comprender que dentro de esa gran probabilidad colombiana de solucionar esa problemática social, surgida de 50 años de angustias, desigualdades, múltiples asesinatos, desplazados y desaparecidos cada día estamos más cerca a parecernos a esos momentos aciagos cuando no había solución a la vista, la dirigencia política y gubernamental mostraba su incapacidad (y eso que tenemos el mejor ejército del mundo), en donde la inoperancia dejaba lágrimas, entierros y sepulturas por doquier.
El Italiano es una novela sobre el amor y la guerra, sobre la relación de los combatientes, que “lucharon bravamente y protagonizaron hazañas espectaculares” y enfrentaron a un enemigo con hidalguía y templanza, y demostraron que no hay enemigo pequeño, que solo hace falta decisión, “el valor, entendido como integridad, como dignidad”, pero pareciera que solo tenemos valor pero no la integridad para reconocer que perdimos la guerra, que el enemigo nos superó y que nuestros políticos y gobernantes son los payasos y bandidos miserables quienes pasan y dejar pasar la vida que no nos merecemos.
Se descompusieron las estructuras sociales, no hay esperanza, ya no creemos en la concordia, el diálogo; la conciliación y la cultura estarían al alcance de todos, “Pero ya sabemos que no será así. La capacidad de sacrificio, de amor y de solidaridad entre la gente, ¡entre vecinos!, ha desaparecido” (Pérez), solo queda buscar la respuesta en los clásicos: Ulises, Aquiles, Eneas o el Quijote para reconocer lo que ocurre a nuestro alrededor, que la vida tiene unas reglas, ya que no existe cosa peor que el desconcierto y los analgésicos existenciales que nos tomamos