En un país pesimista por los escándalos de corrupción y la precariedad de ingresos, temas trascendentales como la implementación del Acuerdo de Bogotá, firmado con las Farc EP han sido ocultados y trivializados. Como ya no hay tropel, ni noticias de orden público parece que no vale la pena publicar entre tanto detenido y tanto motín en Transmilenio, asuntos que no dan rating como la Paz, dicen.
Mientras tanto las Farc entregaron un poderoso arsenal a la ONU, participan con toda la voluntad en los espacios de implementación y soportan con paciencia las demoras del gobierno y los intentos de la clase política por restringir las reformas políticas acordadas. Se metieron en otra negociación con el establecimiento.
Muchos conciudadanos creen con inocencia que eso de la paz es por allá en el monte y no en las ciudades. Y aunque la oposición a los acuerdos ha ido cediendo y el expresidente tiene cada vez menos favorabilidad en las encuestas, muchos sienten que la tal paz no cambia las condiciones de su existencia.
Lo cierto es que el avance político y social que los acuerdos significan ya no depende de las Farc y mucho menos de sus fierros. Depende de las organizaciones sociales, de la sociedad civil y por eso es urgente que la movilización ciudadana resurja y que pasemos de organizar foros a tutiplén, a la calle, a las redes, al congreso, a los territorios en donde se implementarán Planes de Desarrollo con Enfoque Territorial, a las Circunscripciones Especiales de Paz o en donde se desarrollarán los planes de formalización laboral o el plan de educación rural. Lo que hay es trabajo.
En los muchos foros y conversatorios sobre el proceso de paz, no falta el que salga a decir “es mejor entonces montar un grupo guerrillero y armarse para que le presten atención”, como si eso fuera soplar y hacer botellas.
Todos le piden a la paz, le piden al acuerdo, pero nadie agradece. Uno tiene que agradecerle a Humberto de la Calle y a Sergio Jaramillo echarse encima la enorme responsabilidad de acabar un conflicto tan largo como el nuestro. Un conflicto con millones de víctimas y enormes retrasos para nuestra sociedad colombiana y que solo les sirvió a las elites del país. Sobre el caballito de la guerra se montaron presidente, tras presidente de la República.
Y es que la paz no llega con la firma de los acuerdos. La firma del acuerdo es el punto de partida y sigue siendo una gran oportunidad histórica. Aún, muchos de los más duras críticos de los acuerdos ni los han leído. Para mí, esos acuerdos se traducen en algo estratégico, pero con enemigos históricos: la modernización de la sociedad colombiana. Por ejemplo, gracias al acuerdo y después de más de dos décadas, varado en el Congreso, tenemos estatuto de la oposición, de quien paradójicamente se beneficiará la extrema derecha del país, el mayor enemigo de los acuerdos, de la misma manera que está pidiendo beneficiarse de la Justicia Especial para la Paz.
Nadie puede reprocharle a las Farc que no hayan cumplido el acuerdo. Por eso ellos le reclaman con firmeza y con autoridad el cumplimiento al gobierno, o, mejor dicho, al Estado, que no les ha cumplido lo que prometieron. El gobierno, el congreso y hasta la rama judicial le ha puesto trabas a la implementación y están haciendo otra “negociación” en el marco del largo desarrollo normativo.
Lo anterior demuestra que el establecimiento del país, la oligarquía, está de acuerdo con desmovilizar a la guerrilla y darle “algunas cositas” pero no quieren una paz democrática como la espera la sociedad civil. El establecimiento ofrece una paz barata y cree que el País Nacional no tiene como exigir, ni merece más.
Nos ofrecen una paz sin reformas para hacer democrática nuestra débil democracia. Por eso los acuerdos deben seguir siendo respaldados por la sociedad civil activamente, allí se piden garantías para la protesta ciudadana, que se cuente la verdad sobre el conflicto, que se juzguen responsables de todas las orillas y que se le den garantías para la deliberación política a las organizaciones sociales.
Ni los más críticos del proceso pueden ocultar que este proceso empezó
por la paz militar que se traduce en menos muertos.
Que mientras sube el apoyo al proceso de paz, baja la opinión del señor de la guerra
Nadie, ni los más críticos del proceso pueden ocultar que este proceso empezó por la paz militar que se traduce en menos muertos, en menos heridos por combate. Tampoco pueden negar que la incursión de las Farc a la vida política tiene a todo el mundo inquieto y eso genera un nuevo debate democrático. Que mientras sube la opinión de apoyo al proceso de paz y la guerrilla desmovilizada, baja la opinión del innombrable, del señor de la guerra. Que ya empieza el debate por las circunscripciones especiales territoriales, ya empiezan a surgir los liderazgos de las organizaciones sociales que esperan llegar al congreso de la república para luchar con las ideas y muy lejos de las armas.
Este proceso se ve empañado por el asesinato de casi 180 líderes sociales a lo largo y ancho del país, con una impunidad del 100 %, porque no se ha podido individualizar los responsables, ni los autores materiales e intelectuales. Sin embargo, eso no ha detenido el trabajo social y político que se sigue adelantando en las regiones priorizadas en el acuerdo para llevar a esas zonas más esperanza y reconciliación y superar tantos difíciles episodios de la guerra. Por a la vida podremos darlo todo.
Sin duda, las próximas elecciones legislativas y presidenciales serán de nuevo decididas por el tema de paz. Por el desarrollo de unos acuerdos, que como ya lo dije, no son más que acuerdos de modernización de la sociedad. De terminar el absurdo conflicto armado en el país negociando con el ELN y empezar a generar mejores y más condiciones para que las organizaciones sociales (entre las cuales está el sindicalismo) esperamos que se impulse una agenda ciudadana, política y democrática que permita sacar a Colombia del retraso en el que nos metió la guerra y la élite colombiana.
No dejemos que se nos esfume el entusiasmo. No dejemos que se nos esfume la paz. Ganemos la implementación de los acuerdos y trabajemos todos los días para construir esa gran convergencia que nos permita lograrlo en 2018.