En el discurso político actual vuelve a estar de moda y con mucha fuerza las categorías izquierda y derecha. Si bien parecía que estas iban desapareciendo y se centraba en temas específicos, la realidad nos indica que cada vez más se recurren a estas etiquetas para descalificar al otro. El que mejor lo ha aprovechado sacándole un gran rédito electoral a ese juego dicotómico es la autodenominada derecha.
Su juego retórico empieza por decir y mostrarse como si nunca hubiesen gobernado y no fueran culpables de la crisis económica y la desigualdad social imperante. Se muestran víctimas de la izquierda. De un capitalismo mal desarrollado y aplicado. De despilfarro y corrupción. Por lo tanto, concluyen que solo ellos pueden salvar el mundo. Nada más lejos de la realidad que esta afirmación.
Los principales exponentes de la derecha de antes y de ahora solo tienen una visión del mundo. Egoísta. Sumado a este principal valor, está la corrupción como comportamiento cotidiano. El egoísmo es claramente evidente, cuando mantienen y aumentan la riqueza de unos pocos a costa de la miseria y el sufrimiento de la mayoría. Esto ocurre siempre o casi siempre y ellos dicen que es producto de la meritocracia y el esfuerzo, aunque en verdad es trampa, explotación y corrupción.
Cuando llegué a España tuve que empezar nuevamente mis estudios y si bien existían ayudas en la matrícula, estas con el tiempo fueron disminuyendo. Durante la graduación trabajé en una pizzería. Mi trabajo consistía atender aquel local, solo y toda la noche. Mi jornada entre semana era desde las 7:00 p.m. hasta las 4:00 a.m. Los fines de semana era de 10:00 p.m. a 6:00 a.m. En el día, pues tenía que arreglármelas entre dormir, elaborar los trabajos de la universidad, preparar exámenes e ir a clase.
Quienes han trabajado de noche conocen que es muy agotador y si a eso le sumamos el estudiar una carrera universitaria de día, podrán hacerse una idea del cansancio. Pero bueno, esta es la realidad de muchos que se esfuerzan día a día y lamentablemente no ven el fruto de sus esfuerzos. Como dice Rubén Blades “al final se murieron sin tener vacaciones”. Volviendo al caso, trabajaba más de 40 horas a la semana, es decir más de lo legalmente permitido. Realmente estaba haciendo unas 52 horas semanales, sin descanso semanal y dado de alta en la seguridad social como si trabajase tan solo 20 horas. Los dueños de aquellas pizzerías hasta donde tengo entendido tienen grandes casas en la ciudad, en la montaña y en la playa. El decoro para merecer esto ha sido el pillaje. La explotación.
Los dueños de esta cadena de pizzerías al considerar que el mercado se iba saturando fueron cerrando algunas de ellas y reduciendo aún más el personal. Con ello, a mí, de un día para otro me dijeron que iban a cerrar la tienda y que ya no tenía más trabajo. Así fui a engrosar la fila de desempleados y sin apenas subsidio por desempleo, pues los “empresarios” habían engañado a la seguridad social.
Con mucho arrojo y habiendo ahorrado un poco pude concluir la graduación, no sin dejar trabajar. Tuve la fortuna de encontrar empleo antes de que los miserables 400 euros del subsidio se acabaran. Empecé en Ikea, allí se hace un gran esfuerzo en seducir a los trabajadores para que se sientan muy a gusto. Uno siente un buen ambiente laboral y comer en el trabajo es barato, aunque el sueldo es igualmente miserable frente a lo que se trabaja. Pero bueno, al fin y al cabo, el objetivo de terminar la carrera universitaria fue conseguido.
Una vez concluida la graduación quise continuar mis estudios y cursar un máster. Con ello volvió la preocupación de hacerle frente a subsistir y los costos propios de la universidad. Me tocó conseguir dos empleos. El primero de ellos informal. Normalmente era de 6:00 a.m. a 8:00 a.m. o a veces más. El trabajo consistía en subirse en los buses y contar manualmente las personas que subían y bajaban en cada parada. Todo esto para un estudio de viabilidad de las rutas.
A las 9:00 a.m. salía corriendo e iba a las clases del máster, las cuales iban desde esa hora hasta las 3:00 p.m., por lo regular. Una vez concluida la jornada académica, tomaba el metro y cruzaba la ciudad para llegar al otro trabajo. Era teleoperador. Entraba a las 4:00 p.m. y terminaba a las 10:00 p.m. Volvía a tomar el metro de vuelta a casa. Ya eran las 11:00 p.m. cuando llegaba. Cenar algo y dormir. Al día siguiente, vuelta a empezar. Al final conseguí también terminar el máster y ahora espero cursar el doctorado.
Esta es la realidad de muchos. Esfuerzo, trabajo y rebusque para estudiar, con la idea de progreso en la mente, y resulta que estos son los afortunados, pues hay una mayoría, que a pesar de cada día esforzarse más y más, se le niegan sus derechos. Esos que se dicen derecha, y se autoproclaman liberales, son los responsables. Son sencillamente egoístas, tramposos y corruptos. Recuerdo ahora el máster que le regalaron a Cifuentes y Pablo Casado en España. También esas ideas de privatización, dar dinero a los bancos y desahuciar a las personas de sus casas.
A diferencia de la derecha, nosotros no pretendemos nada regalado. Queremos lo que es un derecho: educación, salud, vivienda, trabajo digno y un medio ambiente sano. En esta vía tenemos dos opciones: seguir gobernados por el egoísmo o a quinientos metros girar y avanzar por el camino del bienestar, la solidaridad y el progreso. Yo giro a la izquierda.