El ejercicio de la política en las campañas electorales se confunde con lo político. Para el ciudadano que pega afiches, coloca asientos, organiza eventos y envía mensajes por las redes sociales, oculto héroe del proselitismo, participar en estas actividades es un ejercicio político.
Para los dirigentes la política tiene una dimensión distinta: es una disciplina que busca establecer fórmulas de gobierno en un territorio determinado, con normas preestablecidas, para vivir en sociedad.
En otro sentido, la política es la carta de navegación, las normas centrales y agregadas que los políticos deberán cumplir para acceder o conservar el poder, de conformidad con las propuestas enunciadas en las justas electorales para conseguir el desarrollo, los cambios sociales y burocráticos que, según nuestro ordenamiento jurídico, no serán estructurales.
En tiempos electorales algunos obran como verdaderos quijotes y los candidatos pasan las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio para concebir soluciones institucionales, responder a sus contradictores o participar en foros electorales.
La política, que se relaciona con el gobierno local, regional o nacional, está sostenida por un sistema de reglas y técnicas mediante las cuales se ejerce el poder. Es, en otras palabras, el hueso duro de roer. Mientras lo político es lo instituyente, creador del andamiaje jurídico- político que en nuestro país no ha cambiado desde de 1991.
Política que necesita un territorio en el que la ciudadanía exprese sus inquietudes y alcance su realización, de conformidad con los distintos discursos políticos. Tema territorial que ha sido estudiado con objetividad por el tratadista Miguel Hurtado Cerón en sus obras.
El panorama, visto desde esta perspectiva, nos conduce, en tiempos electorales, a mirar el espacio geográfico, escenario del debate, como un mercado donde los ciudadanos, en calidad de consumidores, amortizan con su voto las ofertas institucionales, sin sospechar que pasadas las elecciones les pasarán facturas impositivas, en ocasiones draconianas, que no siempre están dirigidas a cubrir su bienestar, como se observa con el incremento del desempleo y la pobreza.
A propósito del territorio, ¿sabemos los payaneses que el espacio aéreo donde vuelan aviones de papel hace parte de la geosemántica social? Los trágicos hechos de los últimos tiempos indican que a las fuerzas vivas de la ciudad pareciera que no le interesan los muertos, sobre todo cuando no tienen prestigio social.
Quizá miremos los partidos o movimientos como valores sólidos y paraguas consistentes, pero la modernidad, donde se ejercieron las demandas, expectativas e intereses, traducidas en sistemas democráticos, tuvieron un carácter transitorios y, a la postre, fueron instrumentalizados por el mercado, mecanismo que limitó la función reguladora del Estado para abrir las puertas de la globalización.
Todo esto ocurre cuando en el país se observan desorbitadas ansias por el poder y la lujuria por el presupuesto, aliadas afectivas de la corrupción, que no son nuevas, llevan el ADN en los tejidos del capital.
Acudamos a la cultura para refrescar la historia. Francisco de Quevedo, por ejemplo, en el siglo XVII ya decía: “poderoso caballero es Don Dinero” y Cervantes, en el siglo XVI y comienzos del siglo XVII, quien estuviera preso en España, (Estanislao Zuleta, pág 28, 2009) por inconsistencias contables, como funcionario de los Reyes Católicos, al servicio de la Armada Invencible, expresa en El Quijote que Sancho Panza le envía una carta a Teresa Panza, su mujer, que transcribimos en el español de la época, en la que le dice:
No dirás desto nada a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro. De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseos de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con ese mesmo deseo… (Miguel de Cervantes Saavedra, Capitulo XXXVI, Segunda Parte, pág. 845).
Y es así como Sancho, gobernador de la Insula Barataria, se "enloquece", como Don Quijote, por aferrarse a los caudales de la comunidad.
Salam aleikum.