Poco a poco en la sociedad empezó a creerse que ya estamos volviendo a la “normalidad”, pero la verdad yo no quiero regresar a eso.
Si es para seguir viendo abarrotados de gente los sistemas de transporte, sin condiciones ambientales para transitar, ni bajar la contaminación, sencillamente no me interesa ese tipo de normalidad. Si no aprendemos que este COVID-19 golpea a las zonas densamente pobladas y continuamos perpetuando la “tumultocracia”, entonces no aprendimos nada.
Entiendo que hay que reactivar la economía es fundamental, pero si van a seguir las empresas y negocios con esos mismos turnos de ingreso para grandes masas de población a las mismas horas (entre 7:00 y 8:00 a.m.), pues prefiero que no se retorne a ese tipo de normalidad, que afecta gravemente a los sistemas de transporte. Menos mal que en algunas ciudades están adelantando planes para ingresar a los sitios de trabajo en diferentes horarios, claro que se puede, ojalá que no sea un simple ejercicio para responder a una coyuntura.
Tampoco quiero regresar a esa “normalidad” que es salir a establecimientos públicos a relajarse, a alimentarse y a soportar montoneras de gente creyendo que los lugares entre más abarrotados son más exitosos y los propietarios contentos con sus ventas, pero sin tener en cuenta que ya estamos en otras dinámicas que manejan el distanciamiento social y unas normas de higiene que en otrora ni se tenían vislumbradas.
Ahora bien, en materia de sobre población, espero que no sigamos con el pretérito concepto de traer hijos al mundo indiscriminadamente todo por conocer a “la pinta”, porque hay que dejar descendencia o porque el ser humano vino a reproducirse. Les reitero que este virus es viajero, no nos va a dejar pronto y envió un duro mensaje porque atacó a las ciudades, donde hay mayor población.
Y si no les sirve un argumento global, pues uno local, en lo referente a Bogotá, Kennedy y Suba, dos localidades densamente pobladas son las más afectadas con el COVID-19.
Tampoco quiero volver a esa usanza de consumo indiscriminado de tener cosas por tenerlas. El mensaje es claro, con lo básico también se vive.
De igual forma, no quiero retornar a esa normalidad en la que muchos caemos por dejarnos llevar con actitudes egoístas de la ley del más fuerte propia de las ciudades, de empujar, de ocupar el espacio público indiscriminadamente, de abusar del más vulnerable, de hacer trampa o del "usted no sabe quién soy yo".
Si este encierro no nos sirvió para crecer en materia de solidaridad, respeto y empatía, nada entendimos.