Recuerdo que en 1966, mamá hablaba emocionada del candidato presidencial de sus preferencias. Se llamaba José Jaramillo Giraldo, el hombre de la naciente Anapo, el partido del general Rojas Pinilla. Esa vez ganó Carlos Lleras Restrepo y recuerdo el desencanto en la familia. Jaramillo Giraldo era considerado el candidato del pueblo, mientras el ganador hacía parte de ese selecto grupo que había dirigido a Colombia desde hacía muchos años.
Por eso le tomé antipatía. Mucha más cuando cuatro años después, como Presidente de la República, se encargó de aplastar la protesta popular originada por lo que se consideraba había sido un fraude electoral. El sentimiento nacional era que le habían robado las elecciones al general Rojas Pinilla, que iba ganando de sobra en los conteos electorales de la noche, que el gobierno ordenó interrumpir hasta la mañana del día siguiente.
Cuando declararon ganador a Pastrana. Entonces supimos que habíamos vuelto a perder, sin remedio. Mirando con ojos de hoy ese pasado, Lleras pese a todo no resultó tan malo. Se encargó de introducir en la Constitución una reforma importante, que consagró lo que se denominaba Estado de bienestar, según la cual el Estado podía y debía intervenir en la economía en favor de las clases menos favorecidas. Y podía ser empresario.
Además tenía que responder por los servicios públicos a los ciudadanos, cosa que se debía cumplir con empresas estatales. Algo que hoy se añora y hasta se predica como fórmula de salvación nacional. Mi familia votó en 1974 por Álvaro Gómez, derrotado en las urnas por López Michelsen. López había fundado el Movimiento Revolucionario Liberal, oponiéndose al Frente Nacional. Era amigo de Fidel Castro y cumplió su promesa de restablecer las relaciones con Cuba.
Pero golpeó de manera despiadada la Universidad Nacional. Y concedió más importancia a los grandes industriales y banqueros. Contra su gobierno, denominado en las calles como el mandato caro, se levantó casi todo el país en el paro cívico del 14 de septiembre de 1977. Al cual respondió de manera brutal con la tropa. Por entonces las guerrillas acrecentaban su prestigio en la lucha por cambios en la sociedad.
Las Farc, el ELN, el EPL, el M-19 entre otros grupos, se encargaron de generar un clima de insurgencia. Lo que precipitó la llegada de Julio Cesar Turbay en 1978, imponiéndose sobre Belisario Betancur. La ordinariez gubernamental, el Estatuto de Seguridad, los allanamientos, las torturas en las instalaciones militares y policiales, la represión y el ambiente de persecución se tomaron el país. Hasta que como respuesta ganaron Belisario Betancur y su bandera de paz.
Turbay se había encargado de insuflar en las fuerzas militares un excesivo protagonismo, altamente reaccionario, que le costaría muchísima sangre a Colombia. El anticomunismo visceral de aquellas era animado por lo que sucedía en el resto del continente con las dictaduras militares. Todo lo que intentó Betancur por la paz terminó saboteado de manera grave desde los cuarteles, de lo cual fue prueba irrefutable el Palacio de Justicia.
La ingenuidad del M-19 y la irracionalidad del Ejército produjeron un resultado fatal. Así como Javier Delgado, con la masacre de Tacueyó, había sembrado un alto grado de incredulidad en la lucha guerrillera. La UP celebró su primer congreso, en noviembre de 1985, bajo el calor de las llamas del Palacio de Justicia, un mal augurio para su futuro político. Su exterminio terminó por ratificar el viraje del Estado colombiano hacia el terror.
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Dos perfiles políticos se enfrentaron. El de los amigos de la violencia, la represión y la guerra, y el de los amigos del diálogo y las soluciones políticas a los conflictos
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Desde entonces dos perfiles políticos se enfrentaron en Colombia. El de los amigos de la violencia, la represión y la guerra, y el de los amigos del diálogo y las soluciones políticas a los conflictos. Barco contemplaría impasible el genocidio de la UP y Gaviria expediría una Constitución pródiga en declaraciones de derechos, que sin embargo permitió el genocidio paramilitar, funcional con sus despojos, a la política oficial de privatización, flexibilización y libre comercio.
Samper y Pastrana no fueron más que marionetas en manos de los generales, hasta que vino Uribe, identificado con ellos e incluso más radical, a ponerse a su cabeza. Silo una ruptura inesperada en los sectores dominantes permitió a Santos alcanzar la solución política con las Farc. Conseguido el Acuerdo Final, el país aceleró su democratización, no sin enardecidas resistencias del uribismo y sus amigos. El dilema de la hora es ese, más democracia o más violencia.
Rodolfo recuerda a Turbay por su ignorancia y torpeza, al tiempo que el apoyo cerrado de los sectores más cavernarios del país a su candidatura, lo hacen parecerse a Uribe. Una mezcla peligrosa. Con Petro hay un hombre culto y preparado para el cargo, rodeado de gente que ha trabajado siempre por la paz y la justicia social. Está claro que los sectores populares están con él y Francia. No podemos dejar que nos arrebaten la esperanza una vez más.