Una y mil razones para amar a los peludos

Una y mil razones para amar a los peludos

Con toda seguridad, un ser humano que maltrate a un animal está preparado para asesinar a un hombre. ¿Por qué los animales son la expresión de Dios en el mundo?

Por: Juan Mario Sánchez Cuervo
octubre 04, 2021
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Una y mil razones para amar a los peludos
Foto: Pixabay

Hoy recordamos al pobrecillo de Asís, ese hombre humilde al que todas las religiones y corrientes espirituales del mundo consideran un iluminado. Entre otras cosas porque fue el primer ser humano que contempló en todas las criaturas el rostro de Dios, especialmente en nuestros amados animales. Hasta los agnósticos y ateos le rinden admiración y reconocen su santidad. Francisco, oriundo de Asís (Italia), una pequeña y hermosa ciudad que todavía conserva la paz que heredó de su hijo más ilustre, fue un hombre que cumplió a cabalidad el Evangelio, y es también el ser humano que más se ha parecido a Jesucristo. Lo imitó tan perfectamente que le fueron dados los mismos estigmas del Divino Maestro; es decir, las cinco heridas que padeció el Redentor durante su tortura y crucifixión en el Monte Calvario (la de los clavos en manos y pies y la del costado por la lanza). Francisco de Asís estaba adelantado miles de años en consciencia espiritual con respecto a sus contemporáneos. En él confluye lo mejor del mundo oriental y occidental. El mantra que repetía a cada momento era este: "Mi Dios y mi todo". Su lema era el desapego de todo lo material y amó hasta el extremo a la que él llamaba la hermana pobreza

Sin lugar a dudas, san Francisco de Asís fue un iluminado. En la plenitud de la Edad Media, cuando aún no existía la ciencia como hoy la conocemos, ya sabía que todos los seres vivos de este planeta tenemos lazos que nos unen, similitudes que nos aproximan. Gracias a los avances en el campo de la genética, en la actualidad sabemos que el ADN de humanos y animales tiene casi la misma estructura y una semejanza asombrosa. Incluso genéticamente hablando no estamos tan distantes de las plantas y de otros seres vivos. Francisco de Asís estaba convencido de que todos los animales eran nuestros hermanos, y en consecuencia los respetaba, amaba y bendecía. Era tanta su armonía con el universo y era tanto el amor, buena energía y paz que irradiaba en derredor que las aves se posaban en sus manos o en sus hombros.

Hubo una época de nuestra oscura historia humana en que se veía normal la esclavitud. Existían señores, siervos y esclavos. La esclavitud (de hecho todavía existe) oficialmente terminó hace poco más de cien años. Hubo un tiempo en que los negros y los indígenas eran tratados como animales, pues la Iglesia de aquel tiempo consideraba que no tenían alma. Todos los hombres de cualquier raza, pueblo y nación sabemos hoy que somos hermanos (bueno, teóricamente, porque en la práctica vivimos en guerra). Y llegará un tiempo en que reconozcamos a los animales como nuestros queridos hermanos. En algún momento la humanidad sentirá vergüenza y pedirá perdón por los billones de animales que hemos cosificado y torturado. Por fortuna el mundo poco a poco está despertando, y la humanidad tiene delante de sí dos caminos opuestos: el de la espiritualidad o el del materialismo salvaje y violento. Podemos optar por el facilismo, la comodidad, la violencia, el apego, la superficialidad, el egocentrismo, la oscuridad y la carnicería en todas sus formas; o elegir la consciencia, la búsqueda de la iluminación, la hermandad de los humanos, y entre estos y los animales. De hecho, el día que adquiramos el nivel de consciencia adecuado, como para entender que los animales son nuestros hermanos, con toda seguridad dejaremos de comer carne. El vegetarianismo, el respeto por el planeta, la vocación ecológica, la compasión, la empatía y el pacifismo son parte de esa consciencia. Francisco de Asís eligió este último camino. Es un modelo de hombre para el hombre contemporáneo. Y pasarán muchos años, y quizás siglos, para que entendamos y practiquemos a plenitud su mensaje, que en esencia es el mensaje del Divino Maestro Jesús.

El mundo cada vez toma una mayor consciencia respecto a los animales. Muchos países ya cuentan con una legislación que los protege y que sanciona severamente la crueldad en contra de ellos. El 15 de octubre de 1978 se celebró en Europa la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, la cual fue aprobada posteriormente por la Onu y la Unesco. Así también desde 1997 el 10 de diciembre de cada año se celebra dicha Declaración. Nuestro país, en cambio, tiene una inmensa deuda con la fauna y la flora silvestre. Que más se puede esperar de una nación que tiene por santo y seña la intolerancia, la avaricia, la ambición de dinero, que no respeta la naturaleza, incluso al precio irreversible de destruirla. Somos dizque animales racionales y nos comportamos como los más inconscientes e irracionales.

Mahatma Gandhi dijo alguna vez: "La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados según la forma en que tratan a sus animales". Desde este punto de vista la grandeza de Colombia está en entredicho desde siempre. A la degradación por la corrupción de la política y la violencia generalizada, le debemos sumar el maltrato animal. No hay de hecho un interés del Estado por salvaguardar los más mínimos derechos de esas inocentes criaturas que no tienen voz. Por ejemplo, miles de nuestros hermanitos más cercanos por su lealtad y amor, los caninos, vagan por las calles en estado de indefensión, de sufrimiento y tortura. Por otra parte, algunos ilustres inconscientes tienen todavía la desfachatez de defender las corridas de toros y las peleas de gallos. Por ende, seguimos siendo un país atrasado moralmente y retrasado en nivel de consciencia.

Con toda seguridad, un ser humano que maltrate a un animal está preparado para asesinar a un hombre. Hay una correlación entre el amor por los animales y el respeto por nuestros semejantes. Toda regla tiene su excepción, pues alguien dirá que Hitler amaba los perros, en especial a su perra Blondi. Pero todos sabemos también que cuando una persona quiere volverse insensible ante el dolor y sufrimiento ajeno se ensaña primero con los animales.

Que hoy el santo que compuso la oración de la paz nos enseñe a ver en nuestros hermanos animales la presencia de Dios, la belleza de Dios, la bondad de Dios, porque como el pobrecillo de Asís mismo dijo: es necesario sembrar amor donde abunda el odio, y pretender no tanto ser comprendidos, sino comprender, y no tanto ser amados, sino amar. Amar y proteger a los animales nos convierte en mejores seres humanos, dejando claro que ninguno de nosotros debería sentirse más importante o superior a ellos.

Un abrazo solidario para los animalistas de todo el mundo, quienes silenciosa y amorosamente cumplen la bella misión de defender a los que no tienen voz y de brindarles alivio en sus muchos sufrimientos, casi siempre ocasionados por tantos seres humanos indolentes y crueles que viven en el fango de la inconsciencia espiritual.

Y a quienes tienen mascota, y disfrutan de su lealtad y amor incondicional, los invito a rendirle un homenaje merecido desde el corazón. Que hoy y siempre nuestros hermanos animales reciban la bendición de Dios, y que disfruten de nuestra protección y respeto en correspondencia al amor que nos prodigan a cada momento.

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